Manuel Ocaña y Julio Anguita, en Medina AzaharaArchivo Municipal

Recordando a don Manuel Ocaña

Desde muy joven demostró sus cualidades artísticas en el dibujo y el arte, estudiando en la Escuela de Artes y Oficios Mateo Inurria de nuestra capital

Tuve la suerte de llegar a conocer personalmente a don Manuel Ocaña Jiménez (1914-1991) al coincidir ambos en la fábrica de Cenemesa o Westinghouse. En esta gran empresa Ocaña ejerció su trabajo como uno de los pioneros del Departamento de Estudios (Delineación), primero en la fábrica de motores, cuya labor de delineación estaba en Madrid, y posteriormente en la fábrica de transformadores, ya en Córdoba.

Allí acabó profesionalmente, quizás de forma no prevista, este cordobés de una pieza, amante de su tierra. No en balde sus padres le pusieron como nombre de pila el de Manuel Juan Pedro Pablo de los Santos Mártires de Córdoba. Nació en el barrio de San Pedro, en la calle Regina número 4, y también fue vecino del Arroyo de San Rafael, muy cerca de la iglesia de San Lorenzo, y después del barrio de la Fuensanta. Decía con cierto orgullo de cordobés que había vivido muy cerca de tres referencias fundamentales de Córdoba: Los Mártires, San Rafael y Nuestra Señora de la Fuensanta.

Desde muy joven demostró sus cualidades artísticas en el dibujo y el arte, estudiando en la Escuela de Artes y Oficios Mateo Inurria de nuestra capital. De ahí, siendo casi un niño, empezó a colaborar con el arquitecto don Félix Hernández Giménez (1899-1975), mantenedor de la Mezquita-Catedral de Córdoba. Maestro y alumno formarían con el tiempo un dúo con una categoría como pocas veces se ha visto. Juntos pintaron allá por el año 1931 un enorme plano de planta de la Mezquita-Catedral que es una joya de la delineación, donde se puede apreciar las distancias exactas entre columnas y el propio diámetro de las mismas. Lógicamente, todo realizado de forma precisa a mano.

Vocación por la arqueología

En este ambiente era casi previsible que se inclinase por la arqueología, donde se quiso especializar en algo tan difícil como la epigrafía árabe, en cuya ardua tarea de estudio contó siempre con el apoyo de don Félix que le facilitó un viejo manual de gramática. Con el tiempo, sus tablas de conversión sería un instrumento fundamental para la interpretación de las inscripciones árabes. Como los genios renacentistas, Manuel Ocaña aunaba un saber «científico», metódico, con el «arte».

Aparte de en la Mezquita-Catedral, Félix Hernández y Manuel Ocaña trabajarían en el aún incipiente yacimiento de Medina Azahara. En 1932 el Ministro de Estado, Fernando de los Ríos, visitó el yacimiento y quedó sorprendido por la precisa clasificación de piezas de cerámica verde y manganeso, propias de los omeyas, que estaban expuestas. Algunas ya habían sido mostradas en la Exposición Universal de Barcelona de 1929. Al enterarse el ministro que había sido la labor de un joven que no había aún cumplido los 18 años le prometió una beca, pero por unas razones u otras ésta nunca llegaría. Sería finalmente el arabista Emilio García Gómez (1905-1995) el que, apreciando sus cualidades innatas, lo recomendó a la escuela de Estudios Árabes de Granada, y allí se fue a estudiar Manuel Ocaña.

Cabecera del expediente de Manuel Ocaña JiménezLa Voz

En dicha Escuela de Estudios Árabes ocuparía el puesto de Auxiliar de Biblioteca desde 1934 hasta que estalló la guerra con el sueldo anual de 1.500 pesetas. Tenía 20 años...

…pero llegó la guerra y lo complicó todo. Le llamaron a filas y tuvo que dejar su formación e incorporarse al frente, donde luchó con las tropas nacionales en la batalla del Ebro. El abandono de los estudios impidió que pudiese obtener una licenciatura "reglada” por la Universidad.

Gran conocedor de la Mezquita

Por este motivo, cuando terminó el conflicto tuvo que empezar casi desde cero. Como se ha citado anteriormente, se «colocó» como delineante en la Constructora Nacional de Maquinaría Eléctrica (Cenemesa), luego Westinghouse, la empresa que le garantizaría el sustento familiar hasta su jubilación. Pero, como no podía dejar de lado su pasión, continuó con su labor de investigador cuando el trabajo se lo permitía. Así, fue uno de los primeros que analizó «in situ» el alminar de Abderramán III que se escondía embutido dentro de la torre renacentista de la catedral.

Hizo también una recopilación exhaustiva de la firma de todos los canteros que intervinieron en la obra de la mezquita, expuesta hoy día en el museo de San Clemente dentro de la Mezquita-Catedral. Asesoró y documentó al Ayuntamiento de Córdoba, presidido por don Antonio Guzmán Reina, para que tomase la decisión de erigir en San Lorenzo el monumento a Aben-Hazam, autor del célebre poema «El collar de la paloma», con una coqueta fuente cuyo surtidor era un cervatillo copia de una obra califal. Por desgracia el cervatillo duró poco, porque los «chorizos» hicieron acto de presencia.

