La boda más esperada tras un anuncio que sorprendió a todos
Los españoles urgían a Don Felipe a que se casara y garantizara la continuidad dinástica. Y, aunque su novia no se ajustaba al perfil esperado, la mayoría de la gente comprendió las razones de un Príncipe enamorado.
La boda del Príncipe de Asturias se había convertido en el acontecimiento más esperado. Los españoles urgían a Don Felipe, que ya tenía 36 años, a que acabara con su soltería. Querían que se casara, tuviera descendencia y garantizara la continuidad de la dinastía. Y el Heredero de la Corona pedía tiempo para encontrar una mujer que conjugara las razones de Estado con las razones del corazón. Es decir, que reuniera las condiciones necesarias para ser una buena Reina y de la que él estuviera enamorado.
Por eso, cuando el 1 de noviembre de 2003 los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía anunciaron el compromiso matrimonial del Heredero de la Corona, la noticia corrió como la pólvora y fue acogida con ilusión, pero también con sorpresa, porque casi nadie sabía que Don Felipe tenía novia y porque la elegida no se ajustaba al perfil esperado de una futura Reina: era una periodista divorciada de clase media.
El Príncipe se había fijado en Letizia Ortiz al verla por televisión y la conoció en persona la noche del 17 de octubre de 2002, cuando acudió a una cena que ofreció otro periodista, Pedro Erquicia, en su ático del barrio de Salamanca. Ambos congeniaron y estuvieron hablando toda la noche, pero según Don Felipe, aquello «fue un encuentro casual y no tuvo ninguna consecuencia. Fue en la primavera (de 2003) que tomamos más contacto y aquello fructificó».
El corto noviazgo transcurrió bajo la más absoluta discreción. Tanta, que cuando el 24 de octubre de 2003 Don Felipe acudió a saludar en Oviedo a los profesionales de TVE que habían transmitido los premios Príncipe de Asturias, entre los que estaba Letizia Ortiz, nadie sospechó lo que había entre ellos. Ocho días después y tras unas filtraciones periodísticas, la Casa del Rey decidió precipitar el anuncio del compromiso matrimonial. La idea era presentarlo como un hecho consumado para evitar el debate mediático entre los partidarios y detractores de la novia, como había ocurrido con Eva Sannum, la anterior relación del Príncipe.
Aunque la novia no se ajustaba al perfil esperado y algunos sectores de la sociedad la pusieron reparos, la mayoría de los españoles comprendieron las razones del corazón de un Príncipe enamorado. «Letizia es la mujer con la que yo quiero compartir mi vida y formar una familia», afirmó Don Felipe.
El 6 de noviembre se celebró la petición de mano en el Palacio de El Pardo, y Doña Letizia llamó la atención por su espontaneidad cuando pidió en público al Príncipe que no la interrumpiera con su famoso «déjame hablar a mí». Tras el anuncio, la prometida del Príncipe dejó a regañadientes su trabajo en TVE y su apartamento de Valdebernardo, y se instaló en La Zarzuela, donde poco a poco empezó a integrarse en la Familia Real y en su nueva vida.
España entera vivía ilusionada los preparativos de la boda, pero toda esa alegría se esfumó de un plumazo dos meses antes del enlace matrimonial, cuando Madrid sufrió los peores atentados terroristas de la historia. El 11-M mostró a Doña Letizia el lado amargo de ser Reina, cuando acompañó a Doña Sofía y al Príncipe a visitar a los heridos y a sus familiares. El dolor contenido se desbordó el 24 de marzo en el funeral por las víctimas que se ofició en la catedral de la Almudena.
Después de la tragedia, los ciudadanos necesitaban más que nunca un acontecimiento feliz que actuara como bálsamo y devolviera la esperanza. Y ese acontecimiento feliz iba a ser la esperada boda del Heredero de la Corona. Una semana antes del enlace matrimonial, el Príncipe y su prometida acudieron en Copenhague a la boda de los Príncipes Federico y Mary de Dinamarca, y aquella cita supuso el debut internacional de Doña Letizia ante las Casas Reales extranjeras. Con un vestido rojo de Lorenzo Caprile, la prometida de Don Felipe lo superó con nota.
Hacía 98 años que Madrid no acogía una boda de Estado, desde que se celebró la del Rey Alfonso XIII con Victoria Eugenia, y se cuidaron todos los detalles para que la ceremonia fuera perfecta. Durante tres días se sucedieron los ensayos en el Palacio Real y la Catedral de la Almudena, que se habían unido con una larga alfombra roja por la que debía pasar el cortejo nupcial, la novia y su séquito de pajes y damas de honor.
