Mujer escuchando la radio

Mujer escuchando la radio

El portalón de San Lorenzo

Aquellas novelas de Córdoba

Estas sencillas lecturas ayudaron a muchos de ellos a leer correctamente y, sobre todo, a no cometer faltas de ortografía

Entre 1945 y 1965 la mayoría de las mujeres, cuando ya tenían los platos lavados y la cocina «hecha», tomaban un respiro en sus agotadoras jornadas y se apresuraban a escuchar la novela interpretada por el cuadro de actores de Radio Madrid que emitía la Cadena SER, entonces amable cercana y distraída.

De estos actores podemos nombrar a los que en su día fueron más celebres o populares, como Pedro Pablo Ayuso Urbina (1917-1971), Matilde Conesa Valls (1928-2015), Matilde Fernández Vilariño (1921-2021), Juana Ginzo Gómez (1922-2021) y Teófilo Martínez Rodríguez (1913-1995), al que apodaban «El Maestro». Todos fueron excelentes profesionales, y además se sentían orgullosos de ser españoles, con su perfecta dicción, en aquellas novelas de la radio, ya que provenían de las labores de doblaje en el cine. Citemos por ejemplo el caso de Teófilo Martínez, que llegaría a doblar a actores de la categoría de Joseph Cotten, John Wayne, Orson Welles, Charles Laughton o al propio Alfred Hitchcock.

Portada de la novela Ama Rosa

Portada de la novela Ama Rosa

De entre todas estas novelas no cabe duda de que «Ama Rosa» fue la que rompió todas las plusmarcas. Sería en el año de 1959 cuando el canario Guillermo Sautier Casaseca (1910-1980), en colaboración con Rafael Barón Valcácer (1921-1987), pusiera en las ondas esta recordada novela en la que llegaron a trabajar Juana Ginzo Gómez como la principal protagonista en el papel de Ama Rosa, Doroteo Martí como Javier (hijo de Rosa), José Fernando Dicenta como el doctor Beltrán, Pedro Pablo Ayuso como Antonio de la Riva, Maribel Ramos como Amparo de la Riva, Carmen Martínez como Isabel (madre de Amparo y suegra de Antonio), Alicia Altabella como Marta (la amargada hermana soltera de Antonio), Joaquín Peláez (hijo del matrimonio de la Riva) y, finalmente, Julio Varela como narrador.

La novela fue tan popular que cuando se ponía en antena por la radio las calles prácticamente se quedaban vacías, como cuando «El Cordobés» toreaba y se retransmitía su corrida por televisión.

'La saga de los Porretas'

Además de «Ama Rosa», otras novelas radiadas o seriales que tuvieron gran acogida entre los oyentes fueron «Lo que nunca muere», «Alexis y Cristina», «Diego Valor», «Un arrabal junto al cielo», «La segunda esposa», «Las dos hermanas», «Sangre negra», El cielo está en el bajo«, »Matilde Perico y Periquín« o »La saga de los Porretas«. De esta última siempre recordaré a mi gran amigo Rafael Araujo Hidalgo, que cuando se jubiló de su trabajo como cajero en Westinghouse me dijo con toda sinceridad: »Mi mejor regalo de jubilación es poder escuchar todas las mañanas La saga de los Porretas”.

Es justo señalar aquí al autor de la mayoría de aquellos seriales, Guillermo Sautier Casaseca (1910-1980), en colaboración con María Luisa Alberca Lorente (1920-2005). Y por supuesto, a los anónimos trabajadores de aquella Cadena SER, convertida hoy en caja de transmisión de los «vientos políticos» que interesan a su cuenta de resultados y patronos políticos, y que se ve claramente su descaro de ser mercenarios supuestamente de quien les paga con la publicidad y otras bagatelas. Más que ofrecer ilusión o entretenimiento se dedica a plantear discusión y a enfrentarse contra medio país. Y es que la voz mezquina, falsa y cómplice de la «Barceloneta» no se puede comparar en nada a la categoría de aquellos grandes actores.

Carátula de una novela de Marcial Lafuente

Carátula de una novela de Marcial Lafuente

No sólo las mujeres eran ávidas oyentes de estos seriales novelados, también los hombres los oían, especialmente los que trabajaban en sus propias casas como los plateros, que ponían la radio como fondo a su trabajo.

Las novelas del Oeste

Los hombres de esos años tenían también la costumbre de leer las novelas ligeras del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía. Hay que reconocer, en honor a la verdad, que estas sencillas lecturas ayudaron a muchos de ellos a leer correctamente y, sobre todo, a no cometer faltas de ortografía que hoy campan vergonzosamente por todas partes en esta España «más preparada». Como los tiempos eran los que eran, la mayoría de las novelas se obtenían por el procedimiento del cambio, en donde entregabas tu novela a cambio de otra pagando una cantidad que era aproximadamente la quinta parte del precio de una novela nueva. De no haber sido así tendrían que haberse multiplicado por mucho aquellas ediciones.

