El defensor de la Constitución
Don Felipe, lejos de atrincherarse en Zarzuela, comenzó su mejor época: salir más, visitar más veces Cataluña, y multiplicar sus audiencias y contacto con los españoles, fueran torneos deportivos o procesiones
Hace algo más de un año, coincidiendo con su 66 cumpleaños, Jaime Alfonsín pidió a Felipe VI que le relevara de sus funciones como jefe de la Casa del Rey. No era la primera vez que proponía su retirada, pero esta vez el Rey pensó que ya no podía prolongar más el cambio y solo le pidió un año más para buscar un sustituto. A la edad de Alfonsín había que añadir el desgaste de los últimos años, por no hablar de los anteriores: abdicación de Don Juan Carlos, proclamación y puesta en marcha de la nueva Casa, etcétera. Demasiado para un hombre tranquilo cuya única aspiración y hobby conocido es jugar al golf en Puerta de Hierro.
El Rey cumplió y, un año después, se anunció el fichaje de Camilo Villarino como nuevo jefe de la Casa. Un diplomático adscrito a la Embajada de España en Bruselas. Pero Don Felipe sabía que la salida de Alfonsín solo era el primer cambio. Necesitaba un nuevo equipo y, poco a poco, junto con Villarino ha ido diseñándolo, así como el nuevo organigrama de la Casa. A día de hoy solo quedan dos relevos pendientes: el del secretario general, Domingo Martínez Palomo, el hombre clave del staff, y el de Jordi Gutiérrez, responsable de Comunicación y amigo personal de la Reina.
Estos cambios en la estructura interna de la Jefatura del Estado no son una cuestión menor. Se trata de las personas que han acompañado a Don Felipe en la primera década de su reinado y que ya han superado, salvo en el caso de la interventora, Isabel Rodríguez, los sesenta años de edad. Pero es también una forma de encarar la próxima década. El Rey ya piensa en ella porque ha ido detectando algunas carencias en su entorno.
Un ambiente poco favorable
Los primeros agujeros comenzaron ya antes de su proclamación. El antiguo equipo de la Casa había diseñado una estrategia para el relevo de Don Juan Carlos que solo pudo llevarse a cabo porque Alfredo Pérez Rubalcaba, pese a su enfermedad, consiguió que la transición se desarrollara sin sobresaltos. Ya habían empezado los rumores en la prensa extranjera sobre las finanzas de Don Juan Carlos y un crecido Podemos planteaba una revisión de la Constitución en este punto. Hay que decir que el relevo se llevó a cabo gracias al tándem Rajoy/Rubalcaba pero la buena gestión no evitó la contestación ni siquiera dentro del PSOE. Y así llegó Felipe VI al trono. Con una abdicación forzada de su padre y con un ambiente político poco favorable a las pompas de una proclamación. Todo un aperitivo de lo que vendría después.
Pese a que Don Felipe llegó al trono con los mayores índices de popularidad de la Familia Real, lo que quizá nadie esperaba es que la bola de su padre: deuda con Hacienda, proceso legal en Suiza y denuncias de Corinna Larsen en Londres se multiplicara en las portadas de los medios nacionales e internacionales. La presión fue tal que terminó obligando a Don Juan Carlos a salir de España para residir de manera habitual en Abu Dabi.
Pero ni siquiera las posteriores regularizaciones fiscales de Don Juan Carlos tranquilizaron el panorama. Las televisiones, con sus programas de tarde y las series que contaban la vida sentimental de Juan Carlos I, añadieron nueva munición al ambiente de Zarzuela. En la Casa «pensábamos que los problemas iban a venir por parte de los familiares de la Reina, pero no por la Familia Real, recuerda un cargo de entonces. Y sucedió lo uno y lo otro». Fue entonces cuando a algún lince de Zarzuela se le ocurrió reducir la llamada «Familia Real» a los Reyes y a sus hijas. El resto pasaban a ser familiares por muy Infantas de España que fueran. Pero tampoco sirvió de mucho. Aquel cambio de estatus no resolvió ni los líos de Iñaki Urdangarin con su nueva novia, ni las reyertas de Felipe Juan Froilán en las puertas de las discotecas.
Pero sí ocurrió algo que luego han copiado otras monarquías. La comunicación en el entorno de la nueva Familia Real se blindó. Todo lo que no era agenda de la Casa del Rey pasaba a ser vida privada de los monarcas. Y con este entorno familiar nos plantamos en 2017.
No perdonaron sus palabras
Mirado con perspectiva nadie duda que aquel discurso de Don Felipe en Zarzuela desmontando el golpe de Estado del Parlament catalán ha sido el punto de inflexión de estos diez años en el trono. Antes había un Rey que quería hacerlo bien a pesar de las circunstancias familiares, pero aquello fue distinto. Fue frenar un golpe. Naturalmente, el independentismo no perdonó sus palabras. Parecía que tenían cogida la medida al presidente Mariano Rajoy, pero no esperaban esa reacción en el Jefe del Estado.
Por eso, cuando se produjo la posterior salida de Don Juan Carlos de España, centraron todos su ataques en su figura para ir minando el prestigio de la Corona. Pero Don Felipe, lejos de atrincherarse en Zarzuela, comenzó su mejor época: salir más, visitar más veces Cataluña, y multiplicar sus audiencias y contacto con los españoles, fueran torneos deportivos o procesiones. Creo que ha sido la única vez que he constatado una estrategia de comunicación sobre la presencia de Don Felipe en la vida pública. Y no estaba mal, sobre todo teniendo en cuenta que sus viajes al extranjero se redujeron a las proclamaciones presidenciales en América y ceremonias familiares con otras monarquías del continente. Cosas del nuevo presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que estaba empeñado en llevar en exclusiva las riendas de la política exterior. Así nos va.
Y concluyo con esta circunstancia. En diez años de reinado, Don Felipe lleva más consultas a los partidos que su padre en casi cuarenta años. La vida política se ha desajustado y el gobierno actual, de minoría parlamentaria, amenaza una y otra vez con saltarse, o al menos forzar la Constitución. Es el principal reto de su reinado. Pero también es, sin duda, una oportunidad para ejercer su papel de defensa de la Constitución. Ya lo ha hecho una vez, y me temo que tendrá que volver a hacerlo.