A pesar de que la mañana anunciaba lluvias, el 22 de mayo de 2004 miles de personas se echaron a la calle para celebrar la boda de los Príncipes. Entre los invitados, se encontraban 16 jefes de Estado de los cinco continentes, 38 Casas Reales, el Gobierno de la Nación y todas las instituciones del Estado. Más de 1.200 millones de personas estaban siguiendo la ceremonia por televisión desde todos los rincones del mundo.
El novio y el cortejo nupcial, que cerró el Rey Don Juan Carlos del brazo de su hermana la Infanta Pilar, salieron del Palacio Real, cruzaron a pie el Patio de la Armería y llegaron al templo. Pero, cuando la novia se dispuso a salir del Palacio Real, empezó a llover con tal fuerza que hubo que sustituir el paseo a pie por el traslado en coche.
Don Felipe, con el uniforme de gran etiqueta de comandante del Ejército de Tierra, llegó al altar 7 minutos antes de las 11 horas y tuvo que esperar 17 minutos a que la novia entrara en el templo. Doña Letizia, vestida por Pertegaz, llegó acompañada por sus pajes y damas de honor, que llevaban espectaculares trajes inspirados en el siglo XVIII español y en Goya.
Los niños fueron quienes protagonizaron las anécdotas de la jornada con sus ocurrencias y travesuras. Aunque disponían de cojines para sentarse, prefirieron hacerlo en el suelo y pronto empezaron a gatear hacia sus abuelos, los Reyes, que tuvieron que llamarlos al orden.
Felipe Marichalar y su primo Juan Urdangarin se divirtieron lanzando pataditas a Victoria López-Quesada, que aguantó estoicamente, hasta que las cuidadoras de los niños se los llevaron a todos y dejaron olvidados un par de zapatos sobre un cojín.
Bajo la música de los truenos, los novios se convirtieron en marido y mujer sin decir en ningún momento «sí quiero», porque escogieron la fórmula más larga de las tres posibles. Y, antes de dar su consentimiento al matrimonio, el Príncipe dirigió la mirada a su padre para pedirle la venia. Bastó con un leve gesto de Don Juan Carlos, que asintió con la cabeza, para que la ceremonia prosiguiera. Y otro de los momentos más comentados de la ceremonia, que ofició el arzobispo de Madrid, monseñor Rouco Varela, fue cuando la abuela paterna de la novia, Menchu Álvarez del Valle, declamó, con su voz radiofónica, la segunda de las Lecturas.
Una vez finalizada la ceremonia, el arzobispo, los Reyes, los 9 testigos del novio y los 10 de la novia firmaron el acta matrimonial, y Doña Letizia salió del templo convertida en Princesa de Asturias.
Como es tradición en las bodas reales, los recién casados hicieron un recorrido en coche por Madrid para compartir su alegría con los ciudadanos. Pasaron ante la estación de Atocha, a donde habían enviado esa misma mañana una corona en recuerdo de las víctimas de los atentados, y se dirigieron a la Real Basílica de Atocha, donde la Princesa depositó su ramo de novia.
Desde allí regresaron al Palacio Real y saludaron desde el balcón a la multitud que les vitoreaba desde una abarrotada plaza de Oriente. «Que se besen, que se besen», coreaba la muchedumbre, y los recién casados se dieron un beso tan medido que algunos calificaron de casto.
Mientras tanto, los 1.600 invitados se repartían por las mesas instaladas en los patios y las galerías del Palacio Real. El banquete nupcial lo sirvió el restaurante Jockey e incluyó 12 platos con aperitivos de todas las regiones, un hojaldre con frutas de mar y capón asado, y la tarta nupcial la preparó el maestro repostero Paco Torreblanca.
En los brindis, el Rey Don Juan Carlos tomó la palabra: «Queridísima Letizia, te recibimos con los brazos abiertos», afirmó. Y el Príncipe quiso compartir con todos su felicidad: «No puedo ni quiero esconderlo, imagino que salta a la vista: Soy un hombre feliz. Y tengo la certeza de que esta condición me la da sentir la emoción de ver y protagonizar la realización de un deseo: me he casado con la mujer que amo».
Especial realizado por:
Redacción: Almudena Martínez-Fornés. Diseño: David Díaz.