Castellón El terrorífico cementerio de muñecas de porcelana de Segorbe que una vez fue una empresa puntera
El legado olvidado de una fábrica que llevó el arte a los hogares hoy oculta, entre ruinas y misterio, una de las leyendas más famosas de la Comunidad Valenciana
En el corazón de Segorbe, rodeado por el silencio de los campos y la sombra de su pasado, se alza un caserón en ruinas que conserva los vestigios de una historia de arte y dedicación. Este edificio, que en su día albergó una fábrica de muñecas de porcelana reconocida por su delicadeza y belleza, se ha convertido hoy en un símbolo de la decadencia industrial y cultural.
Todo comienza con Ramón Inglés Capella, un escultor oriundo de Bétera nacido en 1932, cuya destreza para moldear la porcelana lo convirtió en uno de los referentes de su generación. Tras formarse en la Escuela Nacional de Artes de París, y perfeccionar su técnica en prestigiosas instituciones europeas, regresó a su tierra natal con la ambición de dejar huella. En los años 70, junto a su hermana Josefina Inglés, también formada en Bellas Artes, decidió adentrarse en un nuevo ámbito creativo: las muñecas de porcelana.
Estas piezas, concebidas como auténticas obras de arte, combinaban un diseño escultórico exquisito con detalles textiles que les conferían un carácter único. Las muñecas se transformaron en una fusión ideal entre arte y funcionalidad, captando el interés tanto de coleccionistas como del público general. No obstante, el pequeño taller en Bétera, ubicado en su propia vivienda, pronto resultó insuficiente para las aspiraciones de los hermanos Inglés.
En los años 80, Ramón y Fina adquirieron un antiguo molino del siglo XVI, construido originalmente por los frailes de la Cartuja de Valldecrist y situado en Segorbe. Este edificio, de grandes proporciones pero aislado, permaneció en pie hasta la Desamortización de Mendizábal en 1835, momento en que comenzó la desaparición de la mayoría de las construcciones religiosas. Durante la II República, según narran las historias populares de la localidad, trabajadores y numerosos vecinos fueron ejecutados y arrojados a los pozos que conectaban con los molinos, aún visibles hoy en día. Dichos pozos, de aproximadamente 30 metros de profundidad, también habrían servido para ocultar los cuerpos de los habitantes asesinados durante la Guerra Civil.
Posteriormente, el inmueble fue empleado para combatir el contrabando en la región, y tras la Guerra Civil, se convirtió en un tradicional telar hasta que, en 1972, Ramón y Josefina Inglés adquirieron este caserón y lo transformaron en una de las mayores empresas de muñecas de porcelana nivel mundial.
En un principio, Ramón se dedicó a fabricar moldes para venderlos a reconocidos escultores internacionales, pero con la incorporación de su hermana, comenzaron a esculpir las muñecas y a dotarlas de un distintivo toque parisino de los años 60, lo que les catapultó a la fama. Aunque la restauración comprometió parte del valor histórico del edificio, construyeron hasta cinco plantas, cada una destinada a distintas secciones, de las cuales hoy solo permanecen el sótano y algunas de las habitaciones, que albergan alrededor de un millón de moldes.
El traslado, sin embargo, trajo consigo complicaciones logísticas. Muchos de los artesanos más cualificados abandonaron la empresa debido a la distancia de la nueva ubicación. Pese a ello, en esta etapa supuso un notable incremento en la diversidad y calidad de las muñecas, que comenzaron a incluir cabezas articuladas y vestidos de diseño exclusivo. Estas innovaciones les aseguraron un lugar destacado en los mercados nacionales e internacionales.
El cambio de década trajo consigo una transformación en los gustos del público y en la economía global. Los años 90 marcaron un punto de inflexión: las preferencias del consumidor se orientaron hacia un minimalismo que relegó la opulencia de las piezas decorativas. La crisis económica de la época agravó más la situación de la fábrica, que ya enfrentaba deudas derivadas de las obras de restauración y los elevados costes operativos.
La salud de Ramón Inglés también comenzó a resentirse, y su fallecimiento, en 1997, marcó el inicio del declive. Fina Inglés intentó mantener la empresa activa, lanzando nuevas colecciones bajo la marca «Fina Inglés Porcelanas Artísticas». Sin embargo, sus esfuerzos resultaron insuficientes frente a un mercado que ya no favorecía los recursos artesanales.
Tras el cierre de la fábrica, el caserón pasó a manos de un nuevo propietario, que planeaba convertirlo en una residencia para personas con discapacidad. No obstante, su inesperado fallecimiento truncó el proyecto. Desde entonces, el edificio quedó abandonado y expuesto al saqueo. Moldes, herramientas e incluso piezas incompletas fueron sustraídas o destruidas, dejando tras de sí un rastro de desolación.
En 2016, el Ayuntamiento de Segorbe declaró el edificio en ruinas, con un alto riesgo de derrumbe debido a su deterioro. Hoy en día, como ha constatado El Debate durante su visita, el pasado 3 de diciembre, el caserón sigue atrayendo a curiosos y amantes del misterio que merodean por los alrededores, ya que todas las entradas están tapiadas. La única forma de acceder hoy en día es escalando por el techo y cruzando los pozos que conducen a la parte superior. En su interior, visible desde las ventanas exteriores, se observan grandes cantidades de escombros y polvo, además de restos de moldes y maquinaria.
El entorno se encuentra en un evidente estado de descuido: ramas secas, árboles enfermos y hojas acumuladas que refuerzan la imagen de un lugar olvidado. Incluso un pequeño río bordea la fábrica, añadiendo al ambiente una sensación de melancolía que contrasta con la vibrante actividad que un día albergó.
La atmósfera que rodea la fábrica resulta inquietante. La vegetación descontrolada, los muros a medio derruir, los sonidos del río, el susurro del viento, los grafitis terroríficos y los ecos que emanan de los pozos profundos refuerzan la sensación de misterio, haciendo que se experimente un escalofrío al caminar entre los restos de este lugar olvidado.
La fábrica de muñecas de Segorbe no es solo un edificio en ruinas; es un emblema de la rica tradición artística valenciana, de su capacidad para conjugar talento y esfuerzo, y de la fragilidad de las obras humanas ante el paso del tiempo y el abandono. Su historia refleja el auge de una industria que llevó el arte a los hogares y su posterior caída ante los cambios en el mercado y la economía. Hoy es un panteón de muñecos muertos de artistas realmente conocidos de la época de los 80.