Una catedral para un apóstol: la gran obra del maestro Mateo que hoy visitan millones de peregrinos
Sobre el lugar donde un ermitaño vio una lluvia de estrellas en el año 813 se alza hoy la catedral de Santiago de Compostela, cuya construcción se inició en el 1075
Hacia el año 813, un ermitaño llamado Pelayo vio unas luces extrañas en el cielo de la noche sobre el Monte Libredón. Cuenta la leyenda que durante varias noches vio resplandores sobre un montículo en el bosque, como si fuesa una lluvia de estrellas que caía sobre lo que hoy se conoce como Santiago de Compostela. Sorprendido por lo que vio, corrió a contárselo al obispo de Iria Flavia (actual Padrón), Teodomiro, quien nombró una comitiva para acudir a ser testigos de tal fenómeno.
En aquel mismo lugar, donde indicaban las estrellas, encontraron un sepulcro de piedra donde reposaban tres cuerpos. No eran otros que Santiago el Mayor y dos de sus discípulos, Teodoro y Atanasio. El obispo Teodomiro reconoció lo ocurrido como un milagro y al comunicárselo al Rey Alfonso II de Asturias, se construyó una pequeña capilla en el lugar, pero que se fue ampliando con los años a medida que llegaban cada vez más y más peregrinos a rezar ante la tumba del apóstol. La basílica posterior, encargada por Alfonso III, quedó reducida a cenizas en el año 987, cuando Almanzor devastó la ciudad de Compostela y robó las campanas, aunque respetó la tumba de Santiago.
Allí se alza en la actualidad la catedral de Santiago de Compostela, cuya obra se inició en el año 1075, bajo el reinado de Alfonso VI, aunque no terminaría hasta 1211. El plano inicial sobre el que se levantan hoy 74 metros de sillares de granito es el mismo que se usó para la iglesia monástica de San Sermín de Toulouse.
En su catedral, Santiago no solo es apóstol, sino también peregrino y caballero. La representación más antigua del seguidor de Cristo que llegó a evangelizar a España es la de los pies descalzos y la túnica, con el Nuevo Testamento sujeto sobre una mano. Así se le puede ver en el camarín del altar mayor y en el parteluz del conocido Pórtico de la Gloria. Como peregrino se le reconoce también por llevar además de su túnica, un manto, esclavina y bordón, tal y como hacían los peregrinos medievales que acudían a saludarle. Con su sombrero, la calabaza y la concha de vieira se le ve coronando el camarín del altar mayor y presidiendo la fachada del Obradoiro.
Santiago es también guerrero y blanco es su caballo, como dice el acertijo. Esta representación, en la que se muestra al apóstol en posición de ataque blandiendo la espada, es posterior, de tiempos de la Reconquista; por ello, es también conocido como Santiago Matamoros.
A lo largo del tiempo, el templo ha sufrido distintas remodelaciones. Su fachada, la del Obradoiro, fue llevada a cabo por Fernando de Casas Novoa en el siglo XVIII. A pesar de ser lo más nuevo de la catedral, se ha convertido en el símbolo del templo y de la ciudad. Prueba de ello es que una réplica en miniatura va estampada en monedas españolas de 1, 2 y 5 céntimos.
La catedral de Santiago esconde también algunos secretos, como por ejemplo que en su interior hay una iglesia más antigua que la propia catedral. Es santa María la Antigua de la Corticela, construida en el siglo IX y perteneciente a los monjes benedictinos. En origen era independiente de la seo, pero ante las sucesivas ampliaciones de la basílica terminó por ser absorbida. Un túnel con su propio pórtico las une en el ala norte de la catedral.