Defensa  General Rafael Dávila: «Un legionario es un guerrero puro que no le teme ni a la muerte»

Gabriel Albiac entrevista al General Rafael Dávila sobre su libro El nuevo arte de la guerra

Una teoría de la guerra es una teoría del hombre.

–General Dávila, quizás lo primero que sorprende al lector en 'El nuevo arte de la guerra' es encontrarse con un libro que va mucho más allá de lo que uno se espera de un tratado militar. Permítame que tome como punto de arranque una fórmula que utiliza usted y que puede sorprender al lector: «Salvo una batalla perdida, no hay nada tan triste como una ganada».

–Es una cita de Lord Wellington, tras ganar en Waterloo. A mí me impresionó desde que era un joven teniente. Porque nadie puede enarbolar alegría por haber ganado una batalla en la guerra, ni por haber ganado la guerra. La alegría únicamente estriba en que haya finalizado con el menor número de bajas posible. En este libro he querido ir más allá del simple hecho concreto de las armas y del enfrentamiento. Nunca he pretendido elaborar un texto técnico que trate de lo que estudian ya muchos libros de historia: de batallas, de despliegues, de formaciones, de movimientos, de armamento. Eso está ya escrito. Yo he pretendido escribir algo que, a lo largo de toda mi vida militar, de más de 50 años, he llevado dentro. Ver que la guerra no se limitaba a un enfrentamiento armamentístico, sino que iba más allá; que era el enfrentamiento del hombre contra el hombre, sin más. Bueno, de alguna manera es diseccionarlo en la guerra y algo muy importante para mí. Toda la historia de la humanidad está vinculada constantemente al fenómeno de la guerra.

–Y en esa línea, usted cita a los grandes tratadistas de la guerra, que son todos ellos tratadistas de lo humano: Sun Tzú, Clausewitz, el propio Maquiavelo… Y aparecen también textos que quizá el lector esperaba menos: la Ilíada de Homero, por ejemplo. Y a Sófocles, de quien dice usted que su Áyax debería ser libro de texto en las academias militares. Áyax, esa tragedia en la que Sófocles aborda lo más terrible para un guerrero: el suicidio.

–Creo que toca un tema fundamental y que además a mí me llega muy dentro. Yo le he oído a usted decir que si alguna vez le planteasen la pregunta típica: ¿de tener que irse a una isla desierta, qué libro se llevaría?, habría respondido que la Ilíada. Bueno, pues mire, ya somos dos. Yo soy un enamorado de la Ilíada, porque es un libro que lo dice todo. Y no debería de haber un soldado que no la hubiese leído. Y dentro de la Ilíada hay dos personajes a los que interpreto a mi manera: Aquiles, el héroe, que tiene una actuación puramente de justicia y que, a lo largo de la obra está exigiendo no ser menos que sus iguales. Ustedes, vienen a decir: están en guerra para recuperar a la raptada Helena y ahora resulta que a mí me quitan a mi mujer. Es la búsqueda de la justicia igual. El otro de los personajes que me llama la atención es Áyax. ¿Por qué digo que debería de ser un referente de los militares? Porque es el guerrero puro. En su pureza moral, un hombre fuerte, un muro de contención. Nunca da la espalda. Es tan ejemplar que ni siquiera recurre a los dioses para que le protejan, porque su padre le aconseja que pida la ayuda de los dioses y él llega a decir que luchará incluso sin la ayuda de los dioses.

Un momento de la entrevista en El Debate entre Gabriel Albiac y el general DávilaJorge

–Y que llegará incluso a combatirlos.

