Imagen de ‘Strong Cohesion23’, Eslovaquia, facilitada por el Estado Mayor de la DefensaEstado Mayor de la Defensa

Fuerzas Armadas  Defensa nacional: El enano pragmático

Imagínese el lector flotando en el espacio, junto a quienes esperan inquietos las noticias de Gurb. Desde la distancia que difumina los detalles, Europa le recuerda al barrio acomodado de una gran ciudad postapocalíptica. Sus habitantes disfrutan de una vida regalada –unos más que otros, pero eso no se aprecia bien desde allí arriba– sin darse mucha cuenta de que están rodeados por una multitud de pobres, algunos de ellos bien armados. ¿Es una impresión falsa? En parte sí. Pero, sin necesidad de ir al espacio, hay en el Sahel muchos millones de personas que la dan por cierta.

De cuando en cuando –en realidad, con bastante frecuencia– se produce en la ciudad global un incidente que demuestra que tenemos un problema de seguridad. Cada vez que eso ocurre, en las calles más a la izquierda de nuestro barrio, donde el gigante ciego se mueve como pez en el agua, se celebra una asamblea de vecinos. Entre aclamaciones de los asistentes, un orador defiende que la mejor solución para calmar las tensiones que surgen en toda la ciudad sería abrir todas las puertas, destruir las barreras que nos separan y deshacernos de las armas que nos defienden. Cuando seamos todos igual de ricos –o igual de pobres, que a estos efectos es lo mismo– no habrá violencia entre los ciudadanos.

Alguien levanta la mano y, tímidamente, recuerda que no parece que esté en nuestra naturaleza conformarnos con lo que tenemos. Que hay quien roba por necesidad, pero son muchos más los que lo hacen por codicia. Que, más que el hambre, es la ambición de poder de algunos líderes –y la credulidad de sus seguidores– la que nos lleva a matarnos los unos a los otros. Simulando inocencia, pregunta: ¿no es el PIB per cápita del pueblo ruso mucho mayor que el ucraniano?

El presidente de Rusia, Vladimir Putin, visita el 344.º Centro de Aviación del Ejército de entrenamiento de combate y transición de tripulaciones aéreas en TorzhokAFP

Concluye el discrepante advirtiendo que el abandono de nuestras armas no va a ser visto como una mano tendida, sino como una muestra de cobardía. Como una invitación a que otros empleen las suyas con mayor impunidad. Pero sus razonamientos son demasiado complejos para una asamblea entregada a sus prejuicios, que responde gritando la única consigna que ha sabido aprender: «no a la guerra». Pocos segundos después, en nombre de la paz, el presunto belicista es expulsado de la asamblea.

En el extremo opuesto de la ciudad, donde tiene su hogar el gigante sordo, se defiende justo lo contrario: «construyamos un muro». Todo el mundo aplaude. Alguien trata de explicar a la comunidad que encerrarse tras una muralla no resuelve nada. Que nos arrebata la iniciativa y convierte al tiempo en la mejor arma del enemigo. Que la tentación aislacionista nos da una falsa sensación de seguridad mientras, lejos de nuestra vista, las armas proliferan como hongos… y que el próximo hongo que veamos bien pudiera ser el resultado de una explosión nuclear.

El 20 de abril Rusia realizó una prueba de su misil balístico con capacidad nuclear Satán 2GTRES

El discrepante, que ha leído algo de historia, trata de recordar a los demás que, desde Troya a Gaza, ninguna muralla, ya fuera de piedra o de tecnología, ha sido más fuerte que la voluntad de los seres humanos que quieren saltarla. Pero los aplausos entusiastas de quienes rodean al orador impiden que se oiga cualquier otra voz. Frustrado, el aguafiestas decide marcharse. Nadie le echa de menos.

