Gaudí visita la Sagrada Familia junto al nuncio Ragonesi, en 1915

Gaudí visita la Sagrada Familia junto al nuncio Ragonesi, en 1915Wikimedia

Historias de Barcelona

La pasión católica de Gaudí: dos misas al día y un ayuno de Cuaresma que casi le mata

Un repaso a la vida de fe del genial arquitecto catalán, recientemente declarado Venerable por el Papa Francisco

En 1992, un grupo de cinco amigos, encabezado por un joven arquitecto y profesor de dibujo, José Manuel Almuzara, constituyó la Asociación pro Beatificación de Antonio Gaudí. Completaban el grupo el ingeniero Josep Maria Tarragona, el arquitecto Javier Fransitorra, el sacerdote Ignasi Segarra y el escultor japonés Etsuro Sotoo, quien, tras trabajar durante años en la Sagrada Familia y conocer a fondo la obra de Gaudí, se convirtió al catolicismo.

El inicio del proceso de beatificación fue controvertido, pues algunas voces critican a la Iglesia una presunta intención de apropiarse de la figura del arquitecto, pero esta semana alcanzó un hito memorable: el Papa Francisco le declaró Venerable Siervo de Dios, el paso previo a su declaración —milagro mediante— como beato, y posteriormente santo.

En el joven Gaudí ya estaba latente un espíritu religioso que más tarde afloraría. Cabe destacar el dibujo realizado en el curso 1874-75 como ejercicio del primer curso de proyectos. Se trataba de una majestuosa puerta de cementerio. La ornamentación procede directamente del texto del Apocalipsis (4,1): «Después de estas cosas tuve una visión y vi una puerta abierta en el cielo». Años más tarde, cuando Gaudí dudaba en aceptar el proyecto de la Sagrada Familia fue convencido con el siguiente argumento: el Apocalipsis es la fuente de inspiración de los templos cristianos de todos los tiempos.

Su mentor, Torras y Bages

El hombre que más influyó en Gaudí fue José Torras y Bages, obispo de Vic y auténtico patriarca espiritual de Cataluña durante el siglo XIX. Fue el autor de La tradición catalana, un canto a la tradición, al catolicismo y a la lucha contra el liberalismo y las otras herejías políticas que ponen en peligro a la sociedad. Actualmente, también se ha iniciado su proceso de beatificación.

Un retrato de Torras y Bages junto a un retrato de un joven Gaudí

Un retrato de Torras y Bages junto a un retrato de un joven GaudíWikimedia / EFE

Torras y Bages introdujo a Gaudí en el Círculo Artístico Sant Lluc, del que el obispo fue prácticamente fundador y director espiritual. Este centro artístico pretendía reunir a los artistas católicos para combatir un tipo de arte nuevo y revolucionario que estaba surgiendo en Europa.

El joven Gaudí vivió sus tentaciones mundanas reflejadas en la ropa de moda y la buena mesa. Se prodigó en los espectáculos de la ciudad, acudiendo periódicamente al Gran Teatro del Liceo, y parecía muy cómodo alternando con la burguesía barcelonesa. Sin embargo, providencialmente, el encuentro con Torras y Bages cambió su vida. Gaudí llegó a participar intensamente en la Lliga d’Espiritualitat de la Mare de Déu Montserrat.

Un ayuno crítico

Un momento especialmente intenso en su vida espiritual fue durante la Cuaresma posterior a la aceptación del proyecto de la Sagrada Familia. Quiso prepararse de tal forma para la magna obra, que acometió un estrictísimo ayuno penitencial. Agotadas las fuerzas, quedó postrado en su domicilio de la calle Diputación hasta tal punto que sus amigos creyeron perderle.

Varios conocidos acudieron a su casa para convencerle que abandonara el ayuno, pero todo fue en vano. Sólo la intervención de Torras y Bages, el Domingo de Ramos, tras una larga conversación en la que abundaron consejos y ejemplos, logró sacarle de su trance.

Desde aquel episodio ascético, empezó a vivir plenamente el ideal evangélico. Abandonó la buena vida, el vestir a la moda, el coche, desde entonces iba a pie a todas partes, los restaurantes de lujo, y el afán de riquezas y prestigio.

Un alma eucarística

Como buen católico, Gaudí era un alma profundamente eucarística. Tras la comunión diaria se ensimismaba en la contemplación y en la acción de gracias. En los años que vivió en el Parque Güell, oía cada día la Santa Misa en la parroquia de San Juan de Gracia. Incluso, durante muchos años de su vida, acudía diariamente a dos misas: una por la mañana, a primera hora y otra, por la tarde, en la parroquia de San Felipe Neri.

Los domingos por la mañana solía acudir a rezar el oficio en la Catedral. En estos ratos de oración en la Catedral, en los últimos años de su vida, era acompañado por Juan Bergós Massó: ambos se conocieron en 1912 en el Círculo Artístico Sant Lluc. Tras el rezo del oficio, Bergós le acompañaba durante largas paseadas que solían llegar hasta el puerto de Barcelona.

Antoni Gaudí, durante la procesión de Corpus Christi, en 1924

Antoni Gaudí, durante la procesión de Corpus Christi, en 1924Wikimedia

La conversación entre sendos paseantes se centraba en temas religiosos, litúrgicos, morales o políticos. Gracias a esos momentos, Bergós pudo recoger buena parte del pensamiento de Gaudí que luego perpetuó en una biografía del arquitecto. También se conoce su participación en los actos públicos como la festividad del Corpus.

Cuenta Juan Matamala que acompañó a Gaudí buena parte de su vida, que ambos rezaban diariamente el rosario. Durante años convivieron en el Parque Güell y por la noche, a última hora, se sumían en la devoción mariana. Tras el rezo del rosario, Gaudí oraba por los familiares difuntos y se despedía con el tradicional Santa nit («Santa noche»).

Un templo expiatorio

Fueron el Padre Manyanet y José Mª Bocabella los promotores del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. Gaudí nunca entendió este edificio como un motivo de lucimiento personal sino como lo que realmente era, un templo expiatorio. Solía decir que «para hacer las cosas bien es necesario: primero, el amor; segundo, la técnica». La arquitectura no era para él más que un instrumento del amor que le tenía a Dios. Este amor quedó concretado en múltiples detalles en sus obras.

De todos es conocida la muerte de Gaudí, al menos en sus aspectos más anecdóticos, esto es, atropellado por un tranvía, confundido con un mendigo, agonizante en el hospital de la Santa Cruz. Sin embargo éste no fue su verdadero final. Una vez conocido su paradero, pronto acudieron los verdaderos amigos, entre ellos el capellán del templo, el P. Parés. Fue avisado también su director espiritual, el P. Agustí Mas.

En el hospital le adecuaron una pequeña habitación presidida por un cuadro de San José. Allí, junto al Santo Patrón, viviría el principio de la eternidad. Pudo recibir el Viático; tras la Comunión, en un estado de semiinconsciencia, repetía sin cesar «Jesús, Déu meu» («Jesús, Dios mío»). A pesar de las múltiples visitas de personajes y autoridades civiles, no quería hablar con ellos. Sólo tenía la mirada alzada, como contemplando la Gloria, y repetía «Jesús, Déu meu».

Por fin su alma entró en la Gloria, infinitamente más sublime que como él la había imaginado en la fachada de la Sagrada Familia. Y es que cualquier obra humana sólo tiene sentido como reflejo de la divina y si es para la eternidad. Por eso, refiriéndose a la Sagrada Familia, Gaudí dijo una vez a sus íntimos que «este templo no lo acabaré yo, lo acabará San José».

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