Paula Andrade

Perfil

Salvador Illa, el socialista sin estridencias que quiere separar Cataluña del régimen común

El «hombre tranquilo» del PSC alcanza la presidencia de la Generalitat sin elevar el tono

Circulaba ayer por redes sociales un comentario que ironizaba con que Salvador Illa no era el protagonista ni siquiera el día de su propia investidura como presidente de la Generalitat. En términos fordianos, el líder del PSC es un hombre tranquilo, que en los últimos años ha hecho de la discreción virtud y que juega la carta de su notoria falta de carisma para vender una imagen de gestor serio y con los pies en el suelo.

En una política catalana sacudida por las estridencias de Carles Puigdemont, Oriol Junqueras y demás cohorte independentista de jugades mestres, el tono de Salvador Illa cae como un bálsamo, o eso busca su equipo de comunicación. «Gobernaré para todos, teniendo en cuenta la diversidad de Cataluña», aseguraba en sus primeras palabras como 133º presidente de la Generalitat, en el hemiciclo del Parlament.

Los que le conocen coinciden en que es un político afable y de trato fácil, muy educado en las distancias cortas. Sus adversarios políticos, no obstante, rascan bajo las apariencias: «Salvador Illa es un radical disfrazado, tiene de moderado lo que Sánchez de patriota», aseguraba a El Debate el líder de Vox en Cataluña, Ignacio Garriga. «En lo esencial es igual que Pedro Sánchez, con un ansia infinita de poder», abunda el presidente del PP en Cataluña, Alejandro Fernández.

Carrera política

Nacido en La Roca del Vallès, Salvador Illa comenzó su carrera política desde muy joven. Con 21 años fue elegido concejal de Cultura de su pueblo, y en 1995 –año en que se afilió al PSC– llegó a ser su alcalde. Tras diez años como regidor, encadenó cargos en organismos públicos dependientes de la Generalitat y el Ayuntamiento hasta que, en 2020, Sánchez le fichó como ministro de Sanidad.

Fue la etapa en la que tuvo más proyección, ya que le tocó lidiar con la pandemia del covid-19 y los confinamientos. Desgastado tras apenas un año en el cargo, fue cesado y pasó a encabezar la lista del PSC a la Generalitat de Cataluña en las elecciones autonómicas de 2021: perdió contra el republicano Pere Aragonès, pero se ha tomado la revancha este 2024.

Con todo, su victoria no ha sido completa, ya que ha necesitado pactar precisamente con ERC para lograr amarrar su investidura. Un pacto fruto de una negociación ardua en la que Illa ha dado un paso atrás, asumiendo el pacto que le ofreció su equipo negociador una vez terminado. Pacto que incluye un precio muy alto: la «llave de la caja» de la financiación autonómica, sacando a Cataluña del régimen común y otorgando a la Generalitat la capacidad de recaudar el 100% de los impuestos en un futuro cercano.

Illa vende este pacto como un paso hacia la concordia y la pacificación en la Cataluña post-procés, pero sus rivales le afean sus cambios de opinión. En 2018 se mostraba favorable de aplicar el 155 en Cataluña incluso antes de lo que se hizo, pero ahora defiende con uñas y dientes –ayer lo repitió– la aplicación de la amnistía.

Entre los sectores constitucionalistas critican a Illa que ni siquiera explorase la mayoría alternativa aritméticamente posible de un pacto de investidura con el PP y Vox. De hecho, aunque aseguró en su primera intervención presidencial que «el primer paso es respetarnos, teniendo un tono positivo y constructivo», también ha confirmado que mantendrá vigente el cordón sanitario a Vox y a Aliança Catalana por su «discurso de odio». Todo ello, sí, con buenos modales y sin elevar el tono más de lo necesario.