Sin duda Manuel Ocaña también fue un entendido y conocedor de la Mezquita-Catedral de Córdoba, y la prueba al respecto la situamos en las veinticuatro veces que don Manuel Nieto Cumplido autor del libro «La Catedral de Córdoba» de 1998, cita sus comentarios o publicaciones en referencia con el monumento.

Así de esta forma el autor del libro al hablar de «Fuentes histórico-literarias musulmanas» dice lo siguiente: «El estudio crítico de las fuentes musulmanas obliga a una clasificación de estas, no según la antigüedad de la cronología y noticias que ofrecen, sino más bien en la originalidad de las mismas. La fuente histórica más fidedigna la constituye, hoy por hoy, el conjunto de inscripciones originales que los emires y califas ordenaron poner en diversos puntos del monumento, estudiadas y publicadas por Manuel Ocaña Jiménez entre 1986-1988»

Aquella visita turística

En el año de 1963 los trabajadores de Cenemesa participamos en una excursión a la Alhambra de Granada organizada por el Grupo de Empresa, de cuya junta directiva formaba parte Manuel Ocaña. Él se ofreció como guía excepcional y nos explicó con todo detalle aquel emblemático monumento, que él mismo llegó a conocer de primera mano por su trabajo de rehabilitación colaborando con el arquitecto don Leopoldo Torres Balbás (1888-1960).

Gracias a aquella visita nos pudimos enterar de todo lo que significaba el agua para esos árabes que habían llegado a la península de zonas escasas de agua y desérticas. También nos pudimos enterar de que la superficie del famoso Patio de los Leones se correspondía con una medida agraria que se utilizaba de antiguo, el «marjal». Aún hoy se sigue usando en la Vega de Granada. Nos explicó allí, en el mismo patio, que los hermanos cordobeses García Rueda, célebres canteros de Puerta Nueva, habían construido unos leones a imagen y semejanza de los originales con vistas a sustituirlos protegiéndolos de la intemperie. Pero, finalmente, esta operación de quitar y guardar los originales no cuajó, y los leones idénticos que hicieron los hermanos García Rueda quedarían guardados en el almacén de la propia Alhambra.

En la caseta de Feria

En la Feria de Mayo de 1965, año en el cual se emitió un sello de la Mezquita-Catedral de Córdoba con valor nominal de una peseta, la empresa montó, como era habitual, su caseta de feria, más o menos a la altura de la pérgola de las flores del Paseo de la Victoria. Allí nos reuníamos para pasar un buen rato entre compañeros, y además se solían celebrar diferentes actos organizados por el Grupo de Empresa, cuyos directivos eran entonces, además del citado Manuel Ocaña, el poeta y escritor Francisco Carrasco, José Martínez y Pepín Luna.

Recuerdo que un buen amigo de Manuel Ocaña, Andrés Muñoz Fuentes, uno de los coleccionistas más completos que pudo tener Córdoba (lo coleccionaba todo, ya fueran sellos, monedas, vitolas, estampas o cajas de cerilla) le preguntó por las distintas ciudades o similares que llevaban el nombre de Córdoba. Y éste le soltó un listado (no existía internet ni Google) que incluía desde la más conocida Córdoba de Argentina, a la algo menos de México, en el Estado de Veracruz, donde se firmaron los Tratados de Córdoba que dieron lugar a la independencia de este país, hasta citar pequeñas poblaciones en Estados Unidos (fundamentalmente en el medio oeste, y hasta en Alaska), Colombia o en la isla de Cebú del lejano archipiélago de las Filipinas.

Tras esta muestra de erudición de Manuel Ocaña, a todos a los asistentes se nos dio una copa de vino de Moriles 47 de las bodegas Aragón y Compañía de Lucena, proporcionadas por el bar de la caseta, que regentaba Pepín Luna. Este mismo año Pepín llevaría al equipo de fútbol del Grupo de Empresa de Cenemesa a ser campeón del campeonato de empresas que se celebró en el estadio de Lepanto.

El fin de fiesta de la feria en la caseta incluyó la actuación de la célebre La Terremoto, presentada por la singular y elegante Marisol González que trabajaba de presentadora en RTVE.

Don Manuel Ocaña murió en Córdoba en 1991. A pesar de todo su saber y bonhomía, durante bastantes años recibió muchos «codazos» por parte de los «intelectuales» y, fuera de los ambientes eruditos, no se reconoció como debería su labor. Como tampoco tenía títulos oficiales no dejaba de ser un mero aficionado. Haber luchado con los nacionales, y no renegar de ello, parecía un baldón, por muy absurdo que esto nos parezca. Afortunadamente, el Ayuntamiento de Córdoba dio un paso adelante y le dedicó una calle en el popular Barrio de Occidente, en los simpáticos «Olivos Borrachos».