Actuaciones en la plaza de Obispo Amigó, ValenciaC.L.

Comunidad Valenciana

Los comerciantes de Valencia se rebelan por la degradación en el centro: obras, suciedad y tráfico

El centro de Valencia se ha convertido en un enjambre de obras que complican el día a día a vecinos y trabajadores

El lunes 15 de junio de 2015, Joan Ribó (Compromís) llegaba al edificio del Ayuntamiento para empezar su primera jornada como nuevo alcalde de Valencia. Sorprendentemente, lo hacía en bicicleta, entrando por una gran puerta negra en cuyo fondo se encontraba un Audi A8 cubierto de polvo. Era el coche oficial de la ya ex alcaldesa, Rita Barberá, que siempre iba a pie. Desde ese día, su caballo de batalla ha sido cambiar el modelo urbanístico y de circulación de la ciudad.

Para él y su concejal de Movilidad, Giuseppe Grezzi, había que limitar al máximo el uso del vehículo particular y fomentar la bicicleta, construyendo carriles bici por toda la ciudad (y vaya si lo han hecho, muchos de ellos con la oposición, e incluso perplejidad, vecinal). Desde la campaña de las municipales de 2015 hasta hoy, sus camaradas de Compromís reiteran un curioso argumento para justificar ese giro de modelo de ciudad, consistente en que Ribó conoce mejor que nadie el cambio que necesitan las calles de Valencia porque es un hombre «sencillo» que todos los días «va y vuelve en bici a su casa» de Patraix.

Precisamente, la última calle de Patraix, ya colindante con el barrio de Abastos, es la avenida Pérez Galdós, una larga vía cuya remodelación propuesta por Compromís y PSOE está suponiendo para los vecinos un híbrido entre el parto de Jane Seymour y el de los montes.

Allí, Asunción, una vecina desde hace treinta años, relata la última «chapuza»: «En esta zona es muy difícil encontrar sitio para aparcar y lo que ha hecho el Ayuntamiento ha sido retirar todos los coches hasta la calle Cuenca y pintar unas rayas diagonales rojas que, supuestamente, son como una acera complementaria para ir andando». Sin embargo, Asunción afirma no tener muy clara la utilidad de ese cambio en la calzada: «¿Para qué quiero ir yo por ese nuevo ‘carril’ si a los diez metros me voy a dar con los contenedores que siguen ahí?», se pregunta.

«Para colmo», continua, «pegado a este invento están instalando un carril bici sin ninguna separación con el del bus. Es una locura, una tras otra y así hasta que pase una desgracia», se lamenta.

Imagen del nuevo 'carril' en la Avenida Pérez Galdós, ValenciaC.L.

No queda ahí el estupor de la vecina, ya que asegura que el desconocimiento del uso de ese nuevo carril llega hasta la Autoridad: «El otro día, la Policía Local paró a una chica que iba en patinete y le dijo que no podía circular por ahí. Cuando la afectada le preguntó para qué estaba, la agente se encogió de hombros y le dijo que continuase su marcha por el carril bus», a lo que añade que ni «a los vecinos ni a los administradores se nos ha avisado de esto, lo vimos pintado de la noche a la mañana».

Desde la esquina donde este hecho ocurrió hasta la Plaza de España hay ochocientos metros en línea recta, divididos en cuatro manzanas. A manzana por obra. En la esquina de San José de Calasanz con Alberique, unas obras en el chaflán que obligan a los peatones a dar un rodeo con tal de cruzar. La Plaza de Obispo Amigó, toda la rotonda en unas obras que se hacen extensivas a las calles Buen Orden, Cuenca e Historiador Diago. En Jesús, el carril bus levantado y un paso de peatones tapado que el peatón ha de bordear si quiere pisar acera. Finalmente, antes de llegar a Plaza de España, en Pintor Benedito, dos de sus carriles están siendo remodelados y los vehículos se colapsan, han de cambiarse de carril entre atascos y cláxones mientras los clientes del bar 'Las Palmeras' disfrutan del bello paisaje de las hormigoneras y el agradable sonido del martillo hidráulico.

Actuaciones en la plaza de Obispo Amigó, ValenciaC.L.

