La culpa fue de Walt DisneyBlas Jesús Muñoz

Hasta siempre, amigo

«Ya nada será igual sin él, pero como supe una vez, las personas sobreviven en el corazón de las que se quedan»

El recuerdo -el mejor- es una sonrisa, un gesto amable, simpático o cómplice, que se evoca cuando la persona a la que has querido no está. Y, cuando sabes que no va a volver, porque el adiós es definitivo, entre el dolor y el vacío siempre queda esa sonrisa que una vez -o muchas- te regaló.

La huella que te deja un amigo es la suma de muchos momentos y, en estos últimos seis años, Rafael Mariscal, me regaló muchos. Entre ellos, una de las primeras entrevistas que realicé para este medio, junto a Salud Aguilar, para hablar de aquella exposición de la Vera Cruz en la Catedral.

Para aquella muestra trajo a un buen número de imágenes de la provincia. Era un enamorado de la Semana Santa de la geografía cordobesa y, lo mejor, era que la había vivido y la conocía con una profundidad que admiré desde la primera vez que hablamos.

Rafael era un tipo inteligente, leído y, por tanto, alguien a quien escuchar para aprender, mucho más allá de las cofradías. Hablar de fútbol con él era delicioso hasta en la discrepancia, que es cuando más se enriquece cualquiera.

Pero lo mejor fue que nos hicimos amigos y aprendí a reír con su sonrisa, que ahora recuerdo como el mayor de los tesoros. La afinidad surge cuando no se busca y, ahora, de ella me queda el recuerdo y lo que me enseñó. Quedan aquellos programas de cofradías (nos faltan dos), aquellas preguntas y aquellas tertulias hasta las tantas.

Rafael siempre sobrevivirá en el corazón y en la memoria de quienes le conocieron y en cada rincón del centro parroquial que cuidó con esmero y del museo por el que veló y engrandeció. Ya nada será igual sin él, pero como supe una vez, las personas sobreviven en el corazón de las que se quedan. En el mío y en el de muchos otros y en el del niño del museo. Gracias amigo, no te digo adiós porque sé que algún día nos volveremos a ver.