Momento en el que el Rey Felipe VI pasa ante su hija en el paso de revistaEFE

Fuerzas Armadas  El anhelo del cadete: «Servir al Rey»

Los cadetes comenzaron a formarse en los regimientos de Infantería y Caballería, dos por compañía o escuadrón

Los cadetes aparecieron en los Reales Ejércitos de Felipe V a comienzos del siglo XVIII, cuando las fuerzas armadas españolas comenzaron a imitar la organización militar francesa. Debían ser jóvenes de la nobleza, porque se aspiraba a que toda la oficialidad del brazo armado de la monarquía fuera noble. Este objetivo no se consiguió exactamente, pero sí se creó a lo largo de toda la centuria una oficialidad forjada en los valores nobiliarios.

Los cadetes comenzaron a formarse en los regimientos de Infantería y Caballería, dos por compañía o escuadrón, pero con el aumento del prestigio social de la milicia el número de aspirantes desbordaba constantemente las necesidades de oficiales.

Según las Ordenanzas de Carlos III de 1768, en cada unidad habría un «oficial de talento, experiencias y genial amor a la profesión, que inflame y forme el espíritu de esta juventud, tomando a su cargo el importante cuidado de instruirla».

Durante el siglo XVIII, aunque algo más tarde, también apareció el modelo de formación de los futuros oficiales en Academias especiales, como fue el caso de los artilleros, ingenieros y marinos.

Tal vez la mejor descripción de la mística de estos jóvenes soldados la hizo uno de los literatos más importantes del siglo XVIII, José Cadalso, que también había sido cadete y murió como coronel durante el sitio de Gibraltar en 1782.

Ceremonia de Jura de Bandera en la Academia General MilitarAGPH

Este militar, en su obra más conocida, Cartas marruecas (XLV), puso las siguientes palabras en la voz de un cadete que, a iniciativa de su capitán, explicaba a un paisano, alojado en cierta fonda de Barcelona, lo que significaba ser un cadete español:

«¿No sé qué grado es ese de cadete? —preguntó el paisano al ver a algunos de ellos en la fonda—. Esto se reduce —dijo el oficial— a que un joven de buena familia sienta plaza; sirve doce o catorce años haciendo siempre el servicio de soldado raso; y después de haberse portado como es regular se arguya de su nacimiento, es promovido al honor de llevar una bandera con las armas del rey y divisas del regimiento. En todo este tiempo suelen consumir sus patrimonios por la indispensable decencia con que se tratan y por las ocasiones de gastar que se les presentan, siendo su residencia en esta ciudad, que es lucida y deliciosa y en la Corte que es costosa.

»Buen sueldo gozarán —afirmó el paisano— para estar tanto tiempo sin el carácter de oficial y con gastos como si lo fuera. El prest [sueldo] de soldado raso y nada más en nada se distingue, sino en que no toman ni aun eso, pues lo dejan con alguna gratificación más al soldado que cuida de sus armas y fornitura. Pocos habrá —insiste el paisano— que sacrifiquen de ese modo su juventud y patrimonio. ¿Cómo pocos? —saltó el cadete—. Somos cerca de doscientos y si se admiten todos los que pretenden ser admitidos, llegaremos a dos mil. Lo mejor es que nos estorbamos mutuamente para el ascenso, por el corto número de vacantes y grande de cadetes; pero más queremos estar montando centinelas con esta casaca que dejarla…

»¡Gracioso cuerpo! —exclamó el paisano— en que doscientos nobles ocupan el hueco de otros tantos plebeyos, sin más paga que el honor de la nación! ¡Gloriosa nación, que produce nobles tan amantes de su rey! ¡Poderoso rey que manda a una nación, cuyos nobles individuos no anhelan más que servirle, sin reparar en qué clase o con qué premio!»

Juan Carlos Domínguez Nafría

Rector honorario de la Universidad San Pablo CEU