El reto de ser Rey con un Gobierno hostil
A pesar de los vetos y refrendos, Don Felipe ha seguido advirtiendo en público y machaconamente del precipicio al que nos encaminamos. De ahí su defensa a ultranza de la Constitución, la democracia, la libertad y la independencia judicial
Nunca un Rey, salvo en guerras, lo ha tenido tan difícil como Don Felipe. Porque nunca antes en la historia un Rey había tenido que reinar con un Gobierno hostil. Ni siquiera en las dos Repúblicas, España había estado gobernada, como ahora, por socialistas, republicanos y comunistas con el apoyo de separatistas. Y, nunca antes tampoco, el Gobierno había dependido de un fugitivo de la Justicia que pretende destruir lo que el Rey simboliza: esa vieja nación de siglos que se llama España.
Cuando Don Felipe era Príncipe, todo el mundo pensaba que su gran reto sería dar continuidad a la historia de éxito que supuso el reinado de Don Juan Carlos, el hombre que había conseguido restaurar la Monarquía y la democracia, y que había propiciado la etapa más larga de paz, libertad y progreso. Nadie se podía imaginar entonces que su hijo lo tendría mucho más difícil.
Cuando Don Felipe asumió la Corona, tras una espera que se hizo demasiado dura y larga, se encontró una España desencantada por la crisis, la corrupción, el paro y los comportamientos inmorales. Y aquel hombre de 46 años, que se había convertido en el Rey más joven de Europa, empezó a trazar su propio camino, el de «una Monarquía renovada para un tiempo nuevo».
Un mes y nueve días después de asumir la Corona adoptó las primeras medidas para convertir la Monarquía en la institución más transparente de España: «Los muros de esta casa deben ser de cristal», se oía entonces en La Zarzuela.
El Rey dispuso que los miembros de la Familia Real no pudieran trabajar en empresas públicas o privadas, que los regalos no superaran los usos de cortesía, sometió voluntariamente las cuentas al control de la Intervención del Estado y del Tribunal de Cuentas, y a auditorías públicas, y, más adelante, hizo público su patrimonio personal.
También revocó el título de Duquesa de Palma a su hermana la Infanta Cristina, cuyo comportamiento no había estado a la altura en el caso Nòos. Y demostró que para él los intereses generales siempre estarían por encima de los particulares.
Pero el reinado de Don Felipe ha avanzado, desde el primer momento, con la música de fondo de una machacante refriega política que ha ido subiendo de tono y nadie sabe cómo va a acabar. Primero fue la crisis de gobernabilidad, con once meses de bloqueo político; después, el golpe de Estado independentista de 2017, que tuvo que salir a parar el Rey ante el Gobierno frágil e indeciso de Mariano Rajoy, y por último, la irrupción de Pedro Sánchez y la demolición a cámara lenta de la España que hemos conocido.
En diez años de reinado ha habido cinco elecciones generales, dos presidentes, 76 ministros, un atentado terrorista, un referéndum ilegal de independencia, un abrupto cambio de gobierno mediante moción de censura, diez rondas de consultas (Don Juan Carlos hizo 11 en 39 años), se han estrenado artículos de la Constitución que no se habían aplicado nunca, se han aprobado más de 220 decretos-ley y, por si fuera poco, también una pandemia, que ocasionó más de 120.000 muertos aunque las cifran reales nunca se conocerán.
Fue precisamente en lo peor de la pandemia cuando el Rey tuvo que afrontar otro momento de enorme dificultad: el chantaje al que intentaron someterle los abogados de Corinna Larsen, que se encontraba acorralada judicialmente y trataba de implicar a Don Felipe en una oscura operación. Su plan consistía en filtrar a la prensa que él era beneficiario de dos fundaciones con cuentas en el exterior, algo que se hizo sin el consentimiento ni conocimiento del Rey, como él mismo había declarado ante notario un año antes, cuando empezó el acoso.
En ese momento comenzó la operación de acoso y derribo contra Don Juan Carlos por parte del Gobierno de Sánchez, que creía haber encontrado una fisura para demoler el sistema. Don Felipe tuvo que adoptar unas medidas muy dolorosas, pero necesarias en aquel momento para preservar la Corona: retiró la asignación a Don Juan Carlos, renunció, en su nombre y en el de su hija, a cualquier herencia que no fuera transparente y ejemplar, y trasladó a su padre las presiones para que abandonara La Zarzuela.
