Una mañana de silencio en un barrio de luto
Hablando en voz baja, una multitud de vecinos, curiosos y medios de comunicación se congregaba este sábado en los alrededores del edificio calcinado en Valencia donde murieron diez personas
A tres kilómetros y medio de la plaza del Ayuntamiento, donde las autoridades guardaban un minuto de silencio oficial, decenas de personas se amontonaban el sábado por la mañana en las inmediaciones del bloque calcinado de Valencia. Pocas veces se ve a una multitud congregada de manera tan silenciosa de manera espontánea. Más allá de los niños, los pocos que hablaban lo hacían en voz baja.
El cordón policial, con varias calles cortadas, y situado a una distancia prudencial del inmueble donde el jueves perdieron la vida diez personas, no impedía que vecinos, curiosos y medios de comunicación se acercaran a mirar y fotografiar desde varios puntos la zona cero del peor incendio sucedido en la historia de Valencia.
El fuerte viento que se mantenía todavía dos días después de la tragedia desprendía olor a quemado. Y si el hedor era palpable en la calle, también lo era en el interior de las viviendas de algunos de los vecinos, que todavía no se han repuesto del susto.
«Me huelen las cortinas a humo», apuntaba una vecina del barrio de Campanar, donde, lógicamente, no se habla casi de otra cosa. Incluso con señas, como las que hacía una joven cuidadora a una anciana que contemplaba horrorizada la construcción.
Pero las reacciones no eran simplemente verbales. Una pareja de mediana edad portaba un carro con objetos para los afectados. «¿Es ayuda? Lo están reuniendo todo en la comisión fallera, por esa calle», indicaba una mujer, en alusión al acopio de objetos para unas personas que lo han perdido todo a nivel material, pero pueden agradecer el hecho de seguir con vida.
Más allá de la ola solidaria, los vecinos ahora se están organizando para que el suceso no se olvide, que no se convierta en una cuestión mediática pasajera y las administraciones pasen página una vez se ha desviado el foco, como ha ocurrido en tantas ocasiones. El Ayuntamiento y la Generalitat ya han anunciado las primeras medidas para aliviar su situación, pero ellos ya están pensando en constituir una asociación de afectados.
Contemplar el estado ruinoso en el que han quedado sus casas, en el doble bloque de 138 viviendas, y pensar que el saldo letal haya ascendido a una decena de personas invita a creer que, pese a la catástrofe humana y material y el drama de las víctimas mortales, fue un milagro que centenares de ellos lograran salir con vida aquella tarde de ese infierno.
El papel de Julián, el conserje que fue puerta por puerta avisando del peligro a todos los vecinos que pudo, hasta que el humo se lo impidió, así como el de los bomberos, otorga una explicación más terrenal. Son héroes. De carne y hueso, pero héroes, al fin y al cabo. Uno de ellos, uno de los bomberos que permanecía ingresado, era dado de alta en esos momentos, quedando ya solo uno más en el hospital de los que ese día vivieron una jornada de trabajo difícil de imaginar.
La estampa del edificio devastado lleva irremediablemente a recordar las imágenes televisivas de las viviendas bombardeadas en lugares lejanos como Gaza o Ucrania. Que los bajos comerciales hayan quedado absolutamente impolutos añade a la visión una sensación de irrealidad. Por suerte, los especialistas ya se encargan de arrojar luz sobre los porqués de un suceso lleno de dudas y que el Juzgado de Instrucción Número 10 de Valencia irá poniendo negro sobre blanco.
Desde otro punto de la rotonda en la que se encuentra el edificio se vislumbra a varios bomberos y a los agentes de la Comisaría General de Policía Científica que poco antes han confirmado la décima muerte. En esos momentos están a pie de suelo, pero todavía portan cascos, ya que el peligro de que algún elemento del edificio se desprenda e impacte contra ellos es más que posible.
«Vamos a seguir buscando para levantar palmo a palmo al edificio», apuntaba la delegada del Gobierno en referencia a la hipótesis de que todavía pudiera encontrarse alguna desagradable sorpresa entre los escombros. Entre ellos se busca también la pista que lleve al origen del fuego, sus causas y el material que ayudó a que el inmueble se convirtiera en una bola de fuego en unos pocos minutos.
A lo lejos, el tráfico emite sus ruidos característicos y la gente llena las calles, centros comerciales y terrazas. La vida continúa, pero una enorme cicatriz de hierro y hormigón recuerda que en Campanar siguen de luto.