El escritor sevillano Antonio García Barbeito

El escritor sevillano Antonio García BarbeitoJaime Rodriguez

Entrevista

García Barbeito: «El campo ha sido el alimento principal de mi escritura; todo lo que allí sucede es de verdad»

El escritor sevillano plasma las vivencias de su niñez y adolescencia en Aznalcázar, su pueblo natal

El escritor sevillano Antonio García Barbeito (Aznalcázar, 1950) recupera sus vivencias en su pueblo natal en ‘Donde habita la memoria’ (editorial Almuzara), su nuevo libro.

En sus páginas, García Barbeito da forma a sus recuerdos, ligados a la infancia y la adolescencia en Aznalcázar, y plenamente relacionados con el campo, la naturaleza y sus personajes.

Se trata de una serie de capítulos cortos y dedicados a quienes se cruzaron en algún momento en la vida del autor pero con gran variedad de escenarios sin salir de la cotidianidad.

¿Dónde habita la memoria de Antonio García Barbeito?

— La más interesante, por ser la primera, habita en Aznalcázar, mi pueblo de origen. Allí tengo la infancia, la adolescencia y la primera juventud, donde se fragua todo el mundo de una persona y en este caso, la de un escritor.

Llegará un día, como advertían Machado, que el hombre de ciudad acabará volviendo al campo

¿A qué época y momento pertenece la fotografía de la portada, donde se ve a todo el pueblo asistiendo a una procesión en la plaza?

— No lo sé exactamente, pero esta fotografía no es de mi memoria, porque es anterior a lo que yo cuento en el libro. Hemos llegado a la conclusión de que será de los años 20 o 30. Representa el núcleo de Aznalcázar, la calle principal, una zona que transité mucho de niño. Ahí tengo mucho vivido.

Portada del libro 'Donde habita la memoria'

Portada del libro 'Donde habita la memoria'Almuzara

Cada uno de los pasajes están dedicados a una determinada persona, ¿son ya muchas las ausencias?

— Claro, ya hay gente que falta, unos por mayores, otros por otras cuestiones como accidentes o enfermedades. Todos los que aparecen tienen una razón para estar. Por ejemplo, un señor que cuando yo era niño siempre le recuerdo en el campo que trabajaba mi padre, que lo tenía en arrendamiento. Mi recuerdo es que se trataba de un hombre muy bueno, suficiente para dedicarle uno de los textos a José Vera Ventura, Caterre.

El campo te ayuda a querer la creación, y eso supone quererte a ti mismo y a los demás

¿Qué influencia ha tenido Aznalcázar en su trayectoria literaria y vital?

— Creo que era Carmen Martín Gaite la que decía que los primeros años de su vida es cuando el escritor se forja, porque empieza a conocer los elementos, las sorpresas y los asombros. En mi caso, al igual que a la gente de la costa le marca el mar, lo hace el río que estaba a las orillas de la finca de mi padre. También el campo, porque él era campesino, con todos sus olores y sabores. El gran mapa de mi infancia eran ese llano abierto que daba a los surcos y al río, a los olivares... Ellos y sus personajes constituyen mis asombros de esos primeros años. A este libro le pasa como a tantos otros: empiezan contando algo íntimo, pero esa intimidad acaba siendo algo universal. De alguna manera, esto de lo que hablo lo han vivido en cualquier otro pueblo los chicos de mi generación.

El campo en la España del siglo XXI es para mucha gente sinónimo de dureza, despoblación y éxodo...

— Pero para mí, lo es y lo ha sido todo. Sigue siendo el alimento principal de mi literatura. Todos los lunes escribo un artículo en las páginas de agricultura de ABC. Y pronto saldrá un libro titulado ‘Campo escrito’. Mi casa en Aznalcázar permite ver todo el paisaje, algo que me sigue alimentando también. El campo que veo hoy no es el campo que viví de niño, un campo habitado por cabreros, porqueros, pastores. Gente que iba y venía. Pero creo que llegará un día, como advertía Machado en Juan de Mairena, en que el hombre de ciudad acabará volviendo al campo, donde está la única verdad. La lluvia en la ciudad es un engorro, y el viento peligroso, pero en el campo son la creación. Me da pena que muchos niños de hoy en día aún no hayan presenciado la verdad del campo. Porque es algo que te ayuda a querer la creación, y quererla es quererte a ti mismo y a los demás.

De todas las personas del campo que conoció en esa niñez, ¿quién le marcó más?

— El primer gran narrador de mi vida es mi padre, un hombre que, sin ser culto, narraba y contaba las cosas muy bien. Más adelante, empiezo a frecuentar la casa de unos amigos de mis padres, la de los hermanos Mora Colchero, donde se organizaban unas tertulias increíbles. Yo me pasaba las noches allí donde no hacía falta la radio ni la televisión, solo reinaba la palabra, y por eso acaban siendo fundamentales en mi vida de escritor.

Sostiene que aquellos niños del campo, no desarrollaron tantas depresiones ni otras afecciones vitales como los de la actualidad...

— Estoy convencido de que muchos de los problemas que hay ahora, desde aburrimiento crónico a problemas de atención, no se desarrollaban entonces en una época donde faltaba de todo, pero teníamos tantos alicientes para vivir. Nos faltaban muchas cosas, pero amigo, teníamos la libertad del juego y del campo. Todos fuimos felices sin tener los Reyes que queríamos tener. Nos inventamos el juguete y el juego. Si salíamos y pasábamos sed, teníamos recursos, mientras muchos niños de hoy se agobian por casi todo. Antes, recurrir a una piña o a una piedra respondía a esa necesidad creativa. Por eso creo que hemos desarrollado una mayor imaginación.

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