La olla a presión (IV)
Sobre cascos, fusiles y opiniones
Muchos lectores recordarán a Francisco Umbral por su ridículo empeño en hablar de «su libro», más que por su obra literaria. No puedo juzgar por los demás, pero yo ni siquiera conservo en la memoria el título de que se trataba.
Teniendo eso presente, no debería aprovechar el espacio que tan generosamente me ofrece El Debate para hablar del mío. Sin embargo, desde la publicación de «Tambores de Guerra» —presentado no hace mucho en este periódico— los denodados esfuerzos de la editorial para promocionarlo me han abierto las puertas a medios y audiencias que hasta hace poco parecían inaccesibles. Se trata de un proceso enriquecedor —me gustaría creer que para ambas partes— porque introduce preguntas y planteamientos para mí novedosos, pero que seguramente son relevantes para un sector de la opinión pública.
Entrevista | Fuerzas Armadas
Almirante Garat: «Si España quiere estar lista para la guerra, tiene un camino importante por recorrer»
No hace muchos días, en una tertulia de RNE en la que yo, además de «hablar de mi libro», defendía la necesidad de que los españoles debatieran sobre los problemas de la defensa nacional —tal como hacen sobre los de economía, educación o sanidad— uno de los tertulianos me preguntó si no me parecía mejor que habláramos de educación, en vez de armas. Por supuesto que sí, pero no era eso de lo que se trataba. Las armas son solo una herramienta más del Estado para alcanzar los objetivos de nuestra política exterior, y es por esa política, y no por las armas en sí, por la que deberíamos interesarnos.
Vaya por delante que no me pareció que la cuestión planteada fuera malintencionada. A pesar de las discrepancias, el ambiente no pudo ser más agradable y terminamos la tertulia comentando alguno de los chistes que, por compasión de los posibles lectores, decidí incluir entre las páginas del libro. Más que voluntad de enfrentamiento, había en la pregunta un error de perspectiva achacable a la falta de una verdadera cultura de defensa en la mayoría de nuestros foros. Nadie habría confundido la sanidad con los bisturís de los cirujanos, o la educación con los lápices de los profesores. Ningún tertuliano se daría por satisfecho si centráramos la lucha contra el crimen organizado en el modelo de pistola que debería llevar nuestra policía.
Armas y opiniones
Tengo en muy alta estima a los lectores de El Debate. A pesar de eso, no puedo resistirme a recordarles el paradigma de la olla a presión. ¿Dónde encajan las armas en este modelo? No aparecen en el dibujo, a menos que quiera considerar las escobas como tales. ¿Dónde estamos nosotros? Dentro de la olla, mucho más calientes de lo que nos gustaría por efecto de las tensiones que se acumulan alrededor de las guerras de Gaza y Ucrania… y, todavía más, por el clima de enfrentamientos internos que polariza a nuestra opinión pública.
Sin embargo, los españoles no somos meros objetos pasivos, como los garbanzos. Tenemos ideas propias. Al menos la mayoría las tiene, aunque cada vez haya más evidencias de los perniciosos efectos de las campañas de desinformación con las que, desde las autocracias que hoy encabeza la Rusia de Putin, se nos quiere convertir en marionetas para defender lo indefendible.
Precisamente porque tenemos ideas propias —y por más que se nos quiera excluir de ese debate insistiendo en que la política exterior es competencia del Gobierno, como si no ocurriera lo mismo con la interior— en los países democráticos disponemos de instrumentos para condicionar la actuación de nuestros gobernantes. Así, todos podemos jugar un papel activo en el modelo del conflicto que les he presentado. ¿Cuál es ese papel? Fíjese el lector en las flechas azules de la parte derecha del gráfico, que representan el empleo del instrumento militar para mejorar nuestra seguridad, prevenir la guerra y colaborar en la construcción de un mundo mejor. Ninguna de ellas tiene viabilidad si no la sostiene la voluntad de los españoles. Ninguna de ellas tiene sentido ético si no es nuestra opinión la que marca la dirección del objetivo.
Cualquiera de nuestros militares desplegados en operaciones en el exterior podrá confirmar a los lectores, con palabras seguramente más inspiradas que las mías, sentimientos muy parecidos: nada resulta más reconfortante en los momentos duros que saber que son nuestras botas las que dejan la huella de España en alguno de los lugares más difíciles del planeta. En sentido contrario, nada es más frustrante —me comentaba un marino británico que participó en la guerra de Irak en 2003— que hacerse a la mar y poner rumbo al Golfo Pérsico mientras la ciudadanía se manifestaba en Londres en contra de la Guerra.
No se trata, pues, de que hablemos de las armas —aunque haya un sector de la ciudadanía al que sí le interesan y tiene todo el derecho a hacerlo— sino de que demos nuestra opinión sobre qué debemos hacer con ellas. Así, no hace falta conocer el equipamiento de la infantería para que los españoles puedan decidir si merece la pena la sangre que nuestros soldados han derramado en el Líbano para intentar algo tan difícil como separar a quienes, por una u otra razón, desean la guerra. No es preciso entender de carros de combate o fragatas para tener una opinión sobre lo que España debería hacer o dejar de hacer por la estabilidad del Sahel, por la seguridad del tráfico marítimo en el mar Rojo o, en otro orden de cosas, por la dignidad de la mujer afgana, a la que ya ni siquiera se le permite hablar en público. Tampoco es necesario distinguir el misil Hawk del Patriot —eso ya lo hacen nuestros militares— para valorar la política de ayuda a la invadida Ucrania, o descifrar la sopa de letras que da nombre a los programas de modernización aprobados en el último año para reconocer la necesidad de revitalizar la defensa de España en los tiempos difíciles que nos ha tocado vivir.
¿Un casco y un fusil?
La seguridad de nuestra nación no exige que los lectores de El Debate se pongan un casco y tomen un fusil. Para eso están los militares y, en la situación actual, no se requiere la movilización forzosa de la ciudadanía para hacer frente a nuestros desafíos. Menos falta hace todavía que nos interesemos por el modelo de casco que nuestro Ejército decida declarar reglamentario. De lo único que no puede desentenderse el pueblo soberano es de la dirección que debe seguir el buque en el que todos navegamos.
Como la mayoría de los lectores de El Debate no tendrá el tiempo o el interés que exigiría la lectura de «Tambores de Guerra», permítaseme que termine este artículo, último de la serie que he dedicado a la olla a presión en la que vivimos, con las mismas líneas que ponen fin a mi aventura literaria: «No puede el lector mirar para otro lado y dejar que otros, dentro o fuera de nuestras fronteras, decidan por nosotros. Lo que España necesita para jugar su papel en el mundo es su opinión. Una opinión madura, informada y libre de complejos. ¿Está usted preparado para darla?»
Juan Rodríguez Garat
Almirante retirado