Don Juan de Borbón, Conde de Barcelona y abuelo del Rey
80 años del Manifiesto de Lausana Cuando el abuelo del Rey acusó a Franco de totalitario y le exigió que se fuera y restaurara la Monarquía
El manifiesto que Don Juan dirigió a los españoles en 1945 está considerado el precedente de la Transición y muchas de sus ideas se asumieron 33 años después en la Constitución
Uno de los argumentos que está utilizando la izquierda republicana para intentar desacreditar la Monarquía es afirmar que fue impuesta por Francisco Franco. Sin embargo, una de las personas que se opuso al régimen con mayor firmeza fue precisamente el abuelo del Rey, Don Juan de Borbón, Conde de Barcelona, jefe de la Casa Real española en el exilio durante 36 años.
El próximo miércoles se cumplen 80 años del Manifiesto de Lausana, una carta que Don Juan dirigió el 19 de marzo de 1945 a los españoles desde el destierro, durante la II Guerra Mundial, y que le enfrentó para siempre con Franco, hasta el punto de que el general decidió en ese momento saltarse al hijo de Alfonso XIII en sus planes de sucesión y apostar por la siguiente generación.
A pesar del enfrentamiento, ambos tuvieron que negociar después algunas decisiones muy relevantes, como el futuro traslado a España de Don Juan Carlos, que en aquel momento tenía siete años.
En el texto, el Conde Barcelona acusó a Franco de totalitario y le pidió que dejara el poder y restaurara la Monarquía porque era el único «instrumento de paz y de concordia para reconciliar a los españoles». Muchas de las ideas contenidas en aquel manifiesto las hizo suyas después la Constitución de 1978.
La partida de Alfonso XIII, «inútil»
Tras cinco años de caótica República, tres de una terrible Guerra Civil y seis de dictadura, Don Juan sentía que el sacrificio que había hecho su padre, Alfonso XIII, al abandonar España en 1931 para evitar el derramamiento de sangre española, «fue inútil». Y en el manifiesto hablaba de una España diferente a la de Franco; convertida en un verdadero Estado de derecho y bajo una «concepción cristiana» del Estado.
Y requería «solemnemente al general Franco para que, reconociendo el fracaso de su concepción totalitaria del Estado, abandone el poder y dé libre paso a la restauración del régimen tradicional de España, único capaz de garantizar la religión, el orden y la libertad».
Lo que pedía Don Juan para España
Además, reclamaba una serie de medidas «primordiales» que, 30 años después, inspiraron la Transición y luego fueron recogidas en la Constitución de 1978. Entre estas, Don Juan pedía la «aprobación inmediata, por votación popular, de una Constitución política; reconocimiento de todos los derechos inherentes a la persona humana y garantía de las libertades políticas correspondientes; establecimiento de una asamblea legislativa elegida por la nación; reconocimiento de la diversidad regional; amplia amnistía política; una más justa distribución de la riqueza y la supresión de injustos contrastes sociales contra los cuales no sólo claman los preceptos del cristianismo, sino que están en flagrante y peligrosísima contradicción con los signos político-económicos de nuestro tiempo».
El Conde de Barcelona añadía que él no levantaba «bandera de rebeldía, ni incito a nadie a la sedición», pero quería recordar a quienes apoyaban al régimen «la inmensa responsabilidad en que incurren».
La respuesta de Franco
La respuesta de Franco al manifiesto de Don Juan no se hizo esperar. Además de prohibir su publicación en España y de excluir al Conde de Barcelona de sus planes sucesorios, aprobó la Ley de Sucesión de 1947, que declaraba a España como un Reino sin Rey y pretendía someter la Corona a los principios del Movimiento. Sin embargo, cuando en 1975 se restauró la Monarquía, Don Juan Carlos no se guio por los postulados franquistas, sino que hizo suyos los principios recogidos por su padre en el Manifiesto de Lausana.
