Columnas del templo de Augusto, en Barcelona.Barcelona Bus Turístic

Fuera de ruta

Los orígenes del templo romano escondido en el Raval de Barcelona

La sede del Centro Excursionista de Cataluña oculta en su interior uno de los pocos vestigios en pie de la Barcino imperial

A primera vista, la calle del Paradís no parece nada especial: una más de las muchas callejuelas tortuosas que forman el Barrio Gótico de Barcelona. No obstante, el observador atento verá algo curioso frente al número 10, un edificio de piedra del siglo XV que es la sede del Centro Excursionista de Cataluña. Si mira al suelo, verá una rueda de molino incrustada en el suelo.

No muy lejos, una placa resuelve el misterio: esta piedra redonda marca el que había sido el punto más alto de la Barcino romana, el monte Táber: una pequeña colina, en realidad, de 16 metros de altura, a partir de la cual nació la actual capital catalana. Allí se instalaron los romanos, pero uno tiene que hacer un gran esfuerzo de imaginación –como el grupo Manel en su canción Roma– para imaginar legionarios y togas en lugar de turistas y free tours.

De la Colonia Iulia Augusta Faventia Paterna Barcino, decimos, no queda apenas nada… pero el truco está en el «apenas», porque en el interior del citado edificio de piedra, la sede de los excursionistas, se esconde uno de los vestigios más antiguos de Barcelona: los restos del templo de Augusto, construido hace dos milenios sobre la cima del cerro. Se trata de tres majestuosas columnas, conservadas porque formaron parte del edificio gótico construido posteriormente en el lugar, y hoy recuperadas.

¿Cómo era el templo de Augusto?

Cayo Julio César Augusto gobernó el imperio romano desde el año 27 a.C. hasta el 14 d.C., y fue él quien impulsó la fundación de la colonia de Barcino. En la parte más alta de la ciudad se erigió un templo dedicado al culto imperial al gobernante, un edificio de planta rectangular, de unos 35 metros de largo por 17,5 de ancho, adornado con una imponente columnata de la cual solo se conservan tres.

Según el Museu d’Història de Barcelona, el edificio presidió el fórum de la ciudad romana durante al menos 400 años, y –aunque perdió su función con el tiempo y la expansión del cristianismo– siguió marcando la fisonomía de la ciudad. En el siglo XI, añaden, se le conocía como «el milagro», seguramente por su presencia, que entonces aún debía ser imponente sobre las construcciones vecinas.

Finalmente, se construyeron edificios encima del antiguo templo, y su estructura quedó subsumida en la de las nuevas construcciones. Esto llevó a que durante siglos –perdida ya la conexión con el origen–, los barceloneses hicieran cábalas sobre la función de aquel lugar: ¿tal vez fue un sepulcro, o un monumento conmemorativo…? A mediados del siglo XIX se aclaró que había sido un templo romano.

Grabado del templo de Barcino (detalle), de Francesc Xavier Parcerisa.MUHBA

Cuando el edificio medieval fue adquirido por el Centro Excursionista de Cataluña, uno de sus socios –el afamado arquitecto Domènech i Montaner– decidió crear un patio interior para dejar a la vista y conservar las tres columnas, antes camufladas. Una cuarta se había reconstruido con restos arqueológicos y se encontraba expuesta en la plaza del Rey, pero en 1956 se devolvió a su emplazamiento original.