Altar de la Virgen de los Remedios la pasada semanaM. Estévez

Aquel martes y trece

A medida que pasaba la mañana iba subiendo la tensión y el enfado de los devotos y vecinos del barrio

Desde pequeño he sido testigo de la devoción a la Virgen de los Remedios en San Lorenzo, de forma muy especial los días que caen en martes y trece. Esta devoción, que yo recuerde, se acrecentó especialmente desde la llegada de don Juan Novo González como párroco, allá por el año 1954.

En sus primeros tiempos como párroco, la iglesia de San Lorenzo tomó un gran impulso en todos los órdenes. La parroquia fue protagonista por las misiones de los dominicos, las Cruces de Mayo, la rondalla, las romerías, las sesiones de cine y teatro parroquiales, etcétera. Se acometieron desde 1956 unas obras de gran envergadura para tratar de quitarle a la iglesia los añadidos barrocos, dejando al descubierto los artesonados y estructuras de piedra originales. En una segunda fase, en 1966, se descubrieron las magníficas pinturas que hoy decoran el altar y el presbiterio, tras desmontarse y cambiar de sitio el espléndido retablo que estaba situado en el altar mayor.

Se cambió de sitio la pila de Bautismo desde su ubicación en el Sagrario hasta la nave de la derecha junto a la entrada, para lo cual se eliminó más tarde un pequeño coro, con su imponente órgano de fuelle del siglo XVIII que tenía unos pitos con los que el organista Antonio González obtenía unos acordes que sonaban a música celestial. Este órgano, lamentablemente, fue vendido. Desaparecieron asimismo los canceles que aislaban las puertas del interior de la iglesia, así como la solería. Antonio Ruiz Rubio, nos comentaría que con las dos obras se perdieron bastantes objetos antiguos e importantes del inventario.

En San Lorenzo había 12 libros corales y otras tantas cornucopias, como los que aparecen en la fotoFélix Hernández

Igualmente, en la torre se llevó a cabo, aunque no con mucho éxito, el cambio de algunas campanas. Sin embargo, quedó olvidada y destrozada la maquinaria de contrapesos del reloj, inaugurado en 1913. En la última restauración en este siglo se puso una maquinaria eléctrica. En el exterior, por último, se aisló definitivamente el ábside de la iglesia de la casa de «La Perdigona», con la que compartía un pozo.

Aparte de la remodelación de la estructura de la iglesia hay que apuntarle en el haber a don Juan Novo la creación de unas escuelas parroquiales, un hogar-cine parroquial y un dispensario donde colaboraba el fallecido doctor don Eduardo Font de Dios, famoso por aquellos tiempos por su consulta popular en el centro del simpático barrio de Cañero, a espaldas de la iglesia de San Vicente Ferrer.

La Virgen de los Remedios

En el ámbito más eclesial, don Juan Novo impulsó la hermandad de la Virgen de los Remedios, donde logró que las vecinas del barrio se afiliaran en gran número. Se les entregaba un número cuando pagaban la cuota, y con él participaban del sorteo de los «ciegos», que los sábados tenía un premio doble. Del cobro de aquellos cupones se encargaba Carlos "El Lotero”, que igual se le veía en el fútbol, rifando con el famoso «Chindo», que vendiendo lotería.

En su afán por fomentar la devoción a la Virgen de los Remedios se llevó en procesión la imagen a determinadas casas de la feligresía. En estas casas pernoctaba durante un par de días, ante el cuidado y devoción de los vecinos. Una de las primeras personas que recibió con alborozo a la Virgen en su casa fue el industrial panadero Muñoz Malagón, dueño de una panadería en la calle Joaquín Altolaguirre. Este buen hombre plasmó su devoción a la Virgen nominando su horno como «Horno de los Remedios». También estuvo la Virgen en un patio de la calle Velasco en donde vivían los Espejo y los Navajas, así como en la casa de los Puntas, en la calle Abéjar.

Pero quizás la visita más sonada fue la que realizó a la popular Casa del Tercio, que contaba con tres patios y más de 110 vecinos. Estaba situada en la esquina de San Antón con la Redonda, junto al antiguo «fielato», frente al antiguo Matadero Municipal. Pusieron a la Virgen en el primer patio en donde colgaron sus mejores prendas y colchas, y es que esta humilde vecindad, supo volcarse con Ella con todo el cariño del mundo. En todos estos menesteres destacó una mujer, »La Coja«, a la que también apodaban «La Pirata», que se erigió en “capitana» de aquel «barco» maravilloso que fue su casa durante aquellos días.