El Manifiesto de Lausana
»Conozco vuestra dolorosa desilusión y comparto vuestros temores. Acaso lo siento más en carne viva que vosotros, ya que, en el libre ambiente de esta atalaya centroeuropea, donde la voluntad de Dios me ha situado, no pesan sobre mi espíritu ni vendas ni mordazas. A diario puedo escuchar y meditar lo que se dice sobre España.
»Desde abril de 1931 en que el Rey, mi Padre, suspendió sus regias prerrogativas, ha pasado España por uno de los periodos más trágicos de su historia. Durante los cinco años de República, el estado de inseguridad y anarquía, creado por innumerables atentados, huelgas y desórdenes de toda especie, desembocó en la Guerra Civil que, por tres años, asoló y ensangrentó la patria. El generoso sacrificio del Rey de abandonar el territorio nacional para evitar el derramamiento de sangre española, resultó inútil.
»Hoy, pasados seis años desde que finalizó la Guerra Civil, el régimen implantado por el general Franco, inspirado desde el principio en los sistemas totalitarios de las potencias del Eje, tan contrario al carácter y a la tradición de nuestro pueblo, es fundamentalmente incompatible con las circunstancias que la guerra presente está creando en el mundo. La política exterior seguida por el Régimen compromete también el porvenir de la Nación.
»Corre España el riesgo de verse arrastrada a una nueva lucha fratricida y de encontrarse totalmente aislada del mundo. El régimen actual, por muchos que sean sus esfuerzos para adaptarse a la nueva situación, provoca este doble peligro; y una nueva República, por moderada que fuera en sus comienzos e intenciones, no tardaría en desplazarse hacia uno de los extremos, reforzando así al otro, para terminar en una nueva guerra civil.
»Sólo la Monarquía Tradicional puede ser instrumento de paz y de concordia para reconciliar a los españoles; sólo ella puede obtener respeto en el exterior, mediante un efectivo Estado de Derecho, y realizar una armoniosa síntesis del orden y de la libertad en que se basa la concepción cristiana del Estado. Millones de españoles de las más variadas ideologías, convencidos de esta verdad, ven en la Monarquía la única institución salvadora.
»Desde que por renuncia y subsiguiente muerte del Rey Don Alfonso XIII en 1941, asumí los deberes y derechos de la Corona de España, mostré mi disconformidad con la política interior y exterior seguida por el general Franco. En cartas dirigidas a él y a mi representante hice constar mi insolidaridad con el régimen que representa, y por dos veces, en declaraciones a la prensa, manifesté cuán contraria era mi posición en muy fundamentales cuestiones.
»Por estas razones, me resuelvo, para descargar mi conciencia del agobio cada día más apremiante de la responsabilidad que me incumbe, a levantar mi voz y requerir solemnemente al general franco para que, reconociendo el fracaso de su concepción totalitaria del Estado, abandone el poder y dé libre paso a la restauración del régimen tradicional de España, único capaz de garantizar la religión, el orden y la libertad.
»Bajo la Monarquía —reconciliadora, justiciera y tolerante— caben cuantas reformas demande el interés de la nación. Primordiales tareas serán: aprobación inmediata, por votación popular, de una Constitución política; reconocimiento de todos los derechos inherentes a la persona humana y garantía de las libertades políticas correspondientes; establecimiento de una asamblea legislativa elegida por la nación; reconocimiento de la diversidad regional; amplia amnistía política; una más justa distribución de la riqueza y la supresión de injustos contrastes sociales contra los cuáles no sólo claman los preceptos del cristianismo, sino que están en flagrante y peligrosísima contradicción con los signos político-económicos de nuestro tiempo.
»No levanto bandera de rebeldía, ni incito a nadie a la sedición, pero quiero recordar a quienes apoyan al actual régimen la inmensa responsabilidad en que incurren, contribuyendo a prolongar una situación que está en trance de llevar al país a una irreparable catástrofe.
Fuerte en mi confianza en Dios y en mis derechos y deberes imprescriptibles, espero el momento en que pueda realizar mi mayor anhelo: la paz y la concordia de todos los españoles. ¡Viva España!
Juan
Lausana, 19 de marzo de 1945»