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María Isabel de Braganza, fundadora del Museo del Prado, pintada por Bernardo López Piquer (1829)Museo del Prado

Historias de la Corona  María Isabel de Braganza, la Reina que murió dos veces

Frente a la versión oficial, la leyenda asegura que fue dada por muerta erróneamente y que falleció por una mala praxis

El 26 de diciembre de 1818, el Real Sitio de Aranjuez se vestía de luto. La Reina María Isabel de Braganza, segunda esposa de Fernando VII, fallecía de forma tan repentina como controvertida. Su muerte no solo supuso un duro golpe para la corte, sino que dio pie a uno de los episodios más inquietantes y grotescos de la Monarquía española. Desde entonces, su figura ha sido recordada como la «Reina que murió dos veces», en alusión a un macabro relato que, más de dos siglos después, sigue vivo en el imaginario colectivo.

La versión oficial, publicada en la Gaceta Extraordinaria de Madrid, describe los últimos momentos de la soberana con detalle clínico. Según el parte médico firmado por el doctor Rafael Costa, médico de cámara, María Isabel, hallándose sentada y en conversación con su servidumbre, sufrió un súbito ataque de «alferecía», término que se refería a convulsiones o ataques epilépticos. Aunque recuperó algo de conocimiento, pronto le sobrevino un segundo ataque que le resultó fatal. Eran las nueve y veinticinco de la noche cuando se certificó su deceso.

Acto seguido, llegaron a la regia estancia los doctores Agustín Frutos y Julián Gutiérrez para practicarle una cesárea de emergencia con la esperanza de salvar al bebé que llevaba en su vientre. La recién nacida, una niña, falleció a los pocos minutos. Ambos cuerpos fueron preparados para su traslado al Panteón de los Infantes en el Monasterio de El Escorial, donde la Reina sería sepultada por no haber dado ningún Heredero a la Corona.

Dada por muerta por error

Una versión que no fue suficiente para acallar las habladurías que comenzaron a circular. Según testimonios no oficiales, el fatal desenlace pudo haber sido muy diferente. Relatan que María Isabel perdió el conocimiento y fue erróneamente declarada muerta por los médicos. Ante la premura de salvar al bebé, que bien podría haber sido un Príncipe de Asturias, se pidió la aprobación de Fernando VII para realizarle una cesárea. Al comenzar la intervención, empezó también la pesadilla cuando la Reina despertó de golpe en medio del procedimiento. Dicen que los gritos desgarradores de María Isabel resonaron en la estancia.

La Reina María Isabel de Braganza retratada por Goya

La macabra imagen quedó grabada en el relato colectivo, alimentado por exageraciones como las de Juan Balansó, quien aseguraba que la sangre corría a raudales por el cuarto. Destripada y desangrada, María Isabel falleció por una mala praxis. Pero por si fuera poco, no faltaron quienes insinuaron otras teorías, aunque menos escabrosas. Entre ellas, la posibilidad de que la Reina hubiera sido envenenada, tal vez bajo las órdenes de un Rey que, según los rumores, estaba ya cansado de su segunda esposa.

Ahora bien ¿murió María Isabel de Braganza de una forma tan cruel como atestiguan esas crónicas no oficiales? ¿Fue víctima de la ignorancia médica de su tiempo? La tradición oral, alimentada por las intrigas de la corte y el posterior desprestigio de Fernando VII, además de una falta de investigación, ha consolidado una versión morbosa que, más allá de su veracidad, ha permitido que la leyenda se imponga sobre los hechos.

Los médicos de la época

Para comprender mejor las circunstancias de su muerte, resulta esclarecedor atender a los testimonios algunos médicos de la época que conocían a la reina. Uno de ellos, el doctor Jean Leymerie, médico del ministro plenipotenciario de los Estados Unidos, atribuyó su deterioro a una «naturaleza polisarca». Según Leymerie, esta condición, exacerbada por su «apetito glotón», había favorecido la aparición de herpes en el cuerpo de la Reina.

El doctor Francisco Carbonell corroboró esa observación, mientras que Ignacio Jáuregui, otro facultativo cercano a la Familia Real, había propuesto baños medicinales para tratar los primeros indicios de herpes. Sin embargo, estas medidas no llegaron a aplicarse con éxito. Según el propio Leymerie, los herpes y la obesidad de la Reina fueron los causantes de su final: «Hacía mucho tiempo que – escribía – la Reina era, para quien lo entendía, una muerta ambulante. Su color, los accidentes que la rodeaban, todo anunciaba una falta de vida en el sistema mucoso y una organización polisarquica que no podía durar».

La obesidad era una condición conocida en la casa de los Braganza. El propio padre de la Reina, Juan VI de Portugal, padecía sobrepeso, y la futura Reina María II, sobrina de María Isabel, sufrió complicaciones cardiacas agravadas por los partos y su exceso de peso.

María Isabel de Braganza, retratada por la pintora miniaturista francesa Aimée ThibaultMuseo Lázaro Galdiano

Una leyenda macabra

Por desgracia, a pesar de las explicaciones médicas que podrían arrojar luz sobre su muerte, María Isabel de Braganza sigue atrapada en el halo de una leyenda macabra. Una narrativa, sensacionalista y dramática, que ha eclipsado otros aspectos mucho más importantes de su vida. Es una ironía histórica que su nombre sea más recordado por los rumores en torno a su final que por su contribución al arte y la cultura de España por ser una de las promotoras e impulsoras del Museo del Prado. Quizá con el tiempo, su imagen pueda desligarse de la leyenda para reivindicar su verdadero legado, el de una Reina que, aunque breve, dejó una impronta duradera en el patrimonio cultural del país.