Entrevista a un policía nacional de Barcelona
«Estoy obligado a vivir separado de mi familia por culpa de instituciones que no cumplen las normas»
David G. es un policía nacional que trabaja en Barcelona, pero su familia se ha trasladado a Galicia por la presión que sentía su hijo al tener que hablar catalán, y por el señalamiento por ser su padre agente del CNP
David G es policía nacional y trabaja desde hace doce años en Barcelona. Ha explicado a El Debate que la presión que sufrió su hijo porque hablara catalán en la escuela, y el señalamiento, también en el colegio, por ser su padre agente de la Policía Nacional, le provocó una situación de angustia que ha llevado a la familia de David a volver a Galicia. Allí están ahora su mujer y su hijo, mientras que él continua en Barcelona a la espera de conseguir el traslado. Por eso confía en que la administración sea sensible, para poder estar nuevamente con su familia.
–Denuncia que una de las cuestiones que han obligado a que su familia se vaya de Galicia es la presión para que su hijo hablara catalán. ¿Tan grande era esta presión?
–Llevamos 12 años en Cataluña y desde que llegamos, como veníamos de Galicia, de otro sitio en el que que se hablaban otras lenguas oficiales, no tuvimos ningún problema. Los primeros años no notamos discriminación a la hora de hablar catalán o castellano. Pero cuando nació mi hijo y lo escolarizamos, ahí empezó a cambiar y lo empezamos a notar, como también se ha notado la situación social y política, que se ha ido complicando en Cataluña. Y sí, se presiona bastante a los niños para que hablen catalán, casi exclusivamente. Las cosas las tienen que pedir en catalán. Están obligados a hablarlo, a comunicarse en catalán. Yo he hablado con profesores y con la dirección del colegio para ver si las circulares las podían mandar en los dos idiomas. Pero la respuesta siempre era la misma: la lengua vehicular en la educación es el catalán. Los padres nos sentimos desprotegidos.
–¿En qué se concretaba esta presión?
–De hecho, él nos decía muchas veces que en el cole tenía que hablar catalán. Un ejemplo muy claro lo tuvimos cuando mi familia se fue de aquí, a Galicia, y fuimos a visitar colegios para escolarizarlo. En el primer colegio que vimos, cuando el director le preguntó si tenía alguna pregunta, después de ver las instalaciones, sin yo mediar alguna palabra con él, fue mi hijo y le dice que si podía hablar en el idioma que quisiera o si estaba obligado a hablar en gallego. El director se sorprendió y le dijo que podía hablar con el idioma que se sintiera más cómodo, excepto en clase de gallego. Y él respondió: «en mi otro cole tenía que hablar en catalán. Y si no lo hacía, la señorita me regañaba y me castigaba». Así que sí, tenía presión para hablar en catalán.
Y ha ido en aumento a medida que ha cumplido años. Estuvo en el colegio desde preescolar y a medida que pasaba los cursos sí notaba la presión. Empezó a escribir y a leer muy rápido porque le encanta ir al colegio, es curioso, y le gusta aprender. Pero, aun así, siempre tenía notas de la profesora que decían que tenía que leer más. Y nosotros le decíamos: pero si lee perfectamente. Pero tiene que ser en catalán. La notita siempre con esa coletilla, de catalán. Y claro, ni su madre ni yo somos catalanohablantes. Lo entendemos, porque llevamos aquí muchos años, pero no lo hablamos como la gente que ha nacido aquí. A él lo obligaban.
La respuesta siempre era la misma: la lengua vehicular en la educación es el catalán. Los padres nos sentimos desprotegidos
–Y consiguieron el efecto contrario.
-Desde luego. No le gustaba hablar en catalán. Alguna vez le decíamos que leyera en catalán y no quería. Tenía como una especie de vergüenza de hablar catalán delante de nosotros. Le decíamos que no teníamos ningún problema, que no se sintiera presionado, pero no le gustaba. Ahora no quiere ni acordarse. Ahora le preguntamos: ¿Echas de menos a tus amigos del colegio? ¿Al colegio? ¿A las clases de catalán? Él dice que no, que quiere olvidarse de eso. Que un niño de nueve años te diga eso, es cuando menos sospechoso.
–Al tema lingüístico, se sumó la profesión de su padre.
–Todo empezó cuando el 2 de octubre de 2017 mi hijo, que entonces tenía cinco años, llegó del cole y lo primero que me dijo, con la cara desencajada: «tú papá eres policía nacional». Y me dice: ¿Y por qué dicen en el cole que le pegas a la gente buena? Y le dije: cariño, has venido muchas veces a comisaría, conoces a mis compañeros, sabes que nosotros estamos para ayudar a las personas, no para pegarles. El problema es que ese día sacaron a los niños al patio e hicieron una concentración para condenar la violencia de la policía contra la gente que no había hecho nada. A mi hijo, que sabía que su padre era policía, le produjo una confusión y un malestar tan grande, que decía: mi padre no pega a la gente, ¿por qué me dicen eso en el colegio? Entonces le dije que no explicara que su padre era policía nacional, para que no tuviera problemas en el colegio, pero más tarde lo tuvo igual.
–Sí, porque fue una profesora la que lo señaló.