Girando a la izquierda desde Plaza España, se encara la calle San Vicente, la más larga de Valencia, y comienza el centro de la ciudad. Justo ahí se encuentra la mítica discoteca Indiana, pero Marcos T., taxista con casi tres décadas en la profesión, no está para fiestas: «Esto es un sinvivir. Cuando no es una obra aquí es una obra allí. Mira cómo estamos, esto parece la Gran Vía de Madrid», comenta enojado el taxista. Además, «sin querer entrar en política», añade: «A Rita la podías votar o no, pero en todos los años que estuvo de alcaldesa nadie nos quejábamos del tráfico. Ahora es insoportable».

Habiendo avanzado no más de cien metros metros, Marcos vuelve a indignarse, esta vez por cómo ha quedado la Plaza de San Agustín: «Aquí se dijo que iban a parar muchos autobuses para llevar a la gente a todos los puntos de la ciudad, pero mira en lo que ha quedado». En efecto, la explanada a la que el chófer se refiere consta de unos cuantos bloques de hormigón colocados sin ton ni son y con unos vegetales secos que quizás hubo un día en que sirvieran de adorno, algún que otro banco y, eso sí, una parada de bus en mitad del lugar, a la que ningún vehículo puede llegar porque no hay calzada en ninguno de sus extremos y tendría que hacer escalón entre los bloques.

Plaza de San Agustín, en ValenciaC.L.

En la misma San Agustín y para ir al Mercado Central, destino final del viaje con Marcos, se puede ir siguiendo San Vicente en un tramos de unos doscientos metros lleno de bajos comerciales con carteles de ‘Se vende’ o ‘Se alquila’, pero el taxista decide ir por la avenida del Oeste, esa a la que los vecinos llaman «la de los atropellos» y explica el porqué: «Lo primero que nos hizo el alcalde fue poner esta calle de doble sentido prácticamente sin avisar y, claro (Marcos dice una expresión más explícita), hubo muchos atropellos y hasta un muerto».

Antes de cobrar la carrera y ya en el Mercado Central, Marcos no pierde la ocasión de criticar otra obra: «Aquí han hecho otra burrada. Llevamos más de año y medio volviéndonos locos cada vez que venimos aquí porque una vez se sale por un lado, al día siguiente por el otro y siempre estando parados dos horas (exageración)».

Ya dentro del Mercado Central, uno de los edificios más representativos y visitados de Valencia, un vendedor miembro de la Asociación de Comerciantes del Mercado Central, no pasa por alto «la faena» que les han hecho a él y a sus compañeros: «El Ayuntamiento decidió que el parking de abajo sólo lo pudiéramos utilizar para carga y descarga y con un horario limitado desde las cinco de la mañana hasta las once». Según este comerciante, como mucho a esa hora tiene que abandonar «la parada, bajar, coger el coche y llevarlo al solar alquilado por la Asociación, con el coste que ello supone».

Ribó argumentó su decisión en que un parking no puede tener la misma entrada y salida, sin embargo, el vendedor señala que se podría entrar por un parking nuevo que han construido junto al Mercado y salir por el de siempre, ya que ambos están comunicados: «No hace falta ser ingeniero, es algo básico que nos facilitaría mucho el trabajo», afirma.

Además, el vendedor insiste: «No lo hacemos para dejar de pagar nuestra plaza, que nos la sigan cobrando. Lo reclamamos porque no es normal que teniendo un parking vacío tengamos que descargar, irnos de nuestro puesto, coger el coche, dar una vuelta para aparcarlo, volver a diez o quince minutos a pie y luego, cuando tenemos que salir ‘escopetados’, volver a ir andando a las tres de la tarde».

El Mercado Central de Valencia está ubicado en el distrito de Ciutat Vella. Esta zona ha sido objeto del mayor número de obras y remodelaciones en los siete años que lleva Ribó en el Consistorio, su gran apuesta para distanciarse del legado de Barberá y dejar un nuevo centro histórico marca de la casa. En este sentido, la opinión sobre la metamorfosis del centro de Valencia depende de con qué ojos se mire.

