El Portalón de San Lorenzo
La Batalla de Lepanto y la tergiversación de nuestra historia
La fractura hunde sus raíces en los liberales del siglo XIX, para los que todo lo anterior era «oscurantismo» y «represión»
El pasado 7 de octubre de 2023, el día de su fiesta, salió la procesión de la Virgen del Rosario de la iglesia de San Agustín. Lo novedoso del acto me retrotrajo imágenes que creía olvidadas de mi primera infancia, cuando esta procesión tenía lugar todos los años hasta que en el año 1948 dejó de salir. Y como un recuerdo llama a otro, me acordé de otra preciosa imagen de la Virgen del Rosario del desaparecido convento de Santa María de Gracia, exactamente debajo del espléndido coro de las monjas.
Estas religiosas tuvieron que abandonar su histórico convento a finales de los años 50, trasladándose provisionalmente a un convento de su congregación en Jaén hasta que pudieron volver a Córdoba unos veinte años después, en un nuevo edificio situado en las afueras de la ciudad, cerca del Hospital Reina Sofía. Gracias a la información que me han proporcionado las hermanas, ahora sé que en su triste exilio se pudieron llevar unas pocas imágenes, entre ellas esta Virgen del Rosario, que ya se quedó en el convento de la ciudad hermana para gozo de sus fieles.
Hay más imágenes con la advocación del Rosario en nuestra ciudad como la principal, la imponente de San Pablo, y la hace años muy popular y hoy postergada de la ermita de las Montañas, actualmente en San Lorenzo. La orden de predicadores fue entusiasta en la propagación de su devoción, y hoy muchos se preguntarán, ¿de dónde le viene tanta importancia?
La victoria sobre el turco
Porque no saben, ni han querido que sepan, que el motivo de la fiesta de la Virgen del Rosario fue para rememorar la célebre batalla de Lepanto, que tuvo lugar ese mismo día, 7 de octubre, en 1571, cuando la armada cristiana comandada por don Juan de Austria derrotó a la poderosa flota turca en el golfo griego de Lepanto. Casi todo el orbe católico (Francia, celosa de la hegemonía de España, jugaba con dos barajas) se enfrentó al poder otomano que quería reverdecer las fulgurantes conquistas musulmanas del siglo VIII. El Papa San Pio V, al contrario que otros pontífices del momento más dedicados a los compadreos de la política terrenal, fue el puntal clave que, consciente de la grave amenaza, logró conciliar intereses muy diversos en defensa de la cultura e identidad católica de Occidente.
A este respeto viene bien mencionar aquí parte de la conferencia que nos dio el dominico padre Espinel en 1958, durante una de aquellas charlas de los sábados por la tarde, y que quedó transcrita para la posteridad. Habló de la batalla de Lepanto y de su relación con la Virgen del Rosario:
«Digan lo que quieran unos y otros, a la Virgen del Rosario y a don Juan de Austria, con sus bravos soldados, se debe la mayor y mejor parte de la gloría de aquel trascendente triunfo. Es absolutamente falso que se debiera principalmente a la habilidad de los venecianos y de su jefe Sebastiano Vernier. Es preciso estar muy »descalzo« en historia, o tener muy mala fe, para tales sandeces. Aquella contienda naval y su victoria, »La más alta y señalada que vieron los siglos", al decir de Cervantes, estuvo siempre vinculada al Santo Rosario.
San Pío V y el rosario
Sencillamente porque lo estaban rezando fervorosamente el Papa San Pío V, su corte y gran parte de la Cristiandad, mientras tenía lugar la encarnizada batalla en el golfo de Lepanto el 7 de octubre de 1571. La Iglesia Católica levantó el más sublime obelisco espiritual con que jamás se haya conmemorado una victoria. Como recuerdo perenne instituyó la Fiesta del Rosario, celebrándose el 7 de octubre. Monumento popular e imperecedero que pasó al corazón de todos los españoles y fue cantado por los más excelsos poetas y plasmado por los más famosos pinceles”.
Hoy, en el hermoso barrio del Realejo de Granada, puede admirarse un maravilloso camarín con la Virgen del Rosario en la iglesia de Santa Escolástica. En él campean en un grandioso lienzo los bajeles de don Juan de Austria, Farnesio y Álvaro Bazán, formados ante las naos de Ali-Bajá. Y en la Catedral de Santiago de Compostela se encuentra el gallardete de la batalla, enviado por don Juan de Austria al Apóstol como agradecida ofrenda por su ayuda. Granada y Compostela, de un extremo a otro de España. Todos nuestros compatriotas de entonces conocían y veneraban su Historia.
