Política
Puigdemont, acorralado: la encuesta del CEO desacredita su estrategia mientras ERC pisa el acelerador
La trayectoria electoral de Junts no es ascendente, como esperaba el expresidente, sino que tiende hacia abajo
Más allá de los rumores y el zumbido de titulares y tuits, las negociaciones entre ERC y el PSC para la investidura del socialista Salvador Illa avanzan a buen ritmo. Aunque se están realizando a puerta cerrada, con la cuestión de la financiación como eje central del toma y daca, sí ha trascendido que el regreso de Suiza de la secretaria general de ERC, Marta Rovira, de Suiza ha dado un renovado impulso a las conversaciones.
Este jueves trascendía que Rovira se citó presencialmente el lunes en la Diputación de Barcelona con la alcaldesa de Sant Boi, Lluïsa Moret, que ejerce de líder del equipo negociador del PSC. Este encuentro de «máximo nivel» se producía a dos semanas de que se cumpla el plazo marcado por Rovira, que aseguró públicamente que si a finales de julio no hay un preacuerdo, se levantarán de la mesa de negociación.
Los republicanos, además de pelear por una fórmula de financiación más cercana al concierto que al modelo preferido por los socialistas –una agencia mixta entre el Estado y la Generalitat–, insisten en que, para avanzar, necesitan que se cumplan los compromisos previos firmados con el Gobierno de Pedro Sánchez, como el traspaso del ingreso mínimo vital o la condonación de 15.000 millones de deuda del Fondo de Liquidez Autonómica (FLA). Para entender esto último, cabe recordar –como constata el último informe semestral de BBVA Research– que el 91,6% de la deuda de la Generalitat son préstamos del FLA.
Repetición electoral
Todo esto confluye mientras la cuenta atrás sigue corriendo hacia una repetición electoral, que se convocaría automáticamente si el 26 de agosto ningún candidato a la presidencia de la Generalitat logra los apoyos suficientes. Este jueves, la incógnita sobre esta repetición electoral parecía despejarse un poco, con la publicación del barómetro semestral del Centro de Estudios de Opinión (CEO), un organismo dependiente de la Generalitat y conocido como el «CIS catalán».
Según los resultados de esta encuesta, que preguntaba por la intención de voto de los catalanes, el panorama general post-comicios no cambiaría demasiado. El PSC ganaría con claridad y el independentismo –incluyendo a Aliança Catalana, partido que Junts y ERC consideran de «ultraderecha» y contra el cual firmaron un cordón sanitario esta semana– podría sumar mayoría absoluta.
Ahora bien, para que esto ocurriera, todos los partidos independentistas tendrían que obtener su mejor resultado, algo que la encuesta del CEO deja muy abierta ya que las horquillas son considerablemente amplias: el PSC sacaría entre 39 y 45 escaños; Junts, entre 31 y 36, y ERC, entre 19 y 24.
La lectura que sí permite hacer esta encuesta es doble: que ERC no está más dañada de lo que estaba en mayo, pese a las guerras intestinas y el escándalo de los carteles, y que el plan de Carles Puigdemont hace aguas.
Puigdemont, acorralado
El expresidente de la Generalitat se proyecta como el tercero en discordia en el baile entre ERC y el PSC, pero cada día que pasa ve cómo su estrategia se hunde en la irrelevancia. Por ahora, lame sus heridas viendo cómo los republicanos prefieren pactar con Salvador Illa que formar un frente independentista, con desplantes recientes como el regreso en solitario de Marta Rovira y su cuadrilla, dejando a los «exiliados» de Junts mirándolo desde la barrera, sin amnistía por el momento.
El plan de Puigdemont desde que se conoció el resultado de las elecciones del 12-M ha sido convencer a ERC de sumarse a él para forzar unas nuevas elecciones, en las que esperaba salir reforzado y aglutinar la mayoría que no consiguió hace dos meses. No obstante, la encuesta del CEO señala que los tiros no van por ahí, y que la trayectoria electoral de Junts no es ascendente, sino todo lo contrario.
Inasequibles al desaliento, no obstante, Puigdemont y los suyos siguen activando todos los resortes para trasladar el mensaje de que ERC está cometiendo un «suicidio» sin inviste al socialista, incluyendo una poco vistosa irrupción de una quincena de CDR en la sede de ERC este jueves con pancartas de aviso.
Los republicanos, hasta la fecha, han hecho caso omiso a la presión, más preocupados por armar un acuerdo convincente que poder presentar a sus bases. Las conversaciones que aún mantienen con los de Puigdemont no están alineadas con la idea de hacer presidente al líder de Junts, y caen en saco roto los movimientos y aspavientos del gerundés, a quien solo le queda una bala.
El último recurso
Se trata de un último recurso con el que Junts viene amagando desde la campaña electoral: el retorno de Puigdemont, con la amenaza de ser detenido. El expresidente, no obstante, calcula los riesgos y los beneficios: su intención es regresar coincidiendo con la investidura de Salvador Illa, para aumentar la presión sobre los republicanos y torpedear la votación.
No obstante, planea la duda de si será suficiente. La estrategia de Puigdemont pasa por generar un gran movimiento social que le arrope –sobre la mesa está, incluso, atrincherarse en el Parlament, una opción que ha defendido públicamente el presidente de la cámara, Josep Rull–, pero cabe plantearse si esta movilización popular será una realidad.
No ayudan los magros datos de asistencia a la manifestación convocada por la ANC la semana pasada –apenas 1.500 personas, según el Ayuntamiento, para una marcha para protestar contra la aplicación de la ley de amnistía que había de servir de conjura independentista y muestra de fuerza… pero a la que incluso ERC dio plantón– ni la constatación, de nuevo según el barómetro del CEO, de que el apoyo a la independencia en Cataluña está en su momento más bajo desde 2015.
Por el momento, en la agenda está marcado el 27 de julio, fecha en la que Puigdemont quiere escenificar una movilización en el sur de Francia que clame por su retorno, en unas fechas coincidentes con el final del plazo marcado por Rovira. Para ello, desde Junts fletarán autobuses, como ya hicieron en campaña. Tras el fracaso en Barcelona, quedará ver si el acorralado Puigdemont sigue teniendo el tirón que piensa o si, desperdiciada su última bala, solo le queda una retirada a tiempo.