Leyendas de Cataluña
Los milagros más curiosos de los santos catalanes: del traductor maravilloso al cadáver que causaba tormentas
Una lista incompleta con algunas de las historias más pintorescas del santoral catalán
Para que la Iglesia Católica reconozca hoy en día un milagro hace falta pasar por un proceso riguroso y cada vez más transparente, pero a medida que uno remonta la corriente del tiempo las leyendas y las tradiciones populares se mezclan con los hechos históricos, dando lugar a vidas de santos y taumaturgos llenas de color y emoción.
Hace un tiempo documentamos en este periódico algunas de las leyendas más curiosas del santoral, y en este artículo haremos lo propio centrándonos en santos catalanes como el ermitaño san Magín. Se cuenta que este valiente mártir del siglo IV, copatrón de Tarragona, está enterrado en la iglesia de Sant Magí de Brufaganya, en la Conca de Barberà, y que su sepulcro fue escenario de milagros muy celebrados.
En su libro Història del Santuari de Sant Magí, de 1877, el sacerdote Joan Segura recoge algunos de estos milagros, entre los que destacan tres curaciones de ciegos. De estos, dos tuvieron lugar metiendo la cabeza dentro de la sepultura del santo. Algo más lejos, también se promete un milagro —de fertilidad, en este caso— a quien meta la cabeza en la olla que se guarda en el santuario de la Virgen de Nuria, tras orar ante la cruz y hacer sonar la campana.
Milagro en catalán
Otro milagro curioso en la historia catalana lo encontramos protagonizado por san Salvador de Horta, un religioso franciscano del siglo XVI nacido en Santa Coloma de Farnés (Gerona). Se trata de una leyenda que sorprende que no se haya reivindicado más desde el nacionalismo catalán: dicen que estando en el convento de Horta de Sant Joan, Salvador recibió a una pareja proveniente de Castilla, cuya hija era sordomuda.
El franciscano tenía fama de obrar milagros, y le pedían que curase a la niña. San Salvador accedió a su deseo… pero cuando la niña empezó a hablar, lo hizo en catalán, ante la mirada atónita de sus padres. Indignados, le dijeron al religioso que ellos no entendían nada de lo que estaba diciendo, a lo que este les calmó diciéndoles que en cuanto regresasen a su tierra, la niña hablaría en castellano.
También podemos incluir en esta lista incompleta al dominico san Raimundo de Penyafort, patrón de juristas y abogados, y figura clave en la fundación de la orden mercedaria. Elevado a los altares en 1601, fue el primer santo canonizado en la actual basílica de San Pedro del Vaticano, según recoge fray Valentí Serra.
Más allá de su intensa labor intelectual y al servicio de la Iglesia y del Papa, de san Raimundo se cuenta un milagro muy pintoresco. Estando en Mallorca, enfadó al Rey Jaime I por haberle reprochado su vida licenciosa, tras lo cual el monarca le impidió salir de la isla. Como respuesta, el santo desplegó su capa en el agua y esta, haciendo las veces de barca, le llevó hasta Barcelona.
El cadáver de las tormentas
La lista de milagros sorprendentes es larga, y podría incluir la inesperada plaga de moscas venenosas que castigó al ejército invasor francés que profanó la tumba de san Narciso, patrón de Gerona, o incluso la rosa que san Jorge obtuvo de la sangre del dragón, que el folklore catalán sitúa como amenaza del pueblo amurallado de Montblanc. Sin embargo, concluiremos con otro milagro ligado al mar.
Se trata de la historia de santa Madrona, la joven doncella mártir del siglo III que los barceloneses veneraban como patrona de la ciudad, junto a santa Eulalia. Cuentan que, en torno al siglo X, sus restos fueron vendidos a unos mercaderes que habían de llevarlos de Salónica (Grecia) a Marsella (Francia). Al pasar por Barcelona, sin embargo, una fuerte tormenta se desencadenó en el mar.
El viento y las olas empujaban el barco hacia Barcelona, dando a entender a los marineros que allí, en su ciudad natal, es donde la santa quería reposar. Desembarcaron las reliquias y cada vez que intentaban volver a subirlas al barco, volvía la tormenta, motivo por el cual dejaron el cuerpo de Madrona en Barcelona, donde fueron veneradas en una ermita primero y en el convento de los capuchinos después.