Esa Historia de España que desde que se empezó a recopilar en el siglo XIII, por obra y gracia de Alfonso X El Sabio (si no ya antes desde San Isidoro) era, al decir del gran historiador Ricardo de la Cierva, un lugar común para todos, con las lógicas discrepancias en algún u otro punto, pero asumida en lo esencial. Se dice que la Guerra Civil del 36 empezó a fracturar esta visión común, pero creo que viene de más atrás. La fractura hunde sus raíces en los liberales del siglo XIX, para los que todo lo anterior era «oscurantismo» y «represión», algo que había que olvidar. Ellos traían la luz del «progreso», y por eso España empezaba con la Constitución de 1812.
Las dos Españas
También fueron estos «liberales» los pioneros en esa manipulación del lenguaje tan propia de nuestra izquierda actual, con grandes «hallazgos» lingüísticos, como llamar «desamortización» a lo que era, simple y llanamente, un saqueo de dimensiones colosales. Que cuando catalogaban a los carlistas de beatos (ultra) católicos, «reaccionarios de sacristía», estaban echando la semilla, hoy tan fructífera, para denigrar a la Iglesia, provocando matanzas como la de los frailes en 1834 porque «envenenaban las fuentes», tan similar a los «caramelos envenenados» durante la II República.
Que si estos carlistas, como decían, se limitaban a «separatistas» vascos y catalanes, ¿cómo explicar que cuando la expedición del general carlista Gómez (jienense para más señas) sitió Córdoba en septiembre de 1836, el mismo año que el banquero Mendizábal había puesto en marcha su robo organizado mediante leyes «democráticas» (nada nuevo bajo el sol), las clases populares cordobesas abrieran alegremente las puertas de la muralla a sus tropas que así tomaron fácilmente la ciudad? ¿o que durante la Guerra Civil de 1936 en muchos tercios carlistas se dieran las órdenes a la tropa en catalán y vasco porque gran parte de los voluntarios no sabían ni una palabra de español? ¿que los payeses heridos de muerte del Tercio de Monserrat agonizaran dando vivas a la «Moreneta» y a «Espanya»?
Solzhenitsyn y la libertad
Todo eso es anatema y hay que borrarlo de nuestra Historia porque no se amolda a la historieta que han creado con ella. Una historieta donde nos visita en la primavera de 1976, apenas muerto Franco, el Premio Nobel de Literatura de 1970, el disidente ruso Alexander Solzhenitsyn, autor de «Archipiélago Gulag» (libro hoy prohibido). Después de estar recorriendo Madrid y otras ciudades españolas, en donde llegó a ser entrevistado varias veces, finalmente el siempre oportuno José María Íñigo (1942-2018) le hace una entrevista en TVE el 20 de marzo de 1976, en el programa «Directísimo». Allí cuenta su destierro en el «gulag» de Siberia, y a la hora de hablar de las «libertades» de la URSS se limita a decir: «¡Ojalá nosotros los rusos tuviésemos la mitad de las libertades que yo he observado en España, pues allí tenemos que pedir hasta autorización oficial para hacer una fotocopia!».
Ni qué decir tiene la que le cayó encima, con la gran mayoría de periódicos y medios españoles, y en general la sociedad «biempensante» que empezaba a ser «demócrata de toda la vida», criticándolo con barbaridades del tipo de que «con personas como él estaban más que justificados los campos de aislamiento y de trabajo en la Unión Soviética». Incluso Camilo José Cela, aquel que le había solicitado personalmente a Franco un puesto de «censor», salió en tromba a criticar al pobre ruso, que no sabía dónde se había metido.
Y de la anécdota de Solzhenitsyn a las coetáneas de los «trescientos mil niños robados en el franquismo», «las fosas con represaliados equivalentes a las de Camboya (omiten que del comunista Pol Pot)» o las inmensas, gigantescas, enormes multitudes «corriendo delante de los grises». A este paso, pronto dirán en los libros y medios con los que nos adoctrinan que Pedro Sánchez fue un jugador destacado del Estudiantes (algo imposible porque, como decía el añorado Díaz-Miguel, «para saber encestar bien a canasta hay que tener la conciencia limpia»).
Ha tenido que ser don Alberto Bárcenas Pérez, que para la elaboración de su tesis doctoral «La redención de penas en el Valle de los Caídos». (2014), ha consultado 69 carpetas del fondo «Valle de los Caídos», que se hallan en el Palacio Real de Madrid, el que desmienta una a una todas las falsedades que se han publicado sobre el Valle de los Caídos. Los responsables del archivo le indicaron que poca gente se ha preocupado de consultarlos.