El ministro Cuerpo lucha contra los lobos de su Gobierno, y va perdiendo
Aunque se haya propuesto llegar a un pacto arancelario con el PP, el Ejecutivo no puede dejar de ser lo que es: uno que vive de la polarización y del aislamiento del adversario

El ministro Carlos Cuerpo y el vicesecretario de Economía del PP, Juan Bravo
En política, las relaciones personales son importantes. Vamos al caso práctico de la presidenta del Congreso, Francina Armengol, y el portavoz del PP en el Congreso, Miguel Tellado. Al principio de la legislatura su relación era pésima. Con el paso de los meses fueron tomando algunos cafés y pasaron a tener una relación civilizada. Ahora esa relación podría incluso definirse como cordial.
Fue una conversación entre ambos, el martes, lo que permitió resolver la rencilla que mantenían socialistas y populares en torno a la celebración del Pleno de la última semana de abril, que los de Alberto Núñez Feijóo pidieron mover de fechas porque coincidía con el Congreso del Partido Popular Europeo en Valencia. Armengol y Tellado hablaron y se entendieron: la presidenta de la Cámara Baja accedió a posponerlo hasta los días 6, 7 y 8 de mayo y aquí paz y después gloria. No era tan difícil.
El ejemplo viene al caso de lo que está sucediendo con las negociaciones entre el Gobierno y el PP para alcanzar un pacto arancelario que, de inicio, pasaría por el voto favorable de los populares a la convalidación en el Congreso del decreto ley con medidas que el Consejo de Ministros aprobó el martes. Que Pedro Sánchez hubiese situado al frente de las negociaciones a María Jesús Montero habría sido toda una declaración de intenciones. Habría sido dinamitar la negociación antes de comenzarla, la crónica de una farsa.
Pero Sánchez eligió esta vez a su ministro de Economía, Comercio y Empresa. Dice Montero, perejil de todas las salsas socialistas, que no está para nada ofendida, que lo lógico es que quien tiene las competencias de Comercio lidere las negociaciones sobre la respuesta a los 'aranceles recíprocos' de Donald Trump, ahora en pausa. Sería un argumento válido de no ser porque, hasta ahora, entre ella y Félix Bolaños han llevado todas las negociaciones de todas las materias habidas y por haber.
Maria Jesús Montero y Félix Bolaños en el Congreso
Hay un marciano en el Gobierno. Y se llama Carlos Cuerpo, funcionario del Cuerpo Superior de Técnicos Comerciales y Economistas del Estado y con experiencia en la Comisión Europea, la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal y el Ministerio de Economía. Un perfil técnico y de formas amables —con su equipo, que habla maravillas de él, y también con los ajenos— en un Ejecutivo infestado de profesionales de la política de colmillos afilados. Empezando por Sánchez y siguiendo por los demás: las vicepresidentas Montero y Yolanda Díaz, Bolaños, los ministros candidatos Óscar López, Pilar Alegría, Diana Morant y Ángel Víctor Torres; sin olvidar a Óscar Puente ni a los conversos, que tuvieron vida antes de la política, pero la han olvidado: Mónica García, Fernando Grande-Marlaska, Margarita Robles, José Manuel Albares…
Desde el principio, Cuerpo se propuso llegar a un acuerdo con el responsable de Economía del PP, Juan Bravo, que es de un perfil parecido al suyo. Por eso hay sintonía entre ambos. Tanto a la Moncloa como al PP les interesaba explorar un pacto entre los dos grandes partidos que demandaban los empresarios españoles y la Comisión Europea.
Durante días, Cuerpo y Bravo intercambiaron llamadas y papeles. El ministro de Economía accedió a incorporar en el texto del decreto ley varias peticiones del PP. Menores, cierto, pero más de las lentejas que acostumbra a servir Sánchez en el plato de Feijóo. Entre ellas, un plus de 220 millones en la partida prevista para ayudar a las empresas a buscar nuevos mercados y el compromiso de incorporar a las comunidades al despliegue de las ayudas. Eso como punto de partida para una posterior negociación de un plan de más amplio espectro. Las cosas fluían.
El lobo siempre será un lobo
Pero hete aquí que, de la misma forma que un lobo no puede dejar de ser un lobo, el Gobierno de Sánchez no puede dejar de ser lo que es: un Ejecutivo que vive de la polarización y del aislamiento y la demonización del adversario. Cuando no, directamente de la negación del derecho a existir del contrario, como hace con Vox. Un Ejecutivo alérgico a llegar a pactos con el PP, salvo que sean pactos en los que estén también Junts y sus socios para diluir y hacerse perdonar la incómoda presencia del principal partido de España.
Está en la naturaleza de Sánchez que, a pesar de tener algo encaminado el acuerdo con el PP, tiraría al monte. El presidente quiso meter a Junts en la ecuación y obligar a Feijóo a aceptar el pulpo como animal de compañía. Así que el ministro de Economía se arremangó, cumpliendo el mandato de convencer a los de Carlos Puigdemont. Y ya se sabe cómo convence siempre este Gobierno al prófugo: con dinero y/o privilegios para Cataluña. Si no lo son, al menos que lo parezcan para que Junts pueda seguir engordando el relato de que ellos son los únicos que defienden los intereses catalanes en Madrid, frente a una ERC entregada a Sánchez. «Todo acuerdo con nosotros siempre lo revisten de ‘hemos sacado más de lo que correspondía’», constatan en el ala socialista del Gobierno con pasmosa naturalidad.

La portavoz de Junts en el Congreso, Miriam Nogueras
De esa negociación salió una disposición adicional segunda en el decreto ley lo suficientemente ambigua como para que Junts haya vendido que Cataluña recibirá la cuarta parte de todas las ayudas movilizadas por el Gobierno, que se calculan en 14.320 millones (truco: la mayoría son créditos y avales). Porque esa es otra marca de la casa, jugar con la semántica: decir sin decir y no decir diciendo.
El miércoles en el Congreso, el ministro Cuerpo tuvo la ocasión de desmentir a Junts en la tribuna y garantizar al PP que no habrá un criterio territorial, sino sectorial, en el reparto. Para que así los populares pudieran volver a sentarse en la mesa de negociación. No lo hizo. La desconfianza del PP fue en aumento. Se suponía que él era el ministro conciliador. Pero ya dice el refrán que donde hay patrón no manda marinero.
Desde el Gobierno confiesan que sería un «regalo» que el PP votara en contra
«¿Es mucho pedir que un ministro no nos mienta?», se preguntan en la dirección nacional del PP. La reunión del jueves entre Cuerpo y los consejeros de Economía calmó algo los ánimos, pero el tira y afloja entre el Gobierno y la oposición seguirá durante las próximas semanas, porque la convalidación del decreto ley no irá al Pleno hasta la semana del 6 de mayo. «Si no nos preocupase nuestro país no seguiríamos hablando después de lo que han hecho», añaden las mismas fuentes. La pelota no está en el tejado de Cuerpo, sino en el de Sánchez. Y ya se sabe cómo suele acabar eso. Sobre todo, teniendo en cuenta la confesión que un alto cargo del Gobierno hizo el jueves al término del Pleno, fuera de micrófono: «Para nosotros sería un regalo que el PP votara en contra».