Carlota Valenzuela sabe mucho de caminos y de amor, porque esta joven lo dejó todo para hacer un recorrido muy especial

Carlota Valenzuela sabe mucho de caminos y de amor, porque esta joven lo dejó todo para hacer un recorrido muy especialCedida

Entrevista

Carlota, peregrina hasta Jerusalén: «Los mejores recuerdos son cosas cotidianas que aprendí a mirar con otros ojos»

  • Cuando muchos ultiman sus preparativos para hacer el Camino de Santiago, esta joven invita a confiar en la Providencia para recoger los frutos de cada paso

El Camino de Santiago es como la vida y viceversa. Paso a paso se va avanzando, cada piedra del camino es una enseñanza y los tropiezos, la oportunidad de apoyarse en el brazo amigo. Las señales nos guían y nos hacen decidirnos por una u otra dirección, corazón y cabeza se dan la mano para superar obstáculos y completar tramos. Los días avanzan y la senda de ayer es diferente a la de hoy, pero en el recuerdo queda lo aprendido para continuar, evitando lo que en otro momento nos hizo caer.

La meta aguarda y, mientras la alcanzamos, vamos haciendo hueco en nuestra memoria a los nombres que harán de nuestro recorrido algo único e inolvidable, porque al final del camino eso será lo que nos quede: el amor que dimos y recibimos durante el tiempo que estuvimos andando.

Carlota Valenzuela sabe mucho de caminos y de amor, porque esta joven lo dejó todo para hacer un recorrido muy especial, el que sintió que Dios le pedía que hiciera: de Finisterre a Jerusalén. Y a base de Providencia, mensajes en redes sociales y el boca a boca encontró alojamiento cada día, teniendo la oportunidad de conocer a decenas de personas que, quizá, no hablaban su misma lengua, pero sí el mismo idioma: el que traspasa las fronteras del alma.

"Estoy segura de que es lo más “productivo” que he hecho en mi vida"

«Estoy segura de que es lo más «productivo» que he hecho en mi vida»Cedida

–¿Cómo empezó todo?

–Era junio de 2021, yo estaba trabajando en una empresa líder en sostenibilidad en Madrid, con un trabajo muy bueno y en el que era muy feliz. Pero, de alguna manera, vivía con la frustración de sentir que había algo más a lo que yo no estaba siendo capaz de acceder, una felicidad que me quedaba lejana. Puse esto en oración y le pregunté a Dios: «Tú, ¿qué quieres de mí?» y sentí brotar en lo más hondo de mi alma: «peregrina a Jerusalén». En ese momento sentí una paz y una alegría que no había sentido nunca y me di cuenta de que la decisión ya estaba tomada.

–Ponerse en camino es tener tiempo para parar, reflexionar, hacer balance y proponerse nuevas metas. En una sociedad como la actual cuesta verdadero esfuerzo poder hacer algo de esto. ¿Cómo valora el haber llevarlo a cabo?

–Pararse... Qué difícil, imposible quizás. Recuerdo que mucha gente me dijo: qué poco productivo un año caminando, vas a perder el ritmo de la vida. Y estoy segura de que es lo más «productivo» que he hecho en mi vida. Parar. No para proponerme nuevas metas, sino para pasar del hacer al ser. Y es desde el ser desde donde puedo decidir en libertad.

Vivía con la frustración de sentir que había algo más a lo que yo no estaba siendo capaz de acceder

–Hubo imprevistos que le hicieron cambiar sus planes, ¿cómo los afrontó y mantuvo la paz?

–Si hay algo que estuvo presente en mi peregrinación fueron los imprevistos. Cada día, a cada hora, en cada paso. Dónde quería parar, dónde pretendía pernoctar, estas eras decisiones diarias que creía tener «bajo control», pero delante de mis narices basculaban a un ritmo frenético hasta que fui, poco a poco, rindiéndome a la incertidumbre y conviviendo con ella. Supongo que empecé a tener paz justo cuando quise controlar menos. Cada día había un camino cortado, un deslizamiento de tierras que no me permitía avanzar, algún perro enfadado que no me dejaba seguir en la dirección que yo quería, o chaparrones que me obligaban a parar. Como en la vida, supongo.

–Uno de los días más especiales, supongo, que fue su encuentro con el Papa Francisco. Pero, además de este recuerdo, ¿cuáles otros están grabados en su memoria?

–Es curioso que casi dos años después lo que más recuerdo es cómo me daba el viento en la cara en una llanura de Francia, o el reflejo del sol en el mar en las costas de Montenegro. Mis mejores recuerdos son cosas cotidianas que aprendí a mirar con otros ojos. El encuentro con el Papa en Roma fue de los más divertidos de toda la peregrinación, sin duda. Recuerdo reírme tanto con él que me dio hasta vergüenza. Le pedí que bendijese una nariz de payaso para que yo pudiese llevar la alegría de Dios al mundo entero y él no paraba de hacer bromas. Me pareció muy entrañable, te miraba como si fueses la única persona en el mundo.

–¿Cómo era la Carlota antes de peregrinar y cómo es la de ahora?

–Físicamente, iguales. Ni un kilo menos. Supongo que el gran cambio es la libertad de la que me veo dotada hoy en día, sabiendo que cualquier cosa es posible, sabiéndome cuidada infinitamente por Dios, habiendo compartido con mis hermanos de medio mundo sus casas, sus comidas, sus vidas. Creo que no entenderé los frutos de la peregrinación hasta que pasen muchos años, pero lo que me invade desde entonces es un sentimiento de saberme amada que me hace vivir con paz y libertad.

El encuentro con el Papa en Roma fue de los más divertidos de toda la peregrinación, sin duda

–En estos días muchos aprovechan para hacer el Camino de Santiago, ¿qué le recomendaría a un peregrino para aprovechar el camino al máximo en todos los aspectos según su propia experiencia?

–Lo primero: silencio. Por fuera y por dentro. El de fuera facilita el de dentro. Hay tanto que no sale a la superficie porque lo tenemos ahogado en ruido que, si dejamos que el camino nos conduzca hacia el silencio, seremos capaces de desenterrar tesoros que están en lo más profundo de nuestro corazón. Lo segundo: abandonarse a la incertidumbre. Es ahí donde suceden los mejores encuentros, los descubrimientos más anodinos y los regalos inesperados.

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