Carteleras vacías del cine Delicias. Verano de 2023M. Estévez

Carteleras en blanco

Y, como en todas las cosas de la vida, también había algunos cines que marcaban la diferencia, para bien o para mal

Cuando llega el insoportable calor del verano a Córdoba no hay más remedio, según decía el cojo Mariano, que «aguantarse». Pero a mediados del siglo XX nos parecía que ese calor era más llevadero, quizás porque la vida en las casas era más ventilada y se contaba con la bondad del agua del pozo, espacios abiertos con arriates y plantas y, sobre todo, con el aislamiento de unos muros recios en las fachadas que no eran los tabiques ridículos que hoy se ponen en los pisos y por los que entra inmisericorde el calor.

Igualmente, eran pocos los coches que circulaban por aquellas calles apenas adoquinadas sin asfalto, y evidentemente tampoco sufríamos esa invasión de losas de granito que recalientan nuestras calles y aceras, tan «inteligentemente» diseñadas por nuestros técnicos y autoridades municipales de cualquier signo.

No obstante, a pesar de todo, el sopor llegaba igualmente por las tardes, y el calor se disimulaba escondiéndose con el silencio de la siesta.

Cuando por fin se retiraba el sol, las toldillas y cortinas se retiraban y daban paso a la claridad. Empezaban los patios, poco a poco, a recobrar su actividad, con los baños de cinc llenos de agua recalentada como «piscinas» para los más pequeños de la casa, que se metían por parejas, o incluso de tres en tres, para disfrutar de un remojón que en la mayoría de los casos les servía como baño.

Los vecinos solían regar el patio de la casa, e inclusive la puerta de la calle para posteriormente sentarse en ella a «tomar el fresco». Eran épocas en las que no había ni televisión, ni móviles, y la gente aún hablaba entre sí. El cantar de los grillos, el revolotear de los murciélagos y el caminar de lagartijas y salamanquesas por las paredes blancas era la única música de fondo que acompañaba a unas conversaciones en las que se hablaba de lo divino y de lo humano. Todo esto con los vecinos, principalmente mujeres, sentados de cara a la fachada de sus casas, con las puertas abiertas. Y digo que eran mayoría las mujeres porque muchos hombres solían decir a sus esposas algo así como: «Niña, voy un momento a la barbería a leer el periódico», y con este socorrido achaque se marchaban a la taberna a su alterne diario.

Las primeras duchas

En aquellos lejanos tiempos nos llegaban ecos de que en las casas recién entregadas de las barriadas de «La Letro», Cañero y Campo de la Verdad sus flamantes vecinos contaban con unas modernas duchas a las que «se le da a un botón y sale el agua». Oír hablar de estos «adelantos» a los que se mudaron a los nuevos barrios, muchos de ellos antiguos vecinos nuestros, era ver cómo se les llenaba la boca contando admirados cómo era su cuarto de baño, su cuarto de pila y su patio particular, con parra y todo.

En este verano del ayer, asistir al cine era habitual en las parejitas de novios. También asistían las madres con su tropel de hijos dispuestos a pasar una especial tarde-noche de fiesta, y de algún que otro que tuviese dinero suficiente para pagar la entrada que costaba 1,50 pesetas.

La oferta de cines de verano era entonces espléndida, pues existían en Córdoba más de treinta al aire libre. Normalmente se proyectaban películas que ya llevaban dos o más años de haber sido estrenadas. Y, como en todas las cosas de la vida, también había algunos cines que marcaban la diferencia, para bien o para mal.

Era tal el auge que tomaron los cines de verano que hasta muchas parroquias montaron sus propios «cines parroquiales», compartiendo en la mayoría de los casos las películas «rollo a rollo». Según relata el profesor don Toribio García en su pequeño trabajo sobre el Colegio Santa Catalina de Siena, de la barriada de Cañero, todos los niños de este colegio abonaban durante el curso 1956-57 la cantidad de una peseta mensual en concepto de ayuda al cine escolar. El mismo obispo, el gran Fray Albino, había elaborado un proyecto pedagógico en el que se creaba un cine escolar como complemento a la tarea educativa.

Los empresarios del cine

A nivel empresarial el cine en Córdoba era cuestión fundamentalmente de tres empresas: Antonio Cabrera, Sánchez Ramade y Ramos. Aparte, existían un par de particulares que se intercambiaban la explotación de algunos cines.