Los ventajistas

En las asambleas de muchos otros lugares del barrio predomina la influencia del gigante mudo. Los oradores, como cabría esperar del personaje que los inspira, no despiertan demasiado entusiasmo. No son verdaderos líderes, sino ventajistas que se acomodan al gusto de cada asamblea concreta. En una calle sostienen que los problemas han sido muy exagerados por los medios pero, en realidad, no son tan graves. En la calle de al lado aseguran que será el tiempo el que los resuelva. Dos calles más allá defienden que son otros quienes han provocado las dificultades y quienes deben hacerles frente. En lo que todos están de acuerdo –y, cuando lo dicen, sí que consiguen enardecer a sus seguidores– es en que el verdadero problema no está fuera, sino en los lugares donde se reúnen los vecinos que no piensan como ellos.

El grupo de combate anfibio español Dédalo, en formaciónArmada Española

Por supuesto, también hay en el barrio ciudadanos pragmáticos capaces de desoír las consignas de los que gritan. Gentes que saben que unas veces hay que tender la mano y otras mostrar los dientes. Personas que están de acuerdo en fortificar algunos puntos, pero sin renunciar a salir del fuerte cuando sea preciso para apagar los incendios más devastadores. Vecinos que defienden la necesidad de prepararse para la guerra sin dejar de esforzarse por construir la paz. Hay quienes querrían impedir que Putin conquiste Ucrania sin tratar de acabar con la Federación Rusa, o están dispuestos a llevar ayuda humanitaria a la franja de Gaza sin darle a Hamás la oportunidad de conseguir una victoria que sería la del terrorismo.

Por desgracia, a muchos de esos ciudadanos pragmáticos se les ve como si fueran enanos entre gigantes. En todas las calles del barrio se les mira con recelo. ¿No dice el Apocalipsis que, porque eres tibio y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca? Pues imagine el lector las arcadas si, en las masivas manifestaciones que se convocaron en toda Europa contra la invasión de Irak en 2003, alguien hubiera acudido con una pancarta donde, en vez del habitual «No a la guerra», pudiera leerse «No a ESTA guerra». ¿Cuánto habría tardado tan pequeño matiz en provocar que se hiciera un vacío alrededor del disidente?

Plano aéreo de una parte de Gaza destruida por los bombardeosGTRES

Si el lector fuera uno de esos pragmáticos que el mundo considera enanos, sepa que es usted, y no los que gritan a su alrededor, quien tiene razón. Y que su voz es necesaria para sembrar entre nosotros las semillas de una verdadera cultura de la defensa. Para que los españoles, muchas veces maximalistas, entendamos que la fuerza militar no es la solución de todos los problemas de la humanidad, pero sí de algunos de los más urgentes. Que los ejércitos no son la mejor herramienta para construir un mundo mejor, pero a menudo son la única que tenemos. Que la diplomacia es más eficaz cuando está respaldada por la fuerza, y que ésta no tiene por qué estar reñida con la razón. Y, por último, que la disuasión no es el instrumento de los poderosos para perpetuar un statu quo injusto. Al contrario, es el mejor camino para alcanzar una paz que, como especie, no terminamos de merecernos.

Europa, en la encrucijada

Europa, nuestro barrio, está en una encrucijada. Escuchamos tambores de guerra en el este y nos preocupa la posibilidad de que sean respondidos con un clamoroso silencio en el oeste. Es difícil predecir lo que va a pasar en unos pocos años, y mucho más en las próximas décadas. Pero nuestro futuro será mejor si los pragmáticos crecemos y no nos dejamos intimidar por el griterío de los que aclaman a Putin en Moscú, ni empequeñecer por las hermosas notas de los himnos pacifistas de músicos geniales como Dylan o Lennon.

Puede que la cultura de defensa no sea tan atractiva como los mitos que se escriben a su alrededor. Tampoco Sancho Panza ha alcanzado la universalidad de don Quijote. Pero estoy seguro de que algunos de los problemas más graves de la humanidad empezarán a resolverse cuando el pragmático escudero –que, por cierto, era bastante bajito– decida que ha llegado el momento de no dejarse mirar por encima del hombro por un iluminado como don Quijote.

Juan Rodríguez Garat

Almirante retirado