Agresión ultra en las Cortes Valencianas
A falta de los datos de masa y desaceleración, no parecía que los golpes tuvieran más fuerza que si se los hubiera dado en la espalda en un contexto amistoso
En estos tiempos en los que se tiende a la hipérbole –y el periodista que esté libre de pecado que tire la primera piedra–, aun así llama la atención el creciente uso de esta figura literaria en la arena política. Uno de los últimos ejemplos ha sido la «agresión» sufrida este martes por el diputado socialista en las Cortes Valencianas José Chulvi durante el debate de las enmiendas a los Presupuestos de la Generalitat.
La formación de la presunta víctima, el Partit Socialista del País Valenciá, denunció que el vicepresidente de la Generalitat Valenciana y consejero de Cultura, Vicente Barrera, había golpeado violentamente al susodicho Chulvi. Lo que no especificaban los de Ximo Puig es que lo que captaron las cámaras fueron dos palmaditas en el pecho y un gesto del dirigente de Vox para que su adversario regresase a su escaño. A falta de los datos de masa y desaceleración, no parecía que los golpes tuvieran más fuerza que si se los hubiera dado en la espalda en un contexto amistoso.
Las imágenes, además, muestran que, de pie, Chulvi agarraba al extorero del hombro mientras éste estaba sentado. El diputado socialista, asimismo, estaba con el cuerpo inclinado hacia Barrera, en una posición de superioridad e invadiendo su espacio personal. Hasta donde ha podido saber El Debate, ninguno de los dos tuvo que recibir atención médica, mucho menos hospitalaria, ni consta que se haya presentado denuncia.
No hacían referencia las hiperbólicas reacciones del PSOE-PSPV –y también de Compromís– a que este suceso se produjera después de que, al más puro estilo Rufián, el diputado socialista le entregara a Barrera, impreso y a color, un diploma al «Censor de honor». Supongo que no debe ser plato de buen gusto ese reconocimiento siendo el máximo responsable político de la cultura a nivel regional. Y, además, por haber hecho una modificación presupuestaria en su Departamento que no era del agrado de los socialistas. Pero la mayor exageración se la guardaban para el final los del oscarpuentizado partido del puño y la rosa.
«Así actúa el vicepresidente de Mazón: como un ultra violento. No le gustan las verdades. Sí. Eres un CENSOR y no nos amedrenta tu chulería», se despachaban alarmistas y tirando de mayúsculas desde el perfil regional del partido en la red social X junto con un vídeo del momento en el que se produjo el doble impacto. Mi impresión es que el dirigente de Vox se dejó la chulería en el ruedo. Y, aunque ha pasado parte de su vida empuñando una espada –dicen los entendidos que con pericia–, cuesta imaginárselo de cacería callejera nocturna dando palizas a alguien por motivos ideológicos, raciales, futbolísticos o de otra índole.
Tampoco es que el vicepresidente estuviese impecable, más aun ostentando un cargo institucional de esa relevancia. Esas dos palmaditas están muy lejos de ser una «agresión», pero, unidas al numerito de la entrega del diploma –este sí rezumante de chulería– y a otros episodios de corte similar, evidencian que la política española cada día degenera un poco más.
Más allá del bochorno, el problema es que, visto este modo de actuar cada vez más extendido entre nuestros representantes –y la injustificable salida del tiesto de Javier Ortega Smith de este viernes es un claro ejemplo de ello–, quizás sí llegue un día en que la tendencia derive en que de verdad tengamos que lamentar otra vez la censura o la violencia por no haber sabido estar a la altura, ni en el lenguaje ni en las formas ni en el fondo.