–Llega a combatirlos. En el campo de batalla. Y efectivamente, eso es lo emocionante, porque es el guerrero puro que no le teme ni a la muerte, ni al más allá, ni al más acá. Yo, que he sido jefe de la Legión, me atrevería a decir que es un legionario con todas las de la ley. Y luego, al final de su vida, la tragedia que se le viene encima es por un hecho asombroso. Él reclama justicia. Porque esto es muy, muy militar. Los grandes héroes son los grandes desconocidos. Hoy esto es evidente. Hay muchísimos más héroes anónimos que condecorados. Él, que lo ha sido todo, que se ha enfrentado a todo, que quizá, después de Aquiles, es el héroe más representativo de los aqueos, no hereda sus armas. Y no es que quiera presumir de las armas de Aquiles. Lo que quiero es que se haga justicia, no a él, sino al guerrero. Y entonces, en una especie de locura, de esa locura que es lanzada por los dioses, mata a un rebaño creyendo y creyendo estar en combate contra los aqueos. Y cuando despierta de esa locura… Áyax da un ejemplo tremendo. El de que la guerra es insoportable. Y que al que la termina le cuesta mucho trabajo seguir viviendo luego. Lo que viene después de la guerra: éste es un ejemplo trágico y terrible de Vietnam, de las tropas americanas en los años que siguieron. Ese momento de locura de Áyax es un ejemplo constante del guerrero. Desde que comienza hasta que termina. No digo que el guerrero se suicide, pero, de alguna manera, todo combatiente llega a una especie de suicidio interior.

El único modo de entender profundamente qué es la guerra es a través de la filosofíaGeneral Dávila

–Deja una parte de sí en el campo de batalla.

–Eso es una consecuencia de la guerra.

–¡Qué asombroso que en Sófocles esté descrito con tal precisión eso que efectivamente nosotros hemos conocido en todas las formas de la guerra moderna! Esa especie de locura de después de la guerra.

–Es esto lo que a mí me atrae de esas dos figuras de la Ilíada. Si tuviésemos un Homero ahora que pudiese describirnos qué vivimos… No he encontrado ningún libro que logre eso. Antes hablaba de que cito a los clásicos. Evidentemente, a todos los clásicos. Es que usted, que es filósofo, cuando se pone a hablar de filosofía, se va a Platón y se va a Sócrates, a Aristóteles. Yo, cuando empecé a escribir esto, sentí la necesidad de tener un filósofo al lado, porque el único modo de entender profundamente qué es la guerra es a través de la de la filosofía.

El general Dávila comenta su libro El nuevo arte de la guerraJorge Ruiz

Eso usted y yo lo hemos hablado en alguna ocasión. El punto de arranque de la filosofía y de la teoría de la guerra en el mundo occidental es el mismo: Heráclito. Ese Heráclito que dice que la guerra es padre y maestro de todas las cosas y que a unos hace siervos y a otros señores. En Heráclito nacen las dos disciplinas. Yo creo que nace algo esencial para el pensamiento occidental la idea de que el hombre es un animal en conflicto y que, siendo eso la esencia del hombre, pretender hacer angelismo, pretender que el conflicto vaya a desaparecer alguna vez está fuera de la realidad. Los conflictos se regulan pero no desaparecen. Y hay una cosa que igualmente me ha llamado la atención en su libro y me parece importantísima. No se le presta habitualmente la importancia que le ha dado usted en la página 145, cuando, refiriéndose a Confucio, nos recuerda que «la guerra se basa en el lenguaje». Y, por tanto, en interpretaciones que dan pie a ideologías confusas.

–A ideologías, en efecto.

Guerra y lenguaje

–Usted lo resume en una fórmula confuciana que es verdaderamente definitiva. Un discípulo preguntó a Confucio: si un rey fuese a confiarte un territorio que pudieras gobernar conforme a tus ideas, ¿qué es lo primero que harías? Y responde el maestro: «Mi primera tarea sería, sin duda, rectificar los nombres? ¿Por qué es tan importante el lenguaje? ¿Por qué son tan importantes las palabras en la guerra?»

–Sin palabras no seríamos nada ni seríamos nadie. Aunque yo creo que la gran revolución del ser humano llegará cuando no tengamos que hablar y simplemente con la mirada nos entendamos. Qué más quisiéramos… Lo estamos viviendo y creo que hoy en día es enormemente gráfico. La guerra del relato: cómo se construye con palabras, y cómo se destruye. Yo creo que Confucio y muchos como él, en el fondo lo que están haciendo es meterse dentro del hombre y decirle: no os engañéis. No mintáis. Sed auténticos y la única manera que tenéis de expresar la autenticidad es vuestra palabra. Que la palabra se refleje en los hechos. Éste es el gran problema de hoy: en la palabra, que no se corresponde realmente a los hechos. Lo estamos viendo ahora mismo. Se están reuniendo G-7, G-20, no sé cuántos… Reuniones... Es absolutamente mentira lo que dicen. Y además, con un gran problema, que es que ellos lo saben. Miren. Digo que lo primero que haría sería cambiar las palabras. Yo creo que no estoy hablando de cambiar los diccionarios ni de cambiar el idioma. Sino de cambiar el alma humana, de que hable de otra manera. Y que lo que hable sea lo que hace. Y lo que hace lo cuente. ¡Sería otro mundo éste! Porque, ¡qué cuidado hay que tener en la guerra! Mire, le voy a poner un ejemplo. Los armisticios, ¿qué significan? Tenemos un armisticio. Vamos a dejar de tirarnos piedrecitas. Pero bueno, Corea del Norte y Corea del Sur llevan así no sé cuántos años. Desde el año 53. La Palabra. La Palabra es para cumplirla. Cambiar la palabra es cambiar al ser humano. Esto es imposible: en definitiva, no es nada.

