Érase una vicepresidenta a una pancarta pegada
Hay que tener mucho cuajo para, escoltada por el vicepresidente de las Cortes, Gómez de Celis, enarbolar «el orgullo de esta tierra con una sanidad pública que era vanguardia en investigación, que tenía nuevos derechos de última generación y carecía de listas de espera»

La líder del PSOE andaluz y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, el sábado en Sevilla en una manifestación
Al aguardo de los cuentos chinos que traiga Pedro Sánchez a su regreso de Pekín, donde los enriquecidos por anticipado son los logreros del lobby socialista del expresidente Zapatero y de sus exministros José Blanco y Miguel Ángel Moratinos, conviene reparar en el deterioro institucional con un 'Gobierno de oposición' cuya vicepresidenta y titular de Hacienda sale en manifestación, cartelón en mano, contra una administración autonómica. ¿Cabe imaginar a su colega del Tesoro británico o del Fisco alemán al frente de una protesta? ¿En qué democracia uno de los conceptuados como Ministerios de Estado se enajena de su deber para con todos –voten lo que voten– y se erige adalid de la agitación contra otra administración del Estado? O tempora o mores!, exclamaría Cicerón reincidiendo en su catilinaria.
Ningún ministro de Hacienda en democracia, ya fuera de UCD, PP o PSOE, rebasó esa línea de decoro hasta que arribó a La Moncloa quien se conduce temerariamente por las rayas rojas y convierte en ensueño el insomnio que antaño le suscitaba Pablo Iglesias reprochándole su asalto al Estado. Este nuevo jalón ha tenido como escenario este fin de semana la Sevilla de los ERE, en cuyo patio de Monipodio hoy no admitirían a Rinconete y Cortadillo con pupilos tan avezados como los manilargos del mayor saqueo a una administración española. Allí ha comparecido estelarmente una hija política de los ERE, María Jesús Montero, luego de rechazar, como consejera de Hacienda, requerir judicialmente el reembolso de los 700 millones que sufragaron el régimen clientelar que sustentó casi 40 años de hegemonía socialista.
Como corolario de una septimana horribilis, en la que vedó el derecho a la presunción de inocencia a aquellos que no portaran el carnet socialista como los reos de los ERE, sus benefactores Chaves y Griñán, y de tildar de «chiringuitos» a las universidades privadas, salvo a aquella que le dispensó un máster, esta bachillera del Patio de Monipodio de los ERE trató de conservar la verticalidad agarrándose a la pancarta –como el borracho que busca una farola– de la defensa de esa misma sanidad pública que ella gestionó negligentemente. Tanto que desató una gran movilización en su contra, lo que propulsó, junto a la tórrida corrupción, el desalojo socialista del Palacio de San Telmo.
Hay que tener mucho cuajo para, escoltada por el vicepresidente de las Cortes, Gómez de Celis, enarbolar «el orgullo de esta tierra con una sanidad pública que era vanguardia en investigación, que tenía nuevos derechos de última generación y carecía de listas de espera». Todo ello obviando las históricas movilizaciones contra ella. Primero como viceconsejera de Salud (2002-2004) y de seguido como consejera (2004-2013). A este propósito, ¿cómo echar en saco roto que, tras exigir a Aznar el traspaso del antiguo Hospital Militar de Sevilla por la deuda histórica contraída con Andalucía, consintió que las ratas se adueñaran de aquel objeto de confrontación dilatando las intervenciones quirúrgicas, pese a suscribir ella misma contratos con la medicina privada que ahora denuesta?
María Jesús Montero y Alfonso Rodríguez Gómez de Celis en la manifestación del pasado sábado
Una montaraz Montero quiere desvanecer ese pasado a fin de reimplantar el carnet del PSOE como DNI andaluz con la naturalidad que ella se lo trasladó a un compañero de orla de la Universidad de Sevilla. Al reencontrársela en el Hospital Virgen del Rocío e interesarse si también llegaba para cursar el MIR, Montero le espetó más chula que un ocho: «No. Soy tu subgerente». ¿Y qué apostillar sobre su presumida investigación sanitaria? Ahí figuran los sueldos estratosféricos –doblando al del presidente de la Junta– que le fijó al exministro Bernat Soria y a su santa esposa por no sabe bien qué biblioteca virtual, mientras ambos se afanaban desde una fundación andaluza a tejer una red de sociedades particulares con la patente de corso de la impunidad. Cuando los despidió el popular Juanma Moreno, aún pleitearon en los tribunales.
Como aseveró Felipe González, tras hocicar con ERC para la quita de la deuda catalana, es incompatible aspirar a la Junta de Andalucía y ejercer la cartera de Hacienda. «Quien está sentada en la caja no puede –remarcó– repartir lo que hay en ella siendo candidata». De hecho, usufructuó esa potestad para que el PSOE se apoderara de la Alcaldía de Jaén merced a su compromiso para flexibilizar el cobro de la deuda municipal. Ese trato se le negó al exregidor del PP, por lo que sus socios de 'Adelante Jaén' se cruzaron de acera y prosperó la moción de censura socialista con argumentos tan persuasivos como los que auparon a Sánchez a La Moncloa al comprarle ésta a Puigdemont a cambio de amnistiarlo.
A nadie se le oculta que su postulación andaluza no fue de su agrado –bastó que Sánchez loara su voluntariedad para refrendarlo–, sino impuesta por quien puede reducir a sus ministros a las profundidades de la nada. Esta confesa católica que antepone el himno de Andalucía al Padre Nuestro no salió bien librada de los días de reflexión de Sánchez tras ser encausada su 'consuerte', Begoña Gómez, por corrupción y tráfico de influencias. Sánchez maniobró como Mao Zedong con «las Cien Flores» cuando, bajo la consigna «Permitir que 100 flores florezcan y que 100 escuelas de pensamiento compitan en promover el progreso socialista», hizo aflorar las voces críticas para segarlas y radicalizarse.
Dado que no puede desembarazarse de ella y la retendrá en el Consejo de Ministros, aunque sea como jarrón chino, hasta unas elecciones andaluzas a celebrar en cualquier momento, Sánchez ha aprovechado la guerra comercial de Trump para alterar la prelación del Gobierno sin atender a los entorchados de la bocamanga del uniforme. Así, tras perder su pulso con Yolanda Díaz por la tributación del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) por decisión de Sánchez a fin de que la líder de Sumar deje de Restar, Carlos Cuerpo reemplaza a una Montero que gesticulará como una posesa para disimular que ha perdido pie.
Aunque se jacte de poseer branquias como los peces y aguantar bajo el agua el tiempo lo que sea menester, no le va a quedar otra que ser figurante al lado de Sánchez en el banco azul de las Cortes y cabecear como esos muñecos que aún persisten en la guantera trasera de algunos vehículos. Por eso, sus gritos son de impotencia al observar cómo la realidad adquiere para ella un aire espectral que trata de espantar salmodiando: «Déjense de fantasmas porque, por si no lo saben, estos no existen». Pero el fantasmón de Sánchez sí que es real, y ella lo sabe y lo constata al tomar Cuerpo su emplazamiento en la cabina de mando. Su lealtad de ayer comienza a ser un lastre para el Sánchez de hoy.