Cinco poemas de Cunqueiro, el fantástico escritor gallego que escribió para durar mil primaveras
Fue poeta en los años 30, falangista durante siete años y novelista a partir de los 40. Escribió para ABC y después volvió a Galicia donde escribió para todos los periódicos. También fue director de El Faro de Vigo y escritor y poeta inagotable incluso después de su muerte en 1981
A Álvaro Cunqueiro le hizo una entrevista en 1969 el mismo Francisco Umbral por el que todo el mundo quería ser entrevistado, aunque fuera para mal. En esta ocasión, el que más quería (entrevistar) era el entonces joven Umbral al ya Maduro Cunqueiro, reciente ganador del Nadal.
El autor que quería ser siempre sublime, siguiendo a Baudelaire, veía rasgos de sublimidad en aquel hombre de letras total, periodista, novelista, dramaturgo, poeta e incluso traductor. El asunto acabó yendo más allá porque el madrileño al final fue autor prolífico, no tanto como el mindoniense, pero igualmente incomprendido y desconocido para el gran público.
El Cunqueiro periodista-escritor o escritor-periodista bien podría definirse con sus propias palabras: «Si me hallase a las tantas de la noche en la redacción de un periódico y su director solicitase de mí un artículo de la máxima actualidad, sin vacilar lo escribiría sobre las peregrinaciones a Compostela». En esta afirmación se encuentra también la fantasía de sus novelas y el humor que rocía, a veces empapa, aunque no se note, como extraordinario gallego.
De las primeras columnas en Santiago y la Filosofía y las Letras que no estudió se fue a Madrid, a escribir para el ABC. Fue falangista desde el 36 hasta el 43, y algunos años después volvió a Galicia a escribir para siempre sus cosas y los artículos de la tierra. Colaboró en todos los periódicos hasta que se estableció en El Faro de Vigo, del que fue director en los tiempos de la entrevista de Umbral, ya como leyenda de los jóvenes y los no tan jóvenes.
Poeta en los años 30, se dedicó a la novela en los 40 y los 50, cuando empezaron a llegar los premios, el primero el Nacional de la Crítica por la traducción al español de Las Crónicas del Sochantre: nada más y nada menos que el viaje de unos muertos vivientes durante la Revolución francesa. Esto y el periodismo constituyeron su obra fantástica y única, tan sublime para Umbral aquel día de 1969 que de él escribió:
cinco poemas de álvaro cunqueiro:
- Puertos
Sol:
Cinco ventanas colgadas
de la misma alba rosa:
vivas,
intactas,
desnudas,
con anhelos de manos,
como espejos de mástiles.
Sombra:
Cinco ventanas colgadas
de la misma alba turbia:
calladas,
llanas,
duras,
sin afanes de presencia,
sin afanes de huida.
Siempre:
Cinco ventanas: sólo. - Le dije a la Tórtola
Le dije a la tórtola: ¡Pase mi señora!
Y se fue por el medio y medio del otoño
por entre los abedules, sobre el río.
Mi ángel de la guardia, con las alas bajo el brazo derecho,
en la mano izquierda la calabaza de agua,
mirando a la tórtola irse, comentó:
-Cualquier día sin darte cuenta de lo que haces
dices: ¡Pase mi señora!
y es a tu alma a quien despides como un ave
en una mañana de primavera
o en un atardecer de otoño. - En medio de su pecho los veleros…
En medio de su pecho los veleros habían armado una red tímida
que tenía una voz llena de lámparas y eclipses
y un párpado tejido por los vientos.
Ella seguía siendo universal y nítida.
Una garganta llena de distancias
era la flauta que encantaba los ecos olvidados en el fondo de las
corrientes marinas,
penetradas de cauces desde las islas negras de sus ojos.
Ella estaba lejos de todo. Todo estaba al lado suyo. - Yo quisiera tener las voces
Yo quisiera tener todas las voces,
las que sirven para decir amor.
La voz de la madre que desde la ventana
¡adiós! dice al hijo que se va al mar.
—Y la voz de la madre, que desde la puerta,
¡bienvenido seas! dice al hijo que viene del mar.—
Y también al hombre, o al amante.
Para decir amor tiene que haber voces como de bosque
o de río en cascada, y aun otras
suaves como una piel suave.
La voz de Francisco para decir amor a toda cosa
y voces de amor carnal, casi suspiros.
Y al final, cuando tuviera todas las voces,
—¡adiós, enamorada mía, que vas a mondar
arroz a las lagunas; adiós, dama de Duino
que lloras lágrimas de oro y encaje de Venecia!—
al final, digo, ser dueño de esa voz secreta
que solamente un oído escuche,
que viene como viene la noche,
sin saber de donde,
poniéndose su blusa de estrellas. - Aún no sé para qué…
Debe haber por ahí gente
a la que le sobre un poco de tiempo de su vida,
y podría dármelo a mí, que agoto el mío
echado en mi asiento, al lado de la arena caliente
y del esqueleto del ciervo que creía
que al norte había fuentes de agua fresca.
Mis ojos ya no saben distinguir un árbol en otoño
de una mujer que se yergue del suelo
después de haber parido un niño rubio
y lo levanta sobre su cabeza.
No diferencio las lenguas ni los vientos
y he olvidado ya el regazo de mi madre
y a Katty, a la que besé en una oreja y lloró.
Muriendo, pido una limosna de tiempo
aunque no sé para qué…
«En América sería Borges. En Europa sería Andersen. En España dirige un periódico para vivir. Nunca aprenderemos a valorar a nuestros escritores con menos de un siglo de retraso». Era uno que iba a escribir columnas para vivir el que se veía en el espejo.
No se sabe con exactitud, porque no se puede, cuánto escribió Álvaro Cunqueiro en su vida. No se puede contar su obra por fantástica y fabuladora, interminable, inabarcable más allá de los números, compleja y distinta que hoy, más de 40 años después de su muerte, sigue sin conocerse y sin re-conocerse del todo, aunque aún queda tiempo, lo dejó escrito en su epitafio: «Aquí yace alguien que con su obra hizo que Galicia durase mil primaveras más».