La plaza de San Salvador a principios del siglo XX

El portalón de San Lorenzo

Aquella biblioteca circulante

En el entierro de Manolete hubo un miembro de la comunidad que medio entendía al carillón y lo puso a doblar mientras pasaba el cortejo fúnebre

La plaza de San Salvador, o simplemente del Salvador, se ubicaba frente a la iglesia de San Pablo, en un desaparecido ensanche que conformaba la unión de las actuales calles San Pablo, Capitulares, Alfaros y Alfonso XIII. Situada más o menos a la mitad de la ciudad en sentido Norte-Sur, enlazaba los barrios de la Ajerquía con los de la Villa, y esta centralidad explica su gran importancia comercial a lo largo de la historia, pues allí se montaba uno de los principales mercados abiertos que se celebraban en Córdoba.

Este mercado se beneficiaba, además, de su proximidad al punto neurálgico que constituía la plaza de la Corredera, así como de la inmediatez a las casas consistoriales, primero localizadas en Ambrosio de Morales y posteriormente en Capitulares. La plaza como tal desapareció, como tantas otras cosas, a mediados del siglo XX, aunque el topónimo sobrevivió temporalmente.

La farola

Un elemento destacado de la citada plaza durante sus últimas décadas de vida fue la farola-fuente con su reloj que se observa en muchas postales de la época, y que fue eliminada a principios de los años cincuenta. Estaba situada por donde la familia Estévez, famosos «esparteros» de San Pablo, obraron sus tres primitivas casas y levantaron en su lugar una sola, con vivienda para los dos hermanos. El arquitecto que la levantó fue un pariente suyo que también construyó la Casa de Hierro Aragón, al principio de la calle Diario de Córdoba, donde actualmente se ubica en sus bajos el popular Rafalete de los pinchitos.

Antes de su desaparición, la farola deslindaba los carriles de dirección para los vehículos: los que subían para Alfonso XIII, los que iban para Capitulares (entonces Calvo Sotelo), que tenía dos direcciones, y los que bajaban desde Alfonso XIII hacia San Pablo. Cuando fue eliminada, entre otros motivos, se tuvo en cuenta que otra farola similar, ubicada en la avenida del Gran Capitán, había producido un accidente muy grave al estrellarse dos militares contra ella. El tráfico de vehículos a motor era cada vez más intenso en Córdoba, y la situación de esta farola-fuente en la plaza era peligrosa, como se contará más adelante.

La plaza de San Salvador a principios del siglo XX

Un elemento fundamental de la plaza de San Salvador era, lógicamente, la cercana iglesia de San Pablo, con su portada flanqueada por hermosas columnas salomónicas y su airoso carillón, adquirido en el año 1900 por el precio de 29.000 pesetas. Dicho carillón había sido expuesto en la Exposición Universal de París de ese mismo año. Con él, el remozado convento de San Pablo, que anteriormente había sido convento de los dominicos de la Orden de Predicadores, culminaba las intensas obras de restauración llevadas a cabo en poco menos de seis años (1897-1903) bajo la dirección del misionero del Corazón de María Padre Antonio María Pueyo (1864-1929). Este sacerdote se marchó de Córdoba al ser nombrado obispo de Pasto, en Colombia, donde murió en 1929.

Y es que después de la expulsión de la mayor parte de las órdenes religiosas en el aciago siglo XIX, los Misioneros del Corazón de María, o claretianos, fueron de los primeros que regresaron a nuestra ciudad, en 1876, y solicitaron entonces al obispo su acomodo en el abandonado (pero céntrico y amplio) convento de San Pablo. Los dominicos también regresaron, ya en 1901, no pudieron volver a su antigua casa, y se tuvieron que conformar con el también abandonado convento de San Agustín, ocupado antes por los agustinos, comunidad que, por desgracia, no retornó a Córdoba.

El carillón de San Pablo

Aunque la complicada obra de restauración del antiguo convento y de la iglesia que realizaron sus nuevos moradores fue todo un éxito, la puesta en marcha del flamante carillón careció de suficientes manos expertas que supiesen ajustar y armonizar correctamente el sonido de las teclas con su complejo mecanismo. Sólo de forma ocasional, cuando coincidía que había un miembro en la comunidad dotado especialmente para la música, se podían sacar algunas notas en condiciones. Así, en el entierro de Manolete, en 1947, hubo un miembro de la comunidad que medio entendía al carillón, y lo puso a doblar mientras el cortejo fúnebre, en silencio sepulcral, transitaba desde la plaza desde San Miguel a San Salvador, donde se agolpaba un inmenso gentío. Pero esto era muy poco práctico y operativo, por lo que se optó por enmudecer el carillón en el año 1964.

Fue una lástima su silencio, ya que era uno de los cinco carillones (sólo cinco) que existían en España. En contra de como suelen terminar este tipo de historias en Córdoba, en 1998, con el apoyo del Ayuntamiento, Diputación, Junta de Andalucía, Cajasur y la comunidad claretiana, que aportaron entre todos cuarenta millones de pesetas, logró restaurar y ponerlo de nuevo en marcha. Se inauguró con un concierto de la carillonista Ana Reverté. Eso sí, ya adaptado a los tiempos modernos e informatizado, para no depender del oído musical de un experto, como el del ilustre músico don Luis Bedmar Encinas, el que fuera director de la Banda Musical de Córdoba (y antes de la Rondalla juvenil de San Lorenzo), que participó en esta restauración ayudando con sus conocimientos musicales.

