Algunos de los compañeros del Hogar Lázaro de Barcelona, en la terrazaG. Altarriba

Iglesia

Hogar Lázaro, el «milagro» en la cima de Barcelona donde viven juntos trabajadores y personas sin techo

Desde que abrió sus puertas en septiembre del año pasado, se ha convertido en un foco de esperanza en torno a una comunidad

Hace apenas unos meses, David vivía en la calle. «Dormía en una furgoneta, tenía problemas con la policía», relata. Un día, su hija se plantó: «Deja de dar vueltas y ves a hablar con los del Hogar Lázaro». Desde entonces, David ya no vive solo: es uno de los 19 hermanos que comparten el primer Hogar Lázaro de Barcelona, una comunidad improbable formada por jóvenes trabajadores, personas sin hogar y un matrimonio con hijos.

«Para mí es un milagro», asegura Laurence: ella y su marido, Laurent, son los responsables de la casa. Ha reunido en la terraza del apartamento a varios de los residentes para atender a El Debate. Cae el sol y brillan los tejados de la ciudad, que se extienden hasta el mar: el Hogar Lázaro se aloja en el antiguo monasterio de las jerónimas, a la sombra de Collserola, en lo más alto de Barcelona.

«Para mí, este es un voluntariado misionero: no es necesario que nos alejemos mil kilómetros para darnos al otro», señala Laurence mientras reparte vasos. La de Barcelona es la segunda casa que la Fundación Lázaro ha abierto en España, después de Madrid, aunque tienen varias más en proceso. El primer Hogar Lázaro nació en Francia en 2011, y desde entonces se ha expandido por varios países europeos, e incluso México: según su página web, más de 770 personas han pasado por los hogares.

El Hogar Lázaro de Barcelona integra un piso masculino y otro femenino. «Si tuviera que resumir lo que hacemos aquí, diría que es un sitio donde acogemos a jóvenes profesionales y a personas que no tenían dónde vivir para tener en común una amistad fraternal, y permitir que se sientan de nuevo en una familia, compartiendo el día a día y encontrando una amistad», explica Laurence.

Lugar de resurrección

Para la responsable del hogar, la lógica del proyecto no está en el mero voluntariado: «La mirada no es social, sino familiar», asegura. Y espiritual, añadiría uno, ya que tanto la fundación como la casa de Barcelona giran en torno al Evangelio, desde el propio nombre. «En el Evangelio hay referencias a dos Lázaros», explica Israel, uno de los jóvenes voluntarios que viven en el piso para hombres.

Los dos Lázaros bíblicos son el hombre de Betania que es resucitado por Jesús y el pobre de la parábola que es ninguneado por el rico epulón. «Lázaro combina estas dos ideas –reflexiona Israel–, porque aquí se da el encuentro que no se da en la parábola entre el rico y el pobre –aunque la experiencia es que todos somos pobres, de soledad, de egoísmo, de vacío–, y a partir de este encuentro ocurre la resurrección».

Los presentes asienten: son testigos de estas resurrecciones. David, que se pateaba las calles sin rumbo, hoy tiene sobre su mesa de trabajo un sagrario inacabado que albergará al Santísimo en la nueva capilla. «Estoy feliz: llorando, riendo, rezando y lo que haga falta», dice el artista. También resucitó José Manuel, un hombre zamorano que vivía en un centro residencial de San Juan de Dios y que llegó a la casa como quien llega a «un paraíso», asegura.

Este mes de enero, José Manuel se confesó por primera vez después de 35 años sin acudir al sacramento. «Desde entonces no hay una semana que falte a misa, ¡y comulgando!», exclama. Sus compañeros de piso sonríen y lo celebran. «En el caso de gente que viene de la calle o de albergues sociales es más evidente, pero para mí –confiesa Israel– también es una resurrección: salir de mi ombligo, darme… Perder mi vida y encontrarla, como decía Jesús».

«Tierra santa»

Cada miembro de la fraternidad trae consigo su historia. Como Rosa, que de la noche a la mañana se encontró en la calle y que llegó al hogar tras dos meses de vagabundear, convencida de estar pisando «tierra santa». O Eugenio, que siempre había cargado solo con sus problemas y ahora, animado por la comunidad, recorre los bosques cercanos buscando flores para decorar la capilla o regalar detalles a sus compañeros.

Vista del recinto donde se ubica el Hogar LázaroWikimedia

Un círculo virtuoso que ha fructificado en Barcelona gracias a la iniciativa de François Delafuys, que propuso el proyecto a los feligreses de la parroquia francesa de la ciudad, dedicada a la Virgen de Lourdes. «Mi marido se unió al proyecto, con otro amigo, y ayudaron a François a arrancarlo: hubo mucho trabajo», recuerda Laurence.

Cuando todo estaba ya encarrilado, surgió un contratiempo; la familia que tenía que instalarse como coordinadores del hogar tuvo que volver a Francia por trabajo. «Durante noches, algo en mi cabeza decía: ‘Hace tiempo que pides cómo ayudar, y Dios te está respondiendo, ¿qué vas a hacer?’», recuerda Laurence. Tras hablar con su marido y sus hijos, tomaron la decisión: «Es el sitio para vivir lo que Jesús nos dice en cada página del Evangelio».

Independencia económica

Laurence apunta que, aunque el hogar acepta donaciones, el objetivo es salir adelante sin necesidad de ellas. El edificio es propiedad del Arzobispado de Barcelona, que se lo cede por un precio muy ajustado, y cada uno de los inquilinos paga un alquiler, acorde con sus posibilidades, para que nadie se sienta dependiente.

Además, destaca la coordinadora, colaboran con otras entidades como San Juan de Dios, Cáritas o la fundación Aurea. «No actuamos solos: no somos profesionales ni lo queremos ser», apunta Laurence.

A nivel práctico, el funcionamiento del hogar no es muy distinto al de otros pisos compartidos. Cada domingo se reúnen para compartir la semana y repartir tareas, organizan viajes de vez en cuando, «asaltan» el piso de los chicos para comer juntos… y los lunes se reúnen para una adoración eucarística. «No lo veo algo heroico, ni mucho menos –señala Israel–; es solo que, si te pones a disposición, Dios te da la gracia».