Si no estaban fuera, tras el trabajo los hombres se recogían para descansar en su casa a la caída de la tarde, sentándose en su mesa con el hule como único testigo. Aprovechando la llegada de la luz «de perra-gorda» se ponían a leer su novela del Oeste. Algunos solían fabricarse unas lámparas o mamparas en torno a la bombilla para enfocar mejor la luz, aprovechando las hojas caducadas de aquellos espléndidos almanaques que solían hacer las Máquinas Alfa y Explosivos Riotinto.

Durante el verano, con más horas de luz solar, salían de sus estrechas habitaciones para hacer sus lecturas en la galería exterior, y mientras algunos leían delante de sus vecinos «El Caso» o «Dígame», la mayoría solía sacar su novela de Marcial Lafuente, cada uno la suya. En lo que casi todos los lectores estaban de acuerdo era en tener a mano, en el suelo, su botella de vino comprada en la «bodeguilla».

Estas novelas del Oeste también eran el libro que más se leía en el Servicio Militar. Recuerdo de mis tiempos en el Parque de Automovilismo, aquél de los Santos Pintados, que en muchas de aquellas pesadas y largas tardes, ya libres de la faena, más de la mitad de los soldados estábamos leyendo una novela de éstas. Igual ocurría en los cuarteles de Lepanto y Artillería.

Marcial Lafuente Estefanía

El autor de estas novelas que tanto nos gustaban era Marcial Antonio Lafuente Estefanía(1903-1984), un sencillo escritor que en su día recibió el sabio consejo del gran Enrique Jardiel Poncela (1901-1952) de que para sobrevivir en la profesión había que escribir para que la gente se divirtiese.

Marcial nació en Toledo el 13 de junio de 1903. Heredó de su padre, periodista y abogado, el amor por el teatro. Sin embargo, se hizo ingeniero y trabajó como tal en España, África y América. Su breve estancia laboral en Estados Unidos (1928-31) le hizo conocer a fondo el oeste de este gran país, lo que le ayudaría a la descripción de este territorio en sus novelas. No hay una cifra exacta del número de novelas del Oeste que llegó a escribir, pero se estima que fueron entre 2.500 y 3.000. La primera novela se tituló «La mascota de la pradera», y es de 1943.

Marcial Lafuente fue voluntario en la guerra civil en el bando republicano, donde alcanzó al importantísimo cargo de general de artillería. Perdida la guerra, no quiso aprovechar la posibilidad del exilio, entregándose al ejército de Franco en Ciudad Real.

El tiempo que estuvo en prisión lo aprovechó para escribir sus primeros borradores, se dice que incluso en papel del retrete, buscando desde el principio la amenidad y olvidar las preocupaciones, que era lo que la mayoría de españoles anhelaban entonces independientemente de sus opiniones políticas.

Ya como escritor, donde empezó con relatos policíacos, utilizó pseudónimos como «Tony Spring», «Arizona», «Dan Luce» o «Dan Lewis», pero sus novelas del Oeste, las que le darían fama, serían publicadas sobre todo con sus siglas ML Estefanía. También en alguna ocasión irrumpió con la novela de amores, que se decía, pero aquello no era lo suyo. Al principio publicaba una novela por semana al precio de cinco pesetas (un «duro»), y con el paso del tiempo llegaría a costar veinticinco pesetas. Sus novelas se vendieron, además de en España, por toda Hispanoamérica, e incluso en los Estados Unidos. Frente a los eruditos que dictan cátedra sobre lo que es o no buena literatura, hay que decir que pocos autores españoles han entretenido a tanta gente, lo que, se olvida muchas veces, es la principal misión del escritor.

El teatro leído

Para terminar, como una síntesis de los seriales radiofónicos y las novelas de Marcial Lafuente Estefanía, quisiera recordar aquí a Antonio Serrano Zurera, «El Artillero». Era pequeño de estatura, de pocas palabras, con una vestimenta sencilla y un poco raída que coronaba con una simple boina. Trabajador incansable, se recorría media Córdoba transportando chivos desde la estación del ferrocarril a los fielatos, y luego la plaza de la Corredera. Pero, sobre todo, Antonio Serrano era una grandísima persona.

Una vez jubilado se mudaría a la casa de La Genara, en la misma calle La Banda donde había vivido. Para pasar el tiempo se colocó en la zapatería de Curro «El Sopo». Y allí, en la angosta zapatería, empezó a dar sus sesiones vespertinas de teatro leído para complacencia de sus antiguos compañeros de la «quinta» del 22: «El Guapo», «El Torrija», «El Panceta«, y »Pamplinas". Sin llegar a ser tan famoso como los actores de Radio Madrid, “El Artillero» amenizaba a sus compañeros leyéndoles novelas de Marcial Lafuente, enfatizando y dando viveza con diferentes voces a aquellos personajes del Oeste. Lo hacía con tanta verosimilitud ambiental que sólo faltaba el olor a pólvora, y más de una vez alguno de los asistentes se colocaba una estrella de Sheriff para dar mayor realismo a la escena. No cabe duda de que eran otros tiempos.

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