Portada de San Pablo con el carillón al fondo

La plaza de San Salvador sería escenario de un incidente cuando, poco años antes de desaparecer, Fernando Valverde, dueño de una farmacia que estaba junto al actual cajero cerrado de Cajasur en San Pablo, estampó su recién comprado Seat 600 contra la dichosa farola-fuente, destrozando el reloj y haciendo polvo la parte delantera del coche. Aquella escena la pudieron presenciar los hermanos esparteros, además de Esther Hernández, la dueña de la librería La Ocasión de libros antiguos, que había sustituido a aquella Biblioteca Circulante que se anunciaba en los periódicos en 1924 y en la que por 40 céntimos de peseta se podían leer libros de los mejores autores.

También los empleados de la droguería de Rosa, con el amigo Barrilero como encargado y sus Tintes Iberia anunciados en su fachada, que hacía esquina con la calle Alfonso XIII, así como Pepe Novella, el simpático tabernero, salieron a ver qué pasaba. Don Fernando Kindelán, director del Laboratorio Municipal ubicado en el costado derecho del viejo Ayuntamiento, con entrada por la plaza de San Salvador, fue uno de los primeros que acudió para atender a su amigo y compañero Fernando Valverde. Al final todo quedó en un gran susto.

Años después, Valverde decidió quitar la farmacia y en su local se instaló una tienda con el rótulo de Comercial Nuclear, dedicada a la venta de electrodomésticos. Estaba regentada por mi amigo Infantes Córdoba, antiguo monaguillo de San Lorenzo y dependiente de Calzados Forsen en la tienda de la calle Cruz Conde.

Pero no estaban las cosas aún tranquilizadas cuando otro día, en el horario de la mañana, un autobús que hacía la línea Cañero-Plaza de José Antonio (Tendillas), propiedad de la familia Vilchez, al intentar dar la curva de la plaza para encarar la calle de San Pablo se precipitó y se metió como un cliente imprevisto en la Confitería San Pablo, que estaba en un local por debajo de la casa de los esparteros. Testigos de aquello volvieron a ser, de nuevo, los esparteros, y Luis Castillejo, el relojero que hacía esquina en ese tramo de calle y que era el mantenedor de una serie de relojes oficiales en Córdoba. También salió Luis Montes, el encargado del Bar Montes, aquél 'bar rápido' de cerveza y tapas que estaba casi enfrente. Asimismo se acercaron algunos empleados de la Imprenta San Pablo. Estaba claro que aquel cruce se debía arreglar.

Los Ojos del Conde

Otro comercio destacado de la plaza de San Salvador era la tienda de Salcines, que hacía esquina con la calle Alfonso XIII. Era el comercio que suministraba de botines al político don Antonio Jaén Morente cuando estaba de catedrático en el Instituto Góngora. Don Antonio sabía lucirlos como pocos. Supimos por Manolo Pérez Trujillo 'Capuchinos', que fue su abuelo materno, el zapatero Manolo Trujillo, el que fabricaba aquellos célebres botines. Igualmente, a la izquierda, conforme se empezaba a subir Alfonso XIII se encontraba la casa de los Duques (antes Condes) de Hornachuelos, con la cual se amplió el Ayuntamiento hasta esa calle cuando desapareció la plaza de San Salvador. En la azotea de esta casa señorial se encontraba una imagen de San Rafael con dos grandes faroles, de los cuales se decía que, dado su tamaño y la altura de la casa, se veían desde la sierra y servían para orientarse a los piconeros y otros trabajadores del campo. Por eso fueron llamados «los Ojos del Conde». Cuando se derribó la casa, la estatua del Custodio fue trasladada a una especie de Triunfo al Jardín del Alpargate, y fue derribada por la caída de un enorme platanero cercano en el vendaval del año pasado.

Por último, una curiosidad que me contó José González de Campo 'Pepito el Sevillano' (aunque de sevillano no tenía nada, pues nació en Sanlúcar de Barrameda). Un día, obrando la casa de don José Herruzo en la calle de la Feria, su amigo el 'Marqués de la Ensalada' y él, con el permiso del dueño, hicieron el experimento de echar varios tintes en el aljibe supuestamente relacionado con el esquivo Lago de las Tendillas de la calle Juan de Mena. Pudieron comprobar cómo la mancha de agua tintada bajaba desde allí hacia el antiguo alcantarillado romano de la calle Alfonso XIII (que apareció en las obras recientes de esta calzada) y, dando la vuelta por la plaza de San Salvador, se iba paralela por la puerta del Ayuntamiento a buscar la calle de la Feria, donde la pudieron observar en la citada obra del señor Herruzo. Desde allí vieron cómo se perdía camino al Guadalquivir. Todo un itinerario por esos caminos subterráneos de nuestra Córdoba que aún permanecen escondidos, en los que la plaza de San Salvador también estaba presente.