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La presidenta de Junts per Catalunya, Laura Borràs

Ilustración de Laura Borràs

El Perfil

Laura Borràs: del vestido pollo al pijama de rayas

Borrás, una doctora en Filología Románica que odia a España y es la encarnación misma de la vulgaridad y el sectarismo, fue la voz de Puigdemont en el Congreso, mientras él comía mejillones en Bruselas, y también consejera de Cultura de Quim Torra

Laura Borràs Castanyer (Barcelona, 55 años) se encomienda a sus dos santos de cabecera para eludir la trena por corrupción, una vez que el Tribunal Supremo le acaba de negar la amnistía: Pedro Sánchez, con sus indultos low cost y Cándido Conde-Pumpido, con su bayeta pringosa limpiando la colada que le manda el Gobierno. Ella ya ha intentado que su historial delictivo se borre con la ley de impunidad sanchista, so pretexto de que hasta robar lo hacía por la causa del procés. Naturalmente el alto tribunal ha dejado claro en su sentencia que «las actividades por las que ha sido condenada no guardan relación con el proceso independentista». Ella solo ha seguido la tradición de sus mayores, como Jordi Pujol, que robaba a espuertas con sus siete hijos para envolverse luego en la estelada. Todo por la patria. Pero aquí no ha colado.

Borràs, una doctora en Filología Románica que odia a España y es la encarnación misma de la vulgaridad y el sectarismo, fue la voz de Puigdemont en el Congreso, mientras él comía mejillones en Bruselas, y también consejera de Cultura de Quim Torra. Hija del jefe de Urgencias del Hospital Clínic y de una agente de seguros, pertenece a la burguesía catalana y sobre todo proviene del pujolismo. No en vano fue amiga de Lluis Prenafeta, un testaferro de Jordi. Gracias a esa cercanía a la corrupción típicamente convergente protagonizó un fulgurante ascenso a la Corte de Puigdemont. Casada con un médico y madre de una youtuber, fue nombrada en enero de 2013 por Artur Mas directora de la Institución de las Letras Catalanas. Toda una bicoca para darse notoriedad. Hasta el punto de que terminó de presidenta del Parlamento catalán cuando ya estaba de fango hasta las hombreras de sus horribles vestidos amarillos.

La desalojaron con fórceps sus mentores y hoy enemigos de ERC, PSC y la Cup. Resulta que Borràs, como buena separatista, optó por surtir de dinero público, desde su chiringuito cultural, a la causa. En este caso, la causa no era la republiqueta —eso ya lo hacía su ex jefe Puigdemont— sino un íntimo amigo, entrañable amigo, de nombre Isaías H. Un elemento que sumaba a su relación con Laura un expediente delictivo despampanante; fue condenado a cinco años de prisión por tráfico de estupefacientes, falsificación de moneda y, la más doméstica de sus hazañas: llegó a enganchar ilegalmente la luz de su casa.

Pues Laurita le adjudicó a este ejemplar dieciocho contratos confeccionando facturas falsas para enmascarar que había tres ofertas cuando realmente ya estaba decidido que ella le encargaría los trabajos a su protegido. Eso sí, concediendo el parné en pequeñas porciones de 18.000 euros. Así se evitaba tener que pasar por la intervención previa. De esta manera, euro a euro, le regaló 335.700 euros y el agradecido muchacho iba contando a sus colegas que ella, su conseguidora particular, le estaba llenando la cuenta con sus «trapis». En la jerga de Isaías, sus trapicheos. Pues gracias a este trapicheo, la exlíder de Junts hasta hace unos meses fue condenada a cuatro años y medio de prisión, trece de inhabilitación y una multa de 36.000 euros por los delitos de prevaricación y falsedad en documento oficial (contratos para la web del Instituto de las Letras) y en documentos mercantiles (las ofertas que su amigo presentaba tras concertarse con Borràs).

Esta independentista que se refiere a los españoles como «esos castellanos» se atrincheró en su cargo de segunda autoridad de Cataluña para construir su defensa personal asegurando que era víctima de la represalia del Estado español y agitando a las bases soberanistas para que tomaran las calles en su defensa. Tenía un maestro: Pujol hizo lo mismo en 1984 cuando llamó a manifestarse ante el Parlamento autonómico a cientos de personas para protestar por su imputación en el caso Banca Catalana. Pero a diferencia del viejo Jordi, que terminó exonerado gracias a las maniobras de Felipe González con el fiscal, a ella sus huestes no le salvaron de una condena contundente.

Toni Comín y Laura Borrás, en la sede del Parlamento Europeo en Estrasburgo

Toni Comín y Laura Borrás, en la sede del Parlamento Europeo en EstrasburgoEFE

Los más malvados de su entorno la denominan «la geganta» y otras lindezas peores. En torno a Laura hay una colección de frikis separatistas que caben en un taxi, pero ella los invoca para que engorden su ego cada vez que puede. Sus incursiones en las redes sociales son impropias de un cargo público (hasta se llegó a ufanar de que Biden le había enviado un regalo y una felicitación navideña), pero, eso sí, disfrutó de uno de los sueldos más altos de la Administración (158.399,58 euros españolazos), vanagloriándose de ser un producto más del régimen sanchista, donde el nacionalismo y la izquierda pueden delinquir porque lo hacen por un bien superior (la identidad catalana o los parados andaluces) y si son pillados siempre vendrá Pedro Sánchez en su auxilio para constatar que, se llame Laura Borràs o Pepe Griñán, por culpa de la destructiva derecha, «pagan justos por pecadores».

Aunque Puchi ya no la aguante, Sánchez puede pasarlo mal si finalmente Laura pasa un tiempo entre rejas. El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña rechazó su ingreso en prisión e introdujo en la sentencia un avance de petición de indulto al gobierno. Ahora queda que lo formalice y, si Sánchez cede, solo se aplicaría a la condena de cárcel y no a la inhabilitación. El caso es que Moncloa tiene la última palabra, aunque la condenada simultáneamente pueda presentar también un recurso de amparo ante el TC denunciando vulneración de derechos fundamentales.

Tras ser apartada del liderazgo de Junts, Carles la colocó como presidenta de la fundación de este partido, pero su condena a 13 años de inhabilitación, que no pueden ser indultados, hace imposible que siga. Pero ese es un mal menor para esta «pija separatista», como la denominan los que la conocen. Mucho peor es tener que cambiar sus imposibles trajes color pollo, en homenaje al golpe de Estado de 2017, por el pijama de rayas. Y no poder pasearse en su Jaguar XF. Eso sí sería una condena para «la geganta» de Junts.

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