Vivimos en el mundo del embeleso, es decir, de un fraude que nos encanta y contra el que ni siquiera nos rebelamosGabriel Albiac

–La realidad –y usted lo subraya– es que vivimos en lo contrario. Es la realidad de vivir en un fraude permanente que, por tomar la fórmula de Étienne de la Boétie, recuperada por Simone Weil, «la servidumbre voluntaria», parecemos aceptar encantados. Página 58 de su libro:«El fraude nos embelesa y por ello la razón suele estar ausente en la falsedad de algunas de las cosas a las que bautizamos como arte». Vivimos en el mundo del embeleso, es decir, de un fraude que nos encanta y contra el que ni siquiera nos rebelamos.

–Conscientes, además de ello, de que nos están defraudando y que a su vez, nosotros vivimos en el fraude.

–Pero podríamos pensar que eso es fácil hacerlo para el señor que está tranquilamente con sus pantuflas delante de un televisor. Pero cómo opera eso en el mundo del arte militar.

–Saber esto es lo primero. Este es el mundo del engaño. No hay guerra sin engaño. Es que entonces no habría guerra. La guerra no puede ser honrada. Esto es tremendo. Parece una contradicción con lo de los valores militares. Pues no señor. No se puede ser honrado en la guerra. Hay que ser engañoso. Yo he dicho y lo pongo en el libro en una frase que me gusta mucho. Y es que un general previsible, es un general derrotado.

Gabriel AlbiacJorge Ruiz

–Y, de algún modo, un general muerto.

–Durante la Segunda Guerra Mundial, todo el mundo, en su Estado mayor, tenía las fotografías del personaje con el que se iba a enfrentar y lo analizaba. Todos estamos girando alrededor de este conflicto llamado guerra, que es un conflicto del hombre consigo mismo, y es lo que yo he pretendido descubrir en el fondo de todo este embrollo. Y he recurrido a los filósofos. Usted recurre a su vez a un gran maestro que es Spinoza y que lo dice muy claramente: la paz no es la ausencia de la guerra, es una virtud, un estado de la mente, una disposición a la benevolencia, la confianza y la justicia.

–Y efectivamente, usted abre el libro con eso.

–Con ese gesto se entiende aún mejor lo de Áyax, lo de Aquiles, lo de la palabra. El mismo Papa Francisco lo plantea. Usted lo dice también con otras palabras. Pero viene a ser exactamente lo mismo. Dice el Papa Francisco: la paz no es más que un sonido de palabras si no se funda en la verdad, la justicia, la caridad y la libertad. Si no se funda en eso, es un sonido de palabras. Creo que vienen a decir lo mismo.

Milicia y espíritu

–Lo cual me lleva una vez más a plantear algo que usted, casi al inicio del libro, deja muy claro y que pienso que es una clave mayor de su texto y de todo lo que usted ha venido trabajando en estos años en su Blog. Página 24: «La milicia ha sido y será una profesión del espíritu». ¿Podría explicarnos qué entiende exactamente por eso?

–Yo se lo leería en los versos de Calderón.

Aquí la más principal

hazaña es obedecer

y el modo cómo ha de ser

es ni pedir ni rehusar.

