Comunidad Valenciana Ruta por las obras de 'ordeno y mando' de Ribó que han convertido Valencia en una ciudad irreconocible
Durante sus ocho años como alcalde, el nacionalista se ha caracterizado por imponer su urbanismo ideológico, haciendo caso omiso a las protestas y reclamaciones de los vecinos
La plaza del Ayuntamiento de Valencia es uno de los centros neurálgicos de la ciudad, desde donde se articula buena parte de la vida social y económica. Además, durante los primeros diecinueve días del mes de marzo, por ella pasean decenas de miles de vecinos y turistas atraídos por los monumentos falleros y las tradicionales mascletàs.
Sin embargo, la que debiera ser 'la primera calle' de Valencia hace años que sufrió un severo revés estético amparado en el urbanismo ideológico impuesto por el alcalde, Joan Ribó.
Actualmente, la plaza se encuentra rodeada por innumerables maceteros en distintos tonos de verde que poco o nada tienen que ver con los colores tradicionalmente relacionados con la capital levantina.
Se colocaron en el marco de una reforma integral de la zona que, paradójicamente, es y sigue siendo provisional. Esta se hizo anteponiendo los criterios del Equipo de Gobierno municipal –formado por Compromís y PSPV-PSOE–. Se llevó a cabo para peatonalizar la plaza, pero la modificación no contaba con el visto bueno de los comerciantes.
La ideología como prioridad
Poco le importó eso al alcalde, que siguió adelante como si nada estuviese pasando a su alrededor. Ante todo, ideología. La obra, para colmo, ha alterado significativamente la circulación, provocando aún el desconcierto de peatones a la hora de saber en qué sentido vienen los coches según el tramo en que se encuentren en la plaza.
Lo mismo sucede con los propios conductores, que están hartos de las congestiones tanto ahí como en las calles adyacentes, principalmente en las zonas de carga y descarga. La del Ayuntamiento quizás sea la más emblemática, pero por toda la ciudad las obras realizadas rezuman la actitud de 'ordeno y mando' de Ribó, más preocupado en consumar su hoja de ruta nacionalista que en las reclamaciones vecinales. Se dirija uno hacia donde se dirija partiendo desde el Consistorio, el panorama es el mismo.
Por ejemplo, caminando hacia la izquierda en apenas un minuto se entra en la plaza de la Reina. Inaugurada el pasado verano, su modificación no contó con la aprobación de residentes ni de trabajadores del barrio. Para colmo, en vez de unos bancos normales para sentarse y relajar la espalda, el urbanismo innovador de Ribó le llevó a colocar unos simples bloques de hormigón que carecen de respaldo.
Pero todo se puede superar porque, incluso habiendo sido ya inaugurada, los ciudadanos se dieron cuenta de un detalle nada nimio: no había toldos. En otras palabras, en una de las ciudades más cálidas de España en primavera y verano, con temperaturas que superan los cuarenta grados, eso se le había escapado al alcalde.
Por último respecto a la Reina, el despiste del regidor no solo va a causar molestia a quienes se acerquen por la plaza. También un importante gasto, ya que los trabajos para montar y retirar los toldos tendrán un importe de 100.000 euros a sufragar en los próximos cuatro años.
Volviendo al Ayuntamiento, si el camino escogido es el de seguir recto por la calle Las Barcas, quien vaya por ahí se topará con la de Colón. El odio de Ribó hacia el coche particular ha convertido esta estratégica vía en un atasco permanente como consecuencia de la reducción hasta el extremo de los carriles que pueden ocupar los turismos.
Sobre todo en la hora punta por las tardes, los vehículos circulan muy lentamente hasta Guillem de Castro, donde el alcalde pretende cerrar sin motivos ni explicaciones al respecto un túnel que los valencianos utilizan para descongestionar el tráfico.
De nuevo estando en el Consistorio, yendo hacia atrás hay tres obras de las que aún a día de hoy los vecinos siguen sin comprender ni su ejecución ni su puesta en marcha. La primera es una explanada en la confluencia entre San Vicente y San Agustín. Allí estaba previsto instalar una serie de paradas de autobús que actuara a modo de intercambiador. Pero no lo fue y todo hace pensar que no lo será.
Por contra, sí es una aglomeración de cemento complementada, eso sí, con otros bloques de hormigón sobre los que asoma alguna planta mal cuidada. El sinsentido va a más cuando se entra dentro de ese cuadrado alejado del ecologismo predicado por Ribó. Y es que resulta que en su interior hay unas cuantas paradas de autobús a las que no puede acceder ningún vehículo porque es peatonal y en sus cuatro lados están los mencionados bloques, impidiendo que pasen incluso las motocicletas.
Los residentes de la zona no se terminan de acostumbrar a convivir con un proyecto que no apoyaron y que no saben qué será de ese lugar en el corto o medio plazo. A escasos cinco minutos a pie están las otras dos grandes reformas que tienen a muchos valencianos tan indignados como desconcertados.
En este periódico ya se ha dado cuenta de las obras acometidas en el cruce entre las importantes avenidas de El Cid y Pérez Galdós. En una imagen aérea y con todo el tiempo del mundo para interpretarla, cuesta lo indecible descifrar toda la maraña de pintadas que hay sobre el asfalto. Si eso es así, cómo no será para los conductores.
Por último, casi colindando con este 'llamativo' cruce, el Gobierno de Compromís y PSPV-PSOE decidió de nuevo por su cuenta y riesgo que los vecinos de Pérez Galdós no necesitaban cientos y cientos de plazas de aparcamiento en su barrio. No se sabe muy bien por qué, pero el caso es que ahora han de pagarse un parking privado o malgastar su tiempo dando vueltas y gastando gasolina hasta encontrar un hueco.
Bien es cierto que Ribó ha quitado las plazas, pero ha dotado a los vecinos de unas rayas rojas en la calzada. Supuestamente, donde antes se dejaban los coches ahora es un pequeño carril para andar, como si fuese una prolongación de la acera de la que, además, le sigue separando un bordillo.
Con bordillo o sin él, están pasando olímpicamente de ese nuevo espacio para caminar. Una de las razones puede ser que a mitad de algún tramo hay instalados unos contenedores que obligan a volver a la acera.
Por tanto, la empatía del alcalde de Valencia con sus vecinos no parece que pase por su momento más álgido. En 51 días se invertirán los papeles y serán los ciudadanos los que decidan con su voto qué lugar le corresponde a cada uno.