Fútbol
Cano, Arsenio Iglesias y el Dépor de los años 80
La muerte del palentino evoca un tiempo perdido, en el que fichaban los presidentes y los entrenadores eran señores sabios
El palentino José Mario Cano falleció esta semana víctima de un infarto. El Deportivo, desde hace unos años muy atento a su historia y al protocolo, dio la noticia en su web y las condolencias a la familia. Cano fue una leyenda del desaparecido Palencia, al que llegó a capitanear, pero no alcanzó —ni mucho menos— ese estatus en el club coruñés. Pero su muerte nos evoca un tiempo perdido en el que los presidentes fichaban jugadores a espaldas del entrenador y en el que los técnicos eran viejos sabios que, aunque no contaban con despachos a modo de burladero, sabían cómo escabullirse para no dar explicaciones a sus futbolistas. Cano, Arsenio Iglesias y el Dépor de los 80 son los protagonistas de esta historia.
Cano no jugó en el Deportivo hasta la temporada 1983-1984, pero para contar bien su peripecia blanquiazul tenemos que remontarnos hasta unos meses antes, en concreto hasta el domingo 6 de febrero de 1983. El Dépor recibe al Palencia en la vigésimo tercera jornada de Segunda División. El conjunto coruñés marcha segundo en la tabla, en puestos de ascenso, pues suben tres de forma directa. El Palencia es quinto, a dos puntos de los herculinos. Durante la semana, salta la bomba: los jugadores del conjunto visitante se niegan a viajar a Riazor. Les deben dinero, sobre todo primas, aunque también algún sueldo. Plantean un ultimátum a la directiva: o que les paguen o que dimitan. Una de dos. Apenas 48 horas antes del partido dan marcha atrás y acuerdan desplazarse. Les vale con una promesa de los mandatarios.
Un partido para el recuerdo
El Dépor está entrenador por Arsenio Iglesias, conocido como O zorro de Arteixo. El Palencia, por Luis Costa, quien años después hará historia con el Zaragoza. En el once visitante figuran el defensa argentino Joaquín y el mediocampista Cano. A la media hora se ponen por delante los palentinos. Entre los minutos 42 y 49, el árbitro, el andaluz Caetano Bueno, enloquece y expulsa a tres jugadores locales: Traba (su goleador), José Luis (su estrella) y Marro. En medio de un descomunal escándalo en Riazor —seguramente el mayor del último medio siglo— Cano hace el 0-2 en el minuto 70. Es el resultado definitivo. Meses después, en la jornada que pone fin a la Liga, el Dépor cae en casa ante el Rayo Vallecano (1-2) y pierde el ascenso a Primera por el golaveraje particular con el Mallorca. De haber empatado con el Palencia aquella funesta tarde habría subido a la máxima categoría. También, obviamente, de haber igualado con el Rayo.
Tras dejarse el ascenso en la última jornada, el equipo coruñés renueva un tanto el equipo. En el verano de 1984 llegan Cano y Joaquín, entre otros refuerzos. Arsenio lo sabe desde meses antes, vía su presidente, Jesús Corzo. Es el mandatario el que ha decidido estas incorporaciones, por su cuenta y riesgo. Son tiempos en los que los directores deportivos no se estilan y los entrenadores se dedican a eso, a entrenar. Para convencer a su técnico del acierto de ambos fichajes, el presidente deportivista utiliza el siguiente argumento: «Vamos a ver, Arsenio. ¿Tú viste cómo corrieron Cano y Joaquín aquel día en Riazor? Pues fíjate que entonces no cobraban. Imagínate cómo será aquí cuando cobren». Arsenio, escéptico, se encoge de hombros.
De titular a suplente
En la temporada 1983-1984, la siguiente al ascenso frustrado, el Dépor no está tan fino. Acaba en el medio de la tabla de una Liga de 20. Cano es titular indiscutible desde el arranque pero hacia el final pierde protagonismo; Joaquín se asienta en el once a partir de la duodécima jornada.
A la siguiente campaña, 1984-1985, que es de nuevo una oda al mediotablismo, Joaquín es titular salvo al principio, mientras que Cano pierde esa condición a partir de la novena jornada y la recupera hacia el final de Liga. Es en el largo tramo en que se cae del once cuando el centrocampista palentino solicita reunirse con Arsenio. No lo hace directamente, pues el técnico es una figura venerable, a la que se respeta y cuyas decisiones no se cuestionan directamente. Lo pide a través de un directivo. Pero Arsenio, un señor de 55 años que ya peina muchas canas, se niega. Una, dos, tres y hasta cuatro veces insiste Cano, y el mensaje es trasladado de nuevo al técnico, que se resiste como gato panza arriba, que diría su amigo Butano. A la quinta, el directivo y el entrenador mantienen una breve charla, que concluye con una de esas frases por las que el zorro ha pasado a la historia:
—Pero, hombre, Arsenio, habla con él. Que te diga lo que quiera, que aquí el que mandas eres tú.
—No, no. Qué va. No quiero hablar con él.
—¿Pero, Arsenio, por qué?
—¿Y si tiene razón?