Para el presidente de la Asociación de Comercios del Centro, Borja Ávila, el hecho de que se estén produciendo tantas obras a la vez «puede provocar que la gente huya de visitar el centro», pero cree que en el medio plazo será «positivo porque va a haber un cambio muy importante en la ciudad». Para Ávila, «las obras son duras, pero con perspectiva nos preguntaremos por qué no lo hicimos diez años atrás».

Sobre la situación de los comercios, el presidente de los comerciantes del centro de Valencia reconoce que, además del conjunto de obras, muchos se han visto «afectados por la pandemia y ahora por la inflación del más del diez por cien». Por ello asegura que las rebajas «no están tendiendo descuentos tan agresivos por falta de producto» y da un dato duro: «En el centro histórico dos de cada diez comercios han tenido que cerrar». Sin embargo, Ávila ve claroscuros en este cambio urbano y asegura que hacen falta «un transporte público de calidad y unos parkings que no sean abusivos».

Visión muy distinta es la que tiene Antonio Cassola, miembro de la Associació de Veïns Amics del Carme, barrio que también engloba Ciutat Vella. Para Cassola, los vecinos de la zona son «los grandes olvidados de estos últimos siete años» y su queja viene porque «ninguna» de sus propuestas «ha sido aceptada por el Ayuntamiento».

De este modo, el vecino critica las obras llevadas a cabo por el Equipo de Gobierno de Ribó porque, a su juicio, «no se han hecho pensando en las necesidades de los residentes, sino únicamente considerando la explotación comercial»: «Está muy bien la peatonalización, es algo que llevábamos mucho tiempo pidiendo, pero no para que se convierta el barrio en un gran centro comercial al aire libre». Según Cassola, «desde 2015 no se ha construido ni una sola vivienda social nueva, solo hoteles».

Para el vecino, remodelar muchos lugares de Ciutat Vella limitando el tránsito de vehículos lo que ha conseguido es «crear fronteras artificiales dentro del propio barrio porque se ha buscado proteger determinadas zonas monumentales y turísticas y no garantizar la movilidad residencial».

En este caso, Cassola se pone a sí mismo como ejemplo del «caos» organizado por Ribó: «Al no tener acceso en coche a determinadas calles de mi barrio, me obligan a entrar siempre por la misma venga de donde venga, por lo que muchas veces tengo que dar vueltas y más vueltas por el centro hasta encontrar por dónde llegar a esa calle. Es un artificio que no favorece la residencialidad», apostilla.

Además, el representante de la asociación ironiza con la «asombrosa generosidad» con la que muchos comercios han instalado terrazas: «Hay zonas donde se han arrancado bancos para colocar terrazas…no porque no hubiera, sino porque el dueño la quería más grande». «Si quieren una ciudad solo para el turismo, que nos digan que Valencia es Tanzania y se acabó», comenta Cassola entre la sorna y la indignación.

También muestra su cabreo cuando toca el tema de la prostitución: «Aunque el concejal dice que no existe en la vía pública, en la calle Viana siguen saliendo las señoritas con sillas a la calle a la espera de captar clientes. Lo que han hecho ha sido patrullar más y se ha reducido el tráfico de drogas, pero claro que sigue existiendo la prostitución callejera».

Por último, una plaza –quizás La Plaza- que en 2021 y 2022 ha sido noticia por albergar el mercadillo que antes se montaba en el Mercado Central y tuvo que ser trasladado, cómo no, por las obras en la zona. La imagen que cada semana se repetía de dicho mercadillo en la misma plaza del Ayuntamiento ha sido objeto de numerosas críticas vecinales y empresariales. Sobre ello, Ávila deja clara su postura: «No es la imagen que queremos dar de Valencia. Hay que hacer proyectos con empaque y no cutrerías».

El mercadillo en la plaza del AyuntamientoV.N. d L

Con la elección por parte del Consistorio del proyecto ganador entre los cinco finalistas y que la Plaza del Ayuntamiento cierre el círculo de las obras en el centro de Valencia, está por ver qué se escuchará antes: «Senyor pirotécnic, pot començar la mascletà» o aquello de «senyor capatàs, pot començar l’excavació».