La doctora en Filología Sílvia Coll-Vinent, en el campus de La Salle, en Barcelona.G. Altarriba

Entrevista

Sílvia Coll-Vinent: «Cuando Chesterton estuvo en Barcelona le entusiasmó ver las iglesias llenas»

La directora del Centro de Estudios y Documentación G.K. Chesterton ahonda en la visita del genial autor por tierras catalanas

Entre mayo y junio de 1926, no era raro que los paseantes que subían por la Rambla, en Barcelona, se cruzasen con un personaje peculiar: un hombre colosal, de aires despistados y mirada profunda, que recorría las calles de Barcelona con un manojo de periódicos bajo el brazo. Aquel gigante gentil no era otro que el genial Gilbert Keith Chesterton, invitado a tierras catalanas por el PEN Club.

El autor de Ortodoxia o El hombre que era jueves estuvo un mes entre Barcelona, Tarragona y Sitges, como parte de una gira por España que le llevó también a Toledo o El Escorial. Una visita, además, que centró este jueves una de las mesas redondas del congreso 150 años de Chesterton: su legado en el mundo hispánico, que se celebra estos días en la Universidad CEU San Pablo, en Madrid.

La doctora en Filología Sílvia Coll-Vinent es, tal vez, la persona que más sabe acerca del tiempo que Chesterton pasó en la Ciudad Condal. La directora del Centro de Estudios y Documentación G.K. Chesterton, una de las invitadas al encuentro en Madrid, atiende a El Debate en Barcelona para arrojar luz sobre la huella que en la sociedad catalana del momento «el gran propagandista del sentido común», como lo describe la investigadora.

–¿Cómo entró en Cataluña el interés por Chesterton a principios del siglo XX?

–Hay varios factores. Primero, entró como propagandista de la campaña a favor de los aliados durante la I Guerra Mundial. Por ejemplo, su panfleto La barbarie de Berlín se imprimió en castellano en 1916 en la imprenta Oliva de Vilanova, en Barcelona. Tenía prólogo de Miguel de Unamuno, que defendía la paradoja chestertoniana como la mejor arma contra el prusianismo. También está su interés por la cuestión irlandesa, que seguían catalanes como Antoni Rovira i Virgili, y más adelante vendría todo un periodismo católico muy interesado en las visiones sociales de Chesterton.

–La lengua debía ser una barrera…

–Sí, el acceso al inglés era muy limitado, pero piensa que la propaganda de guerra era muy potente, y se traducía. Además, está el hilo francés y la Renoveau Catholique, muy importantes para entender la influencia de Chesterton en el sur de Europa. Uno de los primeros ensayos importantes sobre su obra que se tradujeron aquí fue del francés Joseph de Tonquédec: La filosofía de un humorista, en la revista Estudios franciscanos. Cuando Chesterton llega a España no habla castellano ni catalán; se defiende un poco en francés y tiene un intérprete.

Retrato de G.K. Chesterton, por Ferran Callicó

–Hablemos de la visita a Cataluña. ¿Cómo se gestó?

–Por una invitación del PEN Club, que ya lo habían intentado sin éxito en 1924. Esta vez si funcionó porque era un tour por toda España. Se involucra especialmente el poeta Josep Mª Junoy, católico converso, que viaja con Chesterton a Toledo. El inglés llega a Barcelona justo después de la huelga general de mineros que paralizó Inglaterra durante semanas, y está muy preocupado, siempre con una pila de diarios en inglés, que compraba en las Ramblas. Estuvo en Cataluña un mes.

–¿Dejó algo escrito Chesterton de su estancia aquí?

–Sí, alabó la fiesta y estaba entusiasmado por la relación entre padres e hijos, mucho más próxima que en Inglaterra. También de ver la religiosidad, y las iglesias llenas: él hacía pocos años que se había convertido al catolicismo, en 1922. En sus escritos hay alusiones a «mister Junoy», comentarios arquitectónicos sobre el Pont del Diable de Tarragona y otros monumentos… y una broma sobre la manía por la limpieza de los catalanes, que se explica porque estuvo en Sitges y allí limpian y blanquean a fondo sus calles y casas.

–¿Qué huella dejó su visita en los que trataron con él?

–Hay constancia de alguna entrevista, con declaraciones curiosas. En una, hablando sobre la crisis energética que entonces se estaba debatiendo, decía: «Ahora estamos muy preocupados por el carbón, pero el carbón se acaba, y Dios no». Estuvo en el Ateneo barcelonés, donde se guarda su dedicatoria, y recibió un homenaje en el Ritz. Pronunció una conferencia en la UB, y en general se destacó por un discurso europeísta; habló de la unidad moral y cristiana de Europa, y de los puentes culturales entre Europa e Inglaterra.

–Por curiosidad, ¿se sabe si estuvo en la Sagrada Familia?

–No tenemos constancia de ello, aunque Chesterton visitó Barcelona en el momento de la muerte de Antoni Gaudí, en junio de 1926. Él sí habla de la iglesia de Sitges o de la catedral de Tarragona, pero no de la Sagrada Familia… Tal vez se encontrará alguna referencia en algún momento, o tal vez no fue: piensa que la «catedral de los pobres» estaba alejada del centro de Barcelona en el que se movió Chesterton.

–Desde el CEU y editoriales como Encuentro o More se está dando un renovado impulso a algunos textos menos conocidos de Chesterton en castellano. ¿En catalán está todo traducido?

–Hay muchas de sus obras traducidas pero hay una ausencia curiosa: Ortodoxia, que en castellano cuenta con varias ediciones y que creo que es su biografía espiritual más importante y su mejor libro, con bastante diferencia.

Chesterton (a la izquierda del espectador) y Belloc, con Maurice Baring de pie.James Gunn

–¿En qué consiste la labor del Centro de Estudios y Documentación G.K. Chesterton que ud. dirige?

–Tenemos la misión de divulgar su pensamiento, pero también de contextualizarlo, especialmente en torno a esta etapa que estamos hablando: la Barcelona convulsa de entreguerras de los años 20 y 30. Chesterton es una figura que no podemos trabajar aislada.

–Por último, ha participado en un encuentro por el 150º aniversario de Chesterton. ¿Qué tiene su obra para que un siglo y medio después siga interesando tanto?

–Decía Maurici Serrahima que su fuerza está en la forma. Ofrece este pensamiento de sentido común pero con una fuerza nueva, como de espejo grotesco. Explica las verdades, y también su cristianismo, de una forma diferente, muy basada en lo paradójico. Es el gran propagandista del sentido común, un gran defensor de los pobres y de la gente de a pie.