Cultura
Luciérnagas en la Ciudad de la Luz: el Museo Picasso abre una puerta al París que enamoró a los artistas
Barcelona acoge la exposición ‘De Montmartre a Montparnasse’, que documenta la relación de Picasso, Casas o Rusiñol con la capital cultural del momento
A finales del siglo XIX, París era el centro del mundo. La Ciudad de la Luz hacía honor a su apelativo, coronada como capital cultural de Europa y bullente de arte, color y bohemia, con las Exposiciones Universales de 1889 y 1900 como epítome. A esta ciudad llegan, a partir de este momento, muchos artistas catalanes atraídos como luciérnagas por el resplandor que emanaba de aquel incendio creativo.
El Museo Picasso de Barcelona se ha propuesto documentar esta relación, y el resultado es la exposición De Montmartre a Montparnasse. Artistas catalanes en París, 1889-1914, que se abre al público este viernes y se podrá visitar hasta el 30 de marzo de 2025. «Es una gran exposición», celebraba el director del museo, Emmanuel Guigon este jueves en la presentación de la muestra a la prensa.
Nombres como Ramon Casas, Santiago Rusiñol, Hermen Anglada Camarasa o –claro– Pablo Ruiz Picasso nutren una extensa muestra, que cuenta con 256 obras, entre pinturas, dibujos, grabados, esculturas, entre otros medios artísticos. «Es una visión pluridisciplinar, expresada en muchos lenguajes», destaca la filóloga Vinyet Panyella, que ha comisariado la exposición junto al historiador del arte Eliseu Trenc.
De Montmartre a Montparnasse
Pasearse con aires de flaneur por las salas supone, efectivamente, una caminata entre los dos barrios que dan nombre a la muestra, y que contextualizan las obras: «Nos interesa la geografía de las artes, porque Montmartre y Montparnasse son los dos barrios en los que se centra la bohemia», apunta Trenc.
Se trata de un espacio urbano aún en la periferia, donde encuentran su sitio una troupe de artistas venidos de Barcelona y otras ciudades catalanas, que rápidamente se unen a lo que Trenc tilda de «una suerte de proletariado». Son personas, añade, que «viven en la miseria porque lo importante para ellos era la libertad de crear y no adaptarse al mercado burgués».
Algunos de los recién llegados a este París exuberante, no obstante, sí tuvieron éxito: Anglada Camarasa –de quien se expone en la muestra su cautivador retrato de Le Paon blanc– llegó a tener un gran reconocimiento comercial en toda Europa, y Rusiñol logró una exposición propia en París, al contrario que Casas. Algunos, como Josep Clarà, tuvieron éxito al regresar a Cataluña y abrazar el novecentismo, mientras que otros fueron olvidados por la marea del tiempo.
Del lujo al lumpen
Esta disparidad de trayectorias también se refleja en los contrastes que marcan la exposición, organizada por núcleos temáticos. La muestra abre con un esbozo de la llegada de Picasso y Manuel Pallarés a París, contemplando la Torre Eiffel, y de ahí sumerge al visitante entre elegantes calesas, deslumbrantes espectáculos de can can y precarios estudios de artista.
«El relato de la muestra es el de una ciudad configurada por personas y paisajes», remarca Panyella, apuntando al contraste entre la sofisticación de los boulevards y los caros vestidos del Moulin Rouge con los retratos de personas sin hogar, que arrastran sus pies por las calles de una Montmartre sin glamour. Sorprende, por otro lado, una sala dedicada a fiestas típicamente españolas que estos artistas catalanes retrataron en París: de los bailes flamencos a las corridas de toros.
La muestra termina súbitamente, como terminó el espejismo de oropel parisino: con las botas de los soldados manchadas de barro. «En 1914, este mundo se acaba», sentencia Panyella; un apocalipsis sobrevenido que llega con el estallido de la I Guerra Mundial y que da al traste con el espectáculo permanente, infinito y superficial de la Ciudad de la Luz.