Ventanas del convento de las sacramentarias, en VicWikimedia

Iglesia

En este convento catalán no puedes comprar galletas sin decir la contraseña: «Alabado sea el…»

Las sacramentarias de Vic son una de las dos comunidades contemplativas de clausura que quedan en la ciudad

En la ciudad de Vic (Barcelona) perviven a día de hoy dos comunidades religiosas de clausura: las carmelitas descalzas –que llegaron a la ciudad en 1638, hace casi cuatro siglos– y las sacramentarias, nombre popular por el que conocen los vigatanos a las Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento, cuyo convento se encuentra en pleno corazón del casco histórico.

En concreto, se encuentra en la calle dels Corretgers, entre el Museo Episcopal y la Catedral de Sant Pere. Allí están instaladas desde 1886 estas monjas, dedicadas en cuerpo y alma a la adoración perpetua del Santísimo Sacramento. Se rigen por la Regla de San Agustín y tienen como lema una versión de la célebre frase de san Benito: la suya es Adora et labora.

En Vic, este «labora» se concreta en la elaboración de pan para la eucaristía, dulces y galletas. Las sobras no consagradas del pan –lo que se conoce como «pan de ángel»–, así como las pastas, se pueden comprar en el propio convento, pero, dado que se trata de un convento de clausura, no hay tienda, mostrador ni escaparate, sino un torno.

Torno del convento de las sacramentarias, en el que se lee en catalán «Alabado sea el Santísismo Sacramento»Wikimedia

Para comprar, es necesario picar a un timbre que hay en el vestíbulo del convento y decir la contraseña: «Alabado sea el Santísimo Sacramento», de tal modo que, al hacerlo, el propio visitante ya está realizando una oración y lanzando una alabanza a Aquel en torno al cual gira toda la vida de las monjas.

Como sea, una vez pronunciada la contraseña/alabanza, una hermana sacramentaria atenderá al visitante desde el otro lado de un torno y le entregará su pedido, tal y como muestra este vídeo del portal Catalunya Religió:

Salvando las distancias, es parecido a lo que hizo Antoni Gaudí al escribir «Sanctus, sanctus, sanctus» en las paredes exteriores de la Sagrada Familia: los turistas que lo leen y murmuran ya están en oración.