'Un lance en el siglo XVII', obra de Francisco Domingo Marqués pintada en 1866Wikimedia

Leyendas de Barcelona

La leyenda del Cristo de Barcelona que convirtió a dos enemigos mortales en hermanos que lloraban juntos

Aún hoy se venera una escultura de Cristo Crucificado de la que se cuenta que salvó de la muerte a un duelista derrotado

En Barcelona existe, aún hoy, una iglesia cuyo origen se remonta, según la tradición, al siglo V. Se trata del antiguo monasterio de Sant Pau del Camp, que dicen que fue erigido por San Paulino, obispo de Nola, cuando estuvo en la ciudad y fundó en ella la Regla de San Agustín.

San Paulino dedicó el templo a su santo patrono, san Pablo, y junto a él se erigió un monasterio que se llamó de los Ermitaños de San Agustín. El monasterio de San Paulino fue más tarde destruido y, sobre sus ruinas, se levantó, en época de San Olegario, un templo y claustro que fue habitado por canónigos regulares de San Agustín procedentes de San Rufo de Provenza.

Más tarde, el monasterio cambió la Regla de San Agustín por la de San Benito, y en ella perduró… hasta la supresión de las órdenes religiosas en 1835. Situado al final de la calle San Pablo de Barcelona, en él se venera desde hace siglos una imagen de Jesús crucificado alrededor de la cual se cuenta una curiosa leyenda.

El Santo Cristo de la iglesia de Sant Pau del Camp, en una imagen de 1923Wikimedia

El visitante puede ver que la imagen, en lugar de caer aplanada con todo el peso de un cuerpo difunto colgando de la cruz, tiene las piernas contraídas y el cuerpo echado hacia delante, pareciendo como que con su contracción intentara o hubiese intentado ocultar alguna cosa. ¿Qué sucedió?

Un duelo a la luz de la luna

Debemos situarnos en el siglo XVI. Era de noche. En una de las estrechas y tortuosas calles de la ciudad se veía, arrimado junto a una reja, a un galán que conversaba con una dama. Las campanas de la Catedral dieron, pausadamente, la media noche.

La reja se cerró y el galán se retiró envuelto en su capa, que levantaba por la parte posterior con la extremidad de su espada. Con paso apresurado dio la vuelta a la calle cuando, de repente, una voz le dijo: «¡Alto ahí!». Oculta en la oscuridad, una persona le interceptaba el paso.

— ¿Quién se atreve a detenerme?, dijo el galán.

— Un noble como tú, Ramiro.

— Un villano será, pues oculta su nombre, y a quien voy a solfear la espalda con la vaina de mi espada.

— No será sin que hayas probado el temple de la de Roderich. ¡Vil rondador de noche!

— ¡Ira del Cielo! Eres el amante de doña Alda y me vas a dar cuenta de ello.

— ¡En guardia!

Y, allí, en la oscuridad de la noche, se cruzaron los aceros con la más terrible saña. De un portal salió una anciana, con un candil, que gritó: «¡Que se matan! ¡Ayuda!». Entonces se oyó un gemido de muerte y el ruido de un cuerpo que caía, mientras la anciana, asustada, gritaba: «¡Virgen del Carmen, ampáranos!».

Poco después llegó la ronda y encontró, en medio de la calle a un hombre agonizante envuelto por un charco de sangre. El asesino había desaparecido.

Segundo asalto

Meses después, un joven caballero se paseaba por las afueras de Barcelona seguido de su paje. El caballero estaba pálido. Se podía apreciar que acababa de sufrir una grave enfermedad, y había salido para respirar los aires puros del campo, escogiendo para su paseo la huerta de San Pablo.

De pronto vio a otro caballero, y su cara pálida se animó de vivos colores. Con rapidez se abalanzó sobre el desconocido gritando:

— ¡Defiéndete esta vez, infame!

— ¿Quieres acaso que vuelva a tenderte en tierra como la última vez, Ramiro? ¡Sea pues!

Y en aquel instante empezaron a reñir con desusada furia. Pero esta vez la suerte fue favorable a Ramiro, que desarmó a su contrario, y este, sabiendo la suerte que le aguardaba, huyó hacia el templo de San Pablo. «¡Te mataré —gritó Ramiro—, aunque sea al pie de los altares!».

Interior de la iglesia de Sant Pau del Camp, en BarcelonaWikimedia

Roderich penetró en el templo, que estaba vacío, y se refugió en el altar del Santo Cristo, poniéndose detrás de la imagen y comenzó a suplicar: «¡La vida, en nombre de Dios!». Pero Ramiro, fuera de sí, lanzó una estocada de frente para atravesar a su contrario, cuando, de repente, la imagen de Jesús crucificado, adelantó su cuerpo con el fin de parar el golpe.

Lleno de terror, Ramiro dio un grito, soltó su espada y cayó de rodillas, a los pies de la imagen, diciendo: «¡Perdón, Dios mío! ¡No me castiguéis como merezco!». Y haciendo un acto de contrición, exclamó: «Sal, Roderich, que voy a darte un abrazo y a pedirte perdón». Este salió y los dos se abrazaron.

— Cásate con doña Alda —dijo Ramiro—, pues yo me quedo para siempre en este monasterio a llorar mis pecados.

— No me casaré con doña Alda, dijo Roderich. Dios me salvó la vida y a Él pertenezco.

Durante muchos años se veía, al anochecer, orar ante el Santo Cristo de San Pablo a dos monjes. Rezaban con fervor y de sus ojos caían abundantes lágrimas. Al concluir su oración se abrazaban juntando sus rostros. Ambos murieron jóvenes como consecuencia de sus penitencias.