–Esto fue justo antes de las vacaciones de Navidad de 2020, hace un año. El niño salió del cole muy mal, cuando siempre salía contento porque le encantaba ir. Y salió con mala cara y callado. Y le pregunté. No me quería decir nada. Se quedaba callado y me decía que no quería tener problemas. Al final me lo contó todo: su tutora lo puso en pie delante de la clase y le preguntó: ¿tu padre es policía nacional? Y el niño se quedó diciendo ¿y ahora qué hago? Asintió con la cabeza y es cuando esta persona dijo que su padre le pegaba a la gente, que la policía nacional era mala, que ella le tenía miedo a la policía nacional, y que si nos viesen por la calle se escaparían corriendo de donde estamos, porque dábamos miedo. Mi hijo se sintió fatal y no quería ir al colegio. Tenía un malestar enorme. Él dijo que se quería ir de allí, que no quería vivir ahí, que no quería volver al colegio porque no le gustaba que le dijeran estas cosas. Es que fueron hechos muy graves.
–¿Han denunciado estos hechos?
–Nos pusimos en contacto con la dirección del colegio para que nos dieran explicaciones. Porque un niño de nueve años a veces puede tener sus fantasías, pero nos pareció raro. Concertamos una reunión con la directora, que a su vez se puso en contacto con la profesora, y reconoció los hechos. Y ahí se quedó todo, en un apercibimiento verbal y no fue a más. Nos planteamos qué hacer, si denunciar o no. Pero claro, mi hijo tenía que acabar el curso ahí, sí o sí. No tenía alternativa, tenía que esperar hasta el final. No hicimos nada por miedo a las represalias, porque todavía iban a señalar más a mi hijo, iba a tener toda la presión. Y con sólo nueve años no era justo que el peso recayera sobre sus hombros.
Dijo que su padre pegaba a la gente, que la policía nacional era mala, que ella le tenía miedo, y que si nos viesen por la calle se escaparían corriendo de donde estamos
Y viendo cómo estaba la situación, que mi hijo estaba cada vez peor y encerrado en sí mismo, al final, mi mujer habló con su empresa, expuso la situación y le aceptaron el traslado porque la situación era insostenible. Y está en Galicia. Mi familia está allí ahora. Y es cuando está fuera de este entorno que he decidido dar a conocer la situación, que no sólo me pasa a mí, sino también a otros compañeros. Aunque nos hemos sentido desamparados. Ahora buscamos que se aclare todo y que se haga justicia. Que sirva de ejemplo. No busco beneficios. Es una situación que he tenido que vivir y me ha provocado una situación familiar complicada porque mi familia está en Galicia y cada seis días estoy viajando a Galicia, pagando dos viviendas, me estoy perdiendo la infancia de mi hijo, por culpa de personas e instituciones que no protegen y no cumplen las normas.
–¿Qué siente cuando oye al presidente de la Generalitat o al consejero de educación decir que no van a cumplir las sentencias? No les importa los padres que piden más educación en castellano.
–Siento que todo en lo que he creído, en la justicia, y por lo que me he hecho policía, no sirve de mucho, porque aquí se está creando un clima de que cada uno puede hacer lo que le dé la gana y no hay consecuencias de ningún tipo. Todos los compañeros lo vemos día tras día, que las instituciones parece que digan que, en Cataluña, todo vale y no acatar lo que un tribunal dicta, que no tiene consecuencias. Y ese es el mensaje que se traslada a la ciudadanía. Y eso es lo que nos encontramos trabajando: la gente no cumple las normas y tiene esa sensación de impunidad, de que no pasa nada, porque las instituciones catalanas te van a amparar. Cualquiera puede decir a un policía lo que sea, o un maestro a un niño, y no pasa nada, porque no hay consecuencias. Y esto es una gran frustración. Te sientes desamparado. Y no entiendes cómo a nivel del Gobierno, no sé, no se hace absolutamente nada. Se permite y ya.
Aquí se está creando un clima de que cada uno puede hacer lo que le dé la gana y no hay consecuencias de ningún tipo
–Sí, porque esta profesora se ha ido de rositas.
–La profesora ya no está en el mismo centro, está en otro colegio, más cerca de su casa. No sé si ha sido traslado voluntario, o no, pero se ha beneficiado porque encima lo tiene más cerca de su casa. Se ha querido tapar y siempre restándole importancia. El problema es que hay mucha gente que ha normalizado estas cosas. Y eso no puede ser, que se trate así a un niño, en un colegio, no tiene justificación.
–Nos decías que otros compañeros también están en tu situación, otros policías nacionales y guardias civiles.
–Sí. Hay compañeros que a lo mejor no les ha pasado exactamente igual, que lo ridiculicen delante de la clase, pero sí problemas con el idioma. Y también que los niños tengan esa sensación de no poder decir de qué trabaja su padre. A otro compañero que trabaja conmigo, le pasó igual, esa insistencia de preguntar en qué trabaja el padre. ¿Y eso qué importa? Es que no lo queremos decir, porque las consecuencias y las represalias son para nuestros hijos, porque no tienen la valentía de decírnoslo a nosotros. Es una situación frustrante. Tengo una situación familiar complicada por culpa de una persona que me lo ha provocado, porque yo no he enviado a mi familia a Galicia por gusto. Sí, la alternativa era cambiarlo de colegio. Pero ¿quién me dice a mi que esto no se iba a volver a repetir?
–¿Y para cuándo espera su traslado?
–Llevo doce años en Cataluña y los traslados a Galicia están complicados. Hay mucha gente concursando. Espero que la administración y el cuerpo pongan de su parte para que mi situación no sea esta. A parte del perjuicio económico, está el emocional, y no sólo para mí, también para mi mujer y para mi hijo. Ahora cada seis días se tiene que despedir de mí. Y él sabe que me tengo que venir aquí, y no le gusta. Le provoca malestar.