Aquí, en fin, la cortesía,

el buen trato, la verdad

Pero mire, le voy a leer otra cosa. Le voy a leer nuestras reales ordenanzas. Es curioso, mi libro lo empiezo con Las partidas. Lo hago con toda intención. Yo creo que es algo muy poco leído, porque quizás sean pesadas o duras de leer, pero en Las partidas nos encontramos con el inicio de las pre-ordenanzas militares. Ahí está recogido absolutamente todo. Y en un artículo de la época ya de Carlos III, con las reales ordenanzas para sus ejércitos, se dice que el militar a quien su propio honor y espíritu no le estimulen a obrar siempre bien, vale muy poco para el servicio. El llegar tarde a su obligación, aunque sea de minutos, el excusarse con males imaginarios o supuestos de las fatigas que le corresponden, el contentarse regularmente con hacer lo preciso de su deber, sin que su propia voluntad decida cosa alguna y el hablar poco o mal de la profesión militar es prueba de gran desidia e ineptitud para la carrera de las almas.

El oficio militar sí que es la única profesión que pone en su contrato la vida. Ninguna otra lo haceGeneral Dávila

Usted me hace una pregunta complicadísima, muy difícil de poder sintetizar. La milicia es una profesión del espíritu. Yo le contesto con un artículo muy sencillo, pero que creo que de alguna manera habla de por qué esta profesión es una profesión de del espíritu. Porque cumplir con el deber, incluso, si fuese necesario, dando la vida, tiene que hacerse por algo más allá de nuestra cara bonita. Me gusta hablar del oficio militar. El oficio militar sí que es la única profesión que pone en su contrato la vida. Ninguna otra lo hace. En cierta ocasión un sacerdote me dijo: también lo hacemos nosotros. Yo le respondí: vosotros no lo firmáis, yo lo firmo. Bajo juramento. Esa es mi firma. El único oficio que incluye en su contrato entregar la vida, si fuese preciso, es la profesión militar.

–En esa búsqueda del arte del espíritu, que es el arte militar, usted va recorriendo todos los grandes clásicos de la literatura y del pensamiento. Hemos hablado ya de Espinosa, hemos hablado ya de Homero. Hemos hablado de Heráclito… Ni en Espinosa, ni Homero, ni en Heráclito hay gran sorpresa, porque, efectivamente, todos son pensadores del conflicto. Heráclito con el concepto de guerra al que hacíamos referencia antes, Espinosa que dice que dada una cosa cualquiera existe siempre otra más potente, por la cual está permanentemente en amenaza de ser destruido. Y sin embargo, a mí me ha llamado más, mucho más la atención que usted haya recurrido en un momento de su libro al más íntimo de los de los pensadores, al hombre que define la excelencia humana como el permanecer encerrado en el silencio de una habitación oscura. El hombre que ha pasado prácticamente toda su vida así porque ha sido un hombre muy enfermo y que es uno de los grandes pensadores del siglo XVII: Blaise Pascal. En la página 53 de su libro, usted remite justamente a un pasaje esencial de Pascal que habla de la «guerra intestina del hombre entre la razón y las pasiones». ¿Qué lee en Pascal, un teórico de la guerra?

–No sabe la alegría que me da que me haga esta pregunta. Y voy a intentar explicarme acerca de estas palabras de Pascal. Hablo de ese conflicto que se produce entre Freud y Einstein. Cuando dos grandes genios, uno de la ciencia y otro de la psicología, intentan descifrar lo mismo a lo que se enfrenta este libro: ese enigma, ¿qué es la guerra? Y terminan como empezaron. Porque terminan diciendo que es pulsión, una de destruir y otra de procrear. Probablemente, tengan razón, pero en fin. Yo, a Pascal, voy a confesarlo, lo desconocía. Vamos a decir que sabía quién era Pascal. Pero no me había adentrado en él. En la intimidad de este hombre. Fue culpa de usted: así de directo se lo digo. Como un ataque militar con el florete. Fue culpa suya. Fue culpa de un libro que usted presentó y a cuya presentación asistí. Y me dije, cuando salí de la presentación y llevaba el libro en mis manos, dedicado por usted: ¿a ver quién es el guapo que se lee esto? Bueno, pues ahora es mi libro de cabecera. Lo tengo pegado a mí y permanentemente recurro a él. Un tratado de verdad. Y recurro a él con una enorme frecuencia. Y cuando estaba escribiendo este libro, ¿cómo no iba a recurrir yo a Pascal? Y me llamó muchísimo la atención ver que toda esa discusión que habían mantenido Freud y Einstein estaba resuelta, con una sencillez pasmosa, por ese hombre oscuro, ese hombre encerrado. Y es que creo que además tiene una profundidad de ser humano que cree en esta vida y en la otra vida. Bueno, pues claro, después de eso llego a leer lo de la guerra intestina del hombre entre la razón y las pasiones: ahí está la guerra. Si no hubiera más que la razón sin pasiones, si no hubiera más que las pasiones sin la razón. Pero, veamos. El otro no puede estar sin guerra. Es que ya está dicho todo. No pudiendo tener paz con lo uno más que teniendo guerra con lo otro. Así está siempre dividido y en contradicción consigo mismo. Oiga, miren, señor Freud, señor Einstein. Antes que ustedes, ya lo había dicho Pascal. Me alegra muchísimo porque, en esto, los Pensamientos de Pascal son mis propios pensamientos.