El relevo

Don Juan Novo estuvo de párroco desde 1954 a 1971, año en que se secularizó. Durante ese tiempo, el que mandaba en la iglesia era él, que con su gran personalidad era el alma y motor de todas las decisiones importantes.

Así que el 13 de abril de 1971, que además era martes, don Juan Novo ya había dejado de ser párroco, y para sustituirle el obispo había nombrado a don Valeriano Orden Palomino. Por cierto, que algo debe de tener el cargo porque ambos, don Juan y don Valeriano, viven aún camino de los cien años.

El caso es que ese martes y trece del día 13 de Abril de 1971 llegó la hora de abrir la iglesia para que acudieran los devotos a ver a la Virgen de los Remedios, como se venía haciendo desde tiempos inmemoriales. Don Francisco Aguilera, el que sería después famoso «Cura Paco» de Valdeolleros, era entonces coadjutor en San Lorenzo y, como tal, provisionalmente a cargo de la parroquia. Ordenó al sacristán Pepe Bojollo que la iglesia permaneciese cerrada, pues había que convencer a la gente de que eso del martes y trece era «pura superstición». Ante el estupor de las personas que iban llegando él repetía y repetía lo mismo. Para hacerse un poco más fuerte en sus planteamientos se rodeó de algunos amigos que compartían sus ideas, y se plantó en el mismo portalón. A medida que pasaba la mañana iba subiendo la tensión y el enfado de los devotos y vecinos del barrio. Transcurrió media mañana y, de milagro ante lo caldeado del ambiente, aún no había ocurrido nada serio más allá de las voces.

El plante de Antonia Aguilera

Lo que tuvo que pasar pasó cuando intervino una mujer de unos 75 años, todo un carácter, con su orgullo de parroquiana y con sus sentimientos dolidos. Se llamaba Antonia Aguilera, y era esposa de Juan Sánchez Romero, trabajador ejemplar al que años después se le impuso la Medalla al Mérito al Trabajo en abril de 1976 con todos los honores que ello conllevaba. También Antonia era una trabajadora infatigable, y lo demostraba todos los días en su casa de la calle Roelas 8. Siempre que había cualquier evento importante en San Lorenzo gustaba de presenciarlo desde la esquina del antiguo «futbolín» de Clemente, en la esquina de la calle Roelas y la plaza de San Lorenzo, donde solía acompañarla alguna que otra vecina del barrio.

Antonia Aguilera era de las pocas mujeres del barrio que entendía perfectamente el complicado lenguaje de los toques de las campanas, y sentía a la parroquia como algo suyo. Si bien no era, lo que podríamos decir, una «capillita», amaba a su iglesia y a su barrio. Apreciaba mucho a Pepe Bojollo.

Enterada de lo que estaba pasando se dirigió al «Cura Paco» y le dijo de forma rotunda:

«Esto no puede ser así. La iglesia debe estar abierta para toda aquella persona que quiera entrar. En la Casa de Dios no se le niega la entrada a nadie».

Estas palabras así dichas no hubieran pasado de ser un comentario airado más de los de aquel día... si no fuera porque agarró al cura por la solapa (con lo que esto suponía en aquellos años) y añadió:

«Si la gente está equivocada será cosa de ellos, si esto es una superstición, peor para ellos, pero usted como cura no puede tener una iglesia cerrada porque le salga de los cojones».

Se formó tal revuelo en el portalón que alguien debió llamar por teléfono al obispado. Según se supo más tarde, parece ser que fue «El Chico Fortuna» quien, alarmado por el «zamarreo» de Antonia al «Cura Paco», hizo la llamada desde la taberna Casa Manolo. Consiguió que don Juan Jurado Ruiz, vicario de la Diócesis, mandara urgentemente en persona al notario del Obispado, don Guillermo Romero, el cual portaba un mandato superior para que se abriera la iglesia de inmediato.

A las cuatro de la tarde se restableció la normalidad, y al pobre José Bojollo le volvieron los colores de la tranquilidad. María Varo, vecina de la calle del Cristo, le ayudó a colocar las bancas y le dio una tila para que se le pasase el mal rato.