La contracrónica La Corona se corona con Leonor
Los periodistas solemos decir, yo lo hago, que España se desangra por nuestro deterioro institucional. Hoy, sin embargo, una adolescente con cara de ángel ha llenado de matices el apocalipsis, vestido de blanco el luto institucional, iluminado con su mirada azul los tiempos de furia. Llegó Leonor ataviada con traje sastre (inspirado en el que usó su madre en su petición de mano) y cola de caballo, y no envuelta en terciopelos y cretonas, para refutar tantos prejuicios de quienes sueñan con la guillotina para los Reyes mientras ensalzan a dictadores caraqueños o lagrimean ante mitos nacionalistas decimonónicos.
Leonor de Borbón contraprogramó a Ione, Irene y otras hierbas jurando la Constitución gracias a la cual ellas han llegado tan lejos como jamás imaginaron, mientras las ministras de Galapagar ejercen una curiosa manera de feminismo sacándole los ojos a otra mujer, Yolanda Díaz, porque les quiere retirar la nómina y el coche oficial. Empoderada Leonor se comprometió a someterse siempre a una Constitución y a un Parlamento, que nunca habían sido tan poco respetados por quien prometió defenderlos como presidente del Gobierno. Ella es el futuro de la institución. Y de España.
Imposición del Collar de la Orden de Carlos III
La Princesa Leonor: «Me debo desde hoy a todos los españoles, a quienes serviré en todo momento con respeto y lealtad»
Ante una presidenta plurinacional del Congreso que resucitó poetas menores metidos con calzador para demostrar que sabe más de lenguas cooficiales que de indumentaria protocolaria –su calzado no soportaría una regañina materna sobre cómo acudir correctamente a un acto importante- la Princesa de Asturias cumplió con una liturgia que solo tienen los países que hunden sus raíces en la historia, en el mismo ejemplar de la Carta Magna en que lo hizo su padre hace 37 años y sancionó y promulgó su abuelo, al que no se ha permitido asistir con ese sectarismo tan sanchista que premia a los huidos de la justicia y castiga al Rey que renunció a los poderes entregados por Franco para que Sánchez, Puigdemont y Otegi puedan convertirla hoy en un cromo para intercambiarse en su juego de tronos (republicanos y soberanistas).
Ya es mala suerte que habiendo pasado por la presidencia del Parlamento español alturas institucionales como José Félix Pons, Luisa Fernanda Rudi, Manuel Marín, el propio Peces-Barba, y tantos otros, tengas enfrente a una presidenta que usa su discurso oficial para predicar sanchismo, para complacer a líderes separatistas que encima han dado plantón a la soberanía nacional -nacional, no popular, señora Armengol- , ante la mirada y el chaqué complacido del jefe, del que espera el aviso caribeño para fijar la investidura cuando se haya hecho el PSOE las suficientes fotos claudicantes que estime oportuno el «president» Puchi. Cuántas carcajadas compartieron Armengol y Sánchez mientras Leonor firmaba en el libro de honor del Congreso. Risas como dardos al respeto al Congreso, cerrado, sin control alguno al Gobierno que, en funciones, funciona con la dinámica de siempre: yo, yo y yo.
Por España, Sánchez y su Gobierno asistían en el Palacio Real a la imposición a Leonor de la medalla de la orden de Carlos III, de la misma forma que por España amnistían a los delincuentes contra los que clamó Felipe VI, ejerciendo un liderazgo aquel 3 de octubre de 2017 bajo el que millones de españoles, y entre ellos muchos catalanes, se sintieron reconfortados. El ecosistema de Pedro Sánchez permite poner una vela a Dios y otra al diablo, sin que -y esa es su principal razón de ser- sepa muy bien quién es Dios y quién el diablo.
En el Palacio Real, Pedro tomó la palabra para ahuecar la voz y para ofrecer a la hija mayor de los Reyes lo que no tiene ni conoce. «Contad Alteza, con la lealtad, el afecto y el respeto del Gobierno». Era tanto como escuchar al león Mufasa sostener que cuidaría a Simba, su sobrino, después de matar a su padre, el rey león. Insólito el compromiso de Sánchez teniendo en cuenta que sus socios emitieron a esa misma hora una nota feroz contra la Princesa y la institución que representa.
Para el final, lo mejor, la llamada a la unidad y permanencia de España y la humildad de la futura Reina, que ayer cumplía 18 años, que pidió a los españoles «que confíen en mí, como yo tengo puesta toda mi confianza en el futuro de España». Falta nos va a hacer de esa confianza y de esa Princesa.