Un momento de la conversación entre Albiac y DávilaJorge Ruiz

–Y he dejado para el final la porque es el más presente de todos los autores en su libro: Homero y, en particular, la Ilíada. Ese Homero, refiriéndose al cual recoge usted esta idea fantástica de que el ser viviente protege su propia vida, destruyendo la ajena, y que es la clave de la tragedia humana. Y que es eso lo que lo convierte en el inicio de la historia de occidental.

–Y es así por los siglos de los siglos. Y esa sintaxis no se ha modificado en absoluto. Alejandro Magno, para mí otro de los grandes hombres que ha dado la humanidad, dormía con la Ilíada y la espada. Y Aristóteles. Y cuando empecé a escribir este libro me dije: necesito a Aristóteles a mi lado. Y la espada ya la tenía en casa, vieja y roñosa. La recurrencia a un libro como La Ilíada, en el que está absolutamente todo, es necesaria. Nadie puede entender algo de lo que es la guerra sin entender la Ilíada, porque ahí está el conflicto humano, ahí está el conflicto del ser humano con el que tiene al lado. Y ese conflicto inicial no se ha modificado en absoluto. Es tremendo que no hemos modificado eso en siglos. Como la filosofía, que sigue siendo Platón.

–Y ¿me deja usted que acabe con una añoranza que usted toma de Cicerón? «La libertad no consiste en tener un amo justo, sino en no tener ninguno».

–¡Qué belleza!

–¿Cómo nos las apañaremos para no tener amo ninguno?

–Ése es el colmo de la de la felicidad. Ser libre e independiente. No tener la más mínima atadura. Bueno, estoy hablando de un imposible. Evidentemente, todos necesitamos comer, desayunar, vestirnos… Bueno, pues aun así eso sobra. Yo he sentido quizá algo de eso porque mi dueño era la milicia. Y yo de alguna manera entregué mi libertad y mi independencia por mi patria, vistiendo el uniforme. En un momento determinado, la patria me saludó, me dio un beso agradecida y me mandó a mi casa. Y yo ya no tenía nada más que luchar como buenamente pudiera, pero ya no desde el uniforme. Y ese día empecé a experimentar, que yo no tenía ya ninguna atadura, que era absolutamente libre. Nada me condicionaba. A mí no me condiciona la comida, ni la bebida, ni la vestimenta. Tengo un condicionante muy fuerte que es el familiar. Única y exclusivamente. Saborear eso. Quizá es lo que decía Cicerón. Yo, al escribir el libro, también, buscaba referentes actuales. Y puede ser que no haya llegado a los referentes que debería, que no los haya buscado lo suficientemente bien. No quiero decir con esto que no los haya. Estoy seguro que los habrá. Pero estoy quizá un tanto empecinado con los clásicos, con el mundo clásico. Eso es todo.

–Ha hecho usted un tratado sobre la condición humana que todos lo que los que lo hemos leído le agradecemos de corazón, porque nos enfrenta a aspectos esenciales de aquello que interesa a cualquier hombre: es un libro que está destinado a generar una gran riqueza, un gran entusiasmo, un gran placer en quienes lo lean, este Nuevo arte de la guerra. General Rafael Dávila. Muchísimas gracias.

–Muchas gracias a usted, Don Gabriel, porque el nuevo arte de la guerra empieza aquí, pero nadie olvide que está resumido aquí. En el prólogo de Gabriel Albiac.

–Apenas un mínimo espejo ante su texto.

–Muchas gracias.

–A usted, General.