En los tiempos de María y José, el compromiso matrimonial estaba profundamente influenciado por normas complejas y tradiciones arraigadas que regulaban cada paso del proceso. Los acuerdos entre las familias se gestionaban con precisión a través de intermediarios, como la casamentera del pueblo, quien solía actuar en nombre de los padres de la novia. Estos acuerdos se formalizaban mediante la intervención de un rabino, garantizando así la solemnidad del compromiso. El acto de los desposorios, que habitualmente ocurría un año antes de la boda, culminaba con la firma del Ketuba, un contrato matrimonial certificado por un escribano. Este personaje, esencial en las comunidades de Judea, documentaba el compromiso ante dos testigos, asegurando que la unión tuviera validez tanto social como religiosa.