Un ejemplar de un futbolín antiguo

Un ejemplar de un futbolín antiguoXunta de Galicia

El origen del futbolín: un invento universal creado por un gallego

Un juego que nació de la mirada nostálgica de los chicos mutilados en la Guerra Civil española mientras veían jugar al fútbol a los niños sanos

Dicen que la mirada es el reflejo del alma, y en los ojos de sus compañeros de hospital se debió fijar Alexandre Campos Ramírez, o lo que es lo mismo, Alejandro Finisterre, cuando creó el futbolín en plena Guerra Civil española. «Ellos miraban jugar a los chicos sanos al fútbol con nostalgia y de esa mirada nació el futbolín. Los primeros campeones fueron precisamente los chicos mutilados»; afirmaba el poeta, editor e inventor gallego en una de sus últimas entrevistas hablando de cómo le surgió la idea de crear el futbolín que ha apasionado a varias generaciones.

Madera y corcho

En el diseño primitivo del futbolín, los jugadores estaban confeccionados con madera de boj y las pelotas eran de corcho.

La versión española del futbolín se atribuye al poeta e inventor gallego Alejandro Finisterre, quien patentó su invento en Barcelona en 1937. Fue en plena Guerra Civil, durante su convalecencia en un hospital militar catalán, cuando Campos ideó este universal entretenimiento.

Tenía 18 años e ideó el «futbolín de mesa» ante la imposibilidad de los heridos de guerra de practicar este deporte. Finisterre no podía jugar al fútbol pues había quedado malherido cuando se desplomó un edificio de Madrid abatido por un bombardeo. Igual suerte habían corrido la mayoría de los jóvenes que se restablecían como él.

El futbolín se ha convertido en un juego global con presencia en Europa, América y Asia cuando se cumple un siglo del nacimiento de su inventor, el español Alejandro Finisterre, un versátil poeta, editor e inventor que en 1937 patentó la versión del juego más extendida en el planeta.

Un tipo con una vida peculiar

Nacido Alejandro Campos Ramírez el 6 de mayo de 1919, hasta su muerte en Zamora en 2007, Finisterre utilizó como apellido el topónimo de su localidad natal (Finisterre, La Coruña) durante toda su vida, que estuvo marcada por la Guerra Civil, ya que la contienda lo obligó a exiliarse.

Tras la guerra Finisterre se exilió a Francia, Guatemala, Ecuador y México y, entre sus múltiples facetas, se dedicó a la poesía y a la edición de revistas culturales.

Según la biografía de Finisterre de la Real Academia de la Historia, durante su estancia en el exilio, estando en París en 1948, encontró un escaparate en el que vendían «futbolines idénticos al que había diseñado».

Y, tras ponerse en contacto con el fabricante a través de la asesoría jurídica de la Asociación Internacional de Refugiados, logró que la empresa le pagara los derechos de su patente, lo que le permitió emprender su viaje a América.

A sus 80 años, Finisterre consideraba que el futbolín se había mantenido durante seis décadas porque «potencia las aptitudes mentales y físicas, coordina los reflejos, estimula la coordinación de los ojos con las manos y del jugador con el compañero, lo que favorece las actividades colectivas».

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