La Oficina de Exiliados Catalanes en Génova: Un Refugio en Tiempos de Guerra
Durante la Guerra Civil, Génova se convirtió en un refugio temporal para cientos de catalanes que huían del conflicto, gracias a la labor del consulado español y la protección de autoridades locales
Con el estallido de la Guerra Civil en Cataluña, muchos ciudadanos, temerosos por sus vidas, decidieron exiliarse. Gracias a la intervención del consejero de Gobernación de la Generalitat, Josep María Espanya Sirat, y con la protección del consulado francés, los primeros exiliados catalanes llegaron a Génova en agosto de 1936. Durante esos primeros meses, la huida se realizó sin la interferencia de los anarcosindicalistas, permitiendo que miles de personas escaparan del conflicto.
Entre 1936 y 1939, el consulado español en Génova, liderado por el cónsul José Muñoz Vargas, conde de Bulnes, expidió 5.297 pasaportes a catalanes que lograron salir del país, muchos de ellos con documentación falsa o expedida por organismos republicanos. Estos exiliados incluían aristócratas, burgueses, políticos opositores a la República e incluso algunos afines al gobierno de la Generalitat que decidieron huir para salvar sus vidas.
La llegada masiva de refugiados llevó al prefecto Umberto Albini a solicitar a Joaquín María de Nadal, secretario político de Francisco Cambó, que dirigiera una oficina destinada a recibir y atender a los emigrados españoles, otorgándole facultades para identificar a los que fueran llegando. Esta oficina se convirtió en un punto de encuentro para los exiliados, donde se compartía información sobre la situación en Cataluña.
Durante este tiempo, Mercedes Baixeras, esposa de Joaquín María de Nadal, escribió un diario en el que reflejaba la tragedia de la guerra y la desesperación de los refugiados. En una entrada del 3 de septiembre de 1936, Baixeras expresaba su dolor por las miles de víctimas del conflicto y la destrucción que la guerra estaba causando en su país.
Nadal, por su parte, avaló a numerosos catalanes que llegaron a Génova con pasaportes o salvoconductos falsos, haciéndose responsable de autentificar sus identidades. Entre las familias que recibieron su apoyo se encontraban los Anglés Civit, Bosch Labrús, Coll Rodés, Güell y Godó, entre otros.
A medida que el número de exiliados crecía, el consulado español en Génova se reorganizó para atender las necesidades de los refugiados. Se establecieron varias secciones para gestionar asuntos como pasaportes, repatriaciones y donativos, así como la censura y la información secreta.
La situación económica de los exiliados era precaria, lo que llevó a muchos a disimular su verdadero estatus social y a recurrir a diversas estrategias para sobrevivir. Algunos tenían cuentas corrientes en el extranjero, otros recibían dinero de negocios o propiedades en Cuba o Filipinas, y otros vendieron joyas u objetos de valor. A pesar de las dificultades, los exiliados contribuyeron con donativos a la causa nacional, entregando grandes sumas de dinero y objetos de valor.
Génova y Roma se convirtieron en lugares de refugio temporal para estos catalanes exiliados. A medida que la guerra avanzaba, muchos solicitaron documentación oficial a la embajada española para poder regresar a la zona nacionalista de España. Bajo el nombre de Comité del Socorro Blanco, el cónsul Alcázar organizó la repatriación de los exiliados, siendo Palma de Mallorca y Sevilla los destinos más elegidos.
Para los industriales y empresarios exiliados, aceptar la repatriación no fue una decisión fácil. Muchos temían represalias o la expropiación de sus bienes, pero al final, el deseo de regresar a su tierra fue más fuerte. A pesar de las adversidades, la comunidad exiliada en Génova se mantuvo unida, encontrando en la solidaridad y el apoyo mutuo la fuerza para enfrentar el difícil exilio.