La escultura 'Aurigas' de Pablo Gargallo, en el parque de Can DragóWikimedia

Historias de Barcelona

El primer medallista olímpico de Barcelona fue un soldado romano que vivió hace 1.900 años

El nombre Lucius Minicius Natalis resuena con fuerza en los anales de la antigua Barcino

Con la reciente clausura de los Juegos Olímpicos, es fascinante retroceder en el tiempo y descubrir que la historia olímpica de Barcelona comenzó hace casi dos milenios. El primer barcelonés en alcanzar la gloria olímpica fue Lucius Minicius Natalis Quadronius Verus, un nombre que resuena con fuerza en los anales de la antigua Barcino.

Nacido en los idus de febrero del año 96 d.C., Lucius pertenecía a una familia de notable influencia. Su padre, senador, le abrió las puertas a una carrera que comenzó con la acuñación de moneda, una responsabilidad que asumió con la precisión y seriedad que caracterizaba a los romanos. Pero el destino tenía planes más grandes para él.

Carrera militar

En el año 115 d.C., Lucius cambió el curso de su vida al unirse al ejército como tribunus militum. Su liderazgo lo llevó a comandar algunas de las legiones más prestigiosas de Roma, incluyendo la I Adiutrix, la XI Claudia, y la XIV Gemina.

La cercanía con el emperador Adriano lo llevó a recorrer el vasto Imperio, y en 125 d.C., regresó a Roma como tribunus plebis, un título que reflejaba su creciente estatura política. Durante este tiempo, junto a su padre, construyó unas majestuosas termas en Barcino, un regalo para su ciudad natal, cuyas ruinas aún se pueden apreciar en la actual Plaza de San Miguel.

El año 129 d.C. marcó un punto culminante en su vida cuando, ya como pretor, se dirigió a Grecia para participar en los 227º Juegos Olímpicos. La carrera de carros, la competición más esperada, vio a Lucius tomar las riendas de su cuadriga y cruzar la meta en primer lugar, asegurándose un lugar en la historia. Su victoria no solo le otorgó fama, sino que también fue conmemorada con una estatua de bronce erigida cerca del hipódromo de Olimpia. Como muestra de su devoción, Lucius donó su carro al Santuario de Zeus, un gesto que quedó inmortalizado en 33 placas honoríficas distribuidas por toda Europa.

Aunque esta fue su única participación en los Juegos, Lucius no dejó de acumular logros. Ascendió a puestos clave en Roma, y en 139 d.C. fue nombrado cónsul suffectus y curator operum publicorum et aedium sacrorum. Su carrera lo llevó a gobernar en Moesia Inferior y África Proconsular, y alcanzó la prestigiosa dignidad de augur. Con el tiempo, se consolidó como una de las figuras más influyentes del Imperio Romano.

El final de su vida, en 154 d.C., ocurrió posiblemente mientras ejercía como procónsul en África. Aunque su legado familiar es incierto, su testamento dejó una huella duradera en Barcino. Una placa hallada en el Fórum de la ciudad narra sus últimos deseos, asegurando un donativo anual para los colonos barceloneses, perpetuando su nombre y su impacto en la comunidad.

Hoy, en la misma Plaza de San Miguel donde yacen las ruinas de sus termas, los arqueólogos han descubierto lo que podría ser su hogar ancestral. En honor a este primer olímpico barcelonés, la Generalitat de Catalunya instituyó la «Medalla Luci Minici», un reconocimiento a los deportistas olímpicos catalanes que sigue vivo hasta nuestros días.