De estos tres grandes empresarios quizás el más célebre y antiguo fuese Antonio Cabrera, hombre desde muy joven relacionado con los espectáculos. Fue el que en Córdoba, con un puntero en la mano, iba comentando los diálogos de las películas del cine mudo que se proyectaron en nuestra ciudad muchos años atrás.

Este buen empresario, de pequeña estatura, siempre con su lazo negro anudado al cuello, había sido ojeador de artistas, y se comentaba todavía muchos años después la anécdota de que en los años veinte quiso contratar a una pequeña orquestina compuesta por un trompeta y un tambor que venía actuando varios días en la plaza de San Agustín, la cual se negó porque que en realidad tocaban para disimular los alaridos de los clientes de un sacamuelas de Albolote llamado «El Rápido», que ponía su consulta en medio de la plaza.

Pero el mundo del cine del verano no se limitaba a los empresarios. Toda una pléyade de personajes giraba alrededor, desde el que sacaba las carteleras al que regaba el cine, el que hacía de acomodador, el que limpiaba y ponía las sillas, los porteros, los taquilleros, los del ambigú, los maquinistas que proyectaban, y hasta los que se dedicaban al trasiego de películas de un cine a otro, en aquellas pesadas «sacas» diariamente transportadas por la Agencia Garrido de la calle Alfonso XIII.

Quiero destacar muy especialmente a la familia de Juan Cabezas, cuya vida profesional estuvo ligada siempre al cine. En esta labor le acompañaron su esposa Encarnita y su hija. La extinta peña «Los amigos del celuloide», ubicada en la taberna “Casa Pepe el Habanero" de San Agustín, pudo certificar la entrega profesional de esta familia.

Martín Cañuelo

A la familia Cabezas le sustituyó en Córdoba otro gran empresario enamorado de los cines de verano, Martín Cañuelo. La desgracia ha querido que un infarto se lo llevara este año para la segunda parte de su vida. Y aquí en Córdoba, por primera vez en nuestra historia reciente, nos hemos quedado sin cines de verano.

Se me hace raro pasear por la calle los Frailes, y ver cerrado en estas fechas al Cine Delicias, inaugurado en 1945. Recuerdo como si fuese hoy que uno de sus éxitos más sonoros fue el estreno de la película 'Los hijos no se venden'. Causó una gran sensación en el barrio y se formaron grandes colas para verla. Recuerdo también que la música de los entreactos y los descansos era casi siempre «Las tarantas de Linares« canción que al final, de tanto repetirse, se la aprendió todo el mundo. Testigo excepcional fue sin duda «Miguel el Cojo», que tenía un puesto enorme de «arropías» junto a la puerta del cine. Siempre con su enorme lebrillo de «chochos» (altramuces), otro de chufas, y dos garrafas enormes de polos de nieve »coloraos» y de limón. Este hombre vendía también almezas... con lo que la guerra entre chiquillos dentro del cine estaba garantizada.

El cine subvencionado

Todo esto ya pasó, pero ahí seguía el cine, siempre joven y repleto de público. Hoy están las carteleras en blanco. Esperemos que no sea su fin, ni el del Olimpia, Fuenseca o Coliseo de San Andrés. Porque luego veremos que entre el Gobierno y Televisión Española se dan todos los años casi medio millón de euros para la gala de los Goya, y todo lo que haga falta, para decir que «el Cine es Cultura», y aquí en Córdoba los políticos prometieron en su reciente campaña para el Ayuntamiento que Córdoba no se quedaría sin cines de verano.

Pero este año ya van tarde, o falta voluntad o es que no hay dinero público para arreglarlo. Y esto en un país que tan alegremente lo gasta: Basta con ver lo que nos cuesta, por ejemplo, el diputado Gabriel Rufián Romero de Esquerra Republicana, político que pretende la independencia de Cataluña y si hace falta para ello «triturar» España. El susodicho cobra del Congreso de los Diputados la friolera cantidad de 129.747 euros anuales: el sueldo de ocho trabajadores de esos que se suelen cargar las bombonas de gas butano al hombro para repartirlas.

Ahora, pendientes todos ellos de las elecciones de sus grandes jefes, así como de sus propias vacaciones en la mejor playa, nuestras carteleras de verano siguen en blanco. Perdimos las casas de vecinos con su dama de noche regada y las tertulias de vecinos sentados hasta altas horas de la noche delante de sus portales. Los cines de verano, por desgracia, pueden ser los siguientes. Esperemos que no sea así.