Con Sánchez llegaron los vetos al Rey, las prohibiciones, los tics autoritarios, los incumplimientos con los despachos semanales, las esperas y los plantones, los ninguneos, las provocaciones, las ausencias en momentos clave -como la primera visita de la Princesa a Cataluña en pleno acoso separatista-, el afán de sustituir en los foros y las fotos al jefe del Estado y, lo que es más grave, los indultos y la amnistía a quienes el Rey señaló en su discurso del 3 de octubre de 2017.
Sánchez está sometiendo a la Corona a unas tensiones extremas porque es la única institución que no ha conseguido asaltar ni doblegar. Pero el Rey ha sido capaz de no caer en ninguna de sus provocaciones, ni siquiera cuando el presidente del Gobierno le ha puesto entre la espada y la pared, presentándole leyes para que las sancione que van contra sus principios más profundos.
A pesar de las dificultades, el reinado de Don Felipe ha tenido momentos brillantes, como el discurso de seis minutos de duración con el que borró de un plumazo la ensoñación independentista catalana y devolvió la esperanza a los españoles. O el viaje a Cuba, en el que defendió, como nadie lo había hecho antes, el valor de la democracia, la libertad y la dignidad humana ante el desconcertado dictador cubano, que no se lo esperaba.
Y momentos institucionales muy relevantes, como la imposición a la Heredera de la Corona del Toisón de Oro, la histórica visita a Covadonga o la jura de la Constitución al alcanzar la Princesa su mayoría de edad.
Y a pesar de los vetos y de estar sometido a los refrendos del Gobierno, Don Felipe ha seguido advirtiendo en público y machaconamente del precipicio al que nos encaminamos si no corregimos el rumbo. De ahí su defensa a ultranza de la Constitución, de la democracia y la libertad, de la independencia judicial, de la separación de poderes y del Estado de Derecho. Ha alertado contra el asalto a las instituciones, contra los muros que destrozan la convivencia y contra el intento de demolición de los valores que definen a los españoles. Como dijo la semana pasada el magistrado emérito del Tribunal Constitucional Manuel Aragón, «un Rey neutral no debe de ser un Rey neutralizado».
Los Reyes también han sabido estar donde debían en cada momento, ya fuera encabezando la manifestación de Barcelona contra los atentados terroristas, que luego se convirtió en una encerrona, o consolando a las víctimas del volcán de La Palma, de inundaciones, incendios o cualquier otra catástrofe. Y desde hace seis años, lo consiguen a pesar del afán de protagonismo de Sánchez, que siempre trata de hacerse él la foto en el lugar de la tragedia o de la victoria -si es un éxito deportivo- antes que Don Felipe y Doña Letizia.
Incluso en este contexto hostil, la Corona sigue siendo muy bien valorada por los españoles. Según el último barómetro del CIS de Tezanos, la Monarquía solo es un problema para el 0,1 por ciento de los encuestados, mientras que los políticos son el principal problema para el 10,8 y el Gobierno lo es para el 8,1. Y la manifestación convocada el pasado domingo en Madrid contra la Monarquía pinchó con 4.000 asistentes, según la Delegación del Gobierno.
La presencia de los Reyes sigue suscitando enorme ilusión allá donde van. A Don Felipe y Doña Letizia les esperan durante horas, bajo el sol o la lluvia, personas de todas las edades e ideologías políticas, para verles pasar o, en el mejor de los casos, estrecharles unos segundos la mano. O se la besan, como hizo la semana pasada al Rey una señora en Villafranca del Bierzo. A otros les emociona su presencia y se le saltan las lágrimas. Incluso, una niña le pellizcó hace un par de meses la piel a Don Felipe para asegurarse de que era de carne y hueso. Al Rey le saludan personas con pulseras republicanas porque, como él mismo dice, en la Monarquía «caben todas las formas de sentirse español».
El debate Monarquía-República del que tanto hablan algunos medios de comunicación tiene mucho de artificio puesto que no se percibe ni en las encuestas ni en las calles.
Diez años después de su proclamación, muchos españoles ven al Rey como la figura que aporta estabilidad, serenidad, templanza y autoridad moral en una España que, a pesar de la enorme crispación política, no quiere ser la de unos contra otros, sino que quiere ser la España de la que habló el Rey el día de su proclamación: la de "de todos y para todos».
Especial realizado por:
Redacción: Almudena Martínez-Fornés. Diseño: David Díaz.