El portalón de San Lorenzo
Aquella Córdoba en papeles viejos
Al poco de tomar posesión, el obispo quiso someter a don Luis de Góngora y Argote a un juicio de faltas
Suelo pasear con relativa frecuencia por la calle Santa Isabel en dirección a Santa Marina, y siempre que paso por allí me viene al recuerdo la rica historia del convento de Santa Isabel de los Ángeles, hoy desierto de toda actividad religiosa y conventual, en una Córdoba donde se está dando la paradoja de que lo que otrora fuesen imponentes sucursales de bancos sirven actualmente como dormitorio de los que desgraciadamente duermen en la calle, mientras los conventos están intentando ser reconvertidos en suntuosos hoteles de primer orden.
Sobre este convento elaboré en agosto del 2017 un informe para el obispo de Córdoba, que quería disponer de un recopilatorio sobre su historia (ya estaba en boca de todos que se iba a vender). Como principal fuente empleé el extenso catálogo que sobre las monjas clarisas de Córdoba había realizado la investigadora María Graña Cid, compuesto por cerca de dos mil fichas que reflejaban sus actividades y vicisitudes. Esta fuente se completó con la documentación que encontré en el Archivo de Viana, donde un legajo contenía abundante y valiosa información sobre la historia del convento, que nos hablaba desde su fundación hasta el siglo XVIII, incluido entre otros el testamento de doña Marina de Villaseca, hija de Alonso Fernández de Villaseca y viuda de García de Montemayor.
Con estos espléndidos datos de partida, en mi informe quedó registrado que el convento fue fundado por Marina de Villaseca en 1489, primero en unas casas de la calle Valderrama del barrio de Santiago. Pocos años después, en 1491, adquirieron una extensa huerta con abundancia de agua cerca de la antigua ermita de la Visitación de la Virgen a Santa Isabel, en el barrio de Santa Marina (la que da nombre todavía hoy a la calle), a la cual posteriormente anexionaron unas casas linderas que pertenecieron a la familia de Pedro de Tafur, de la estirpe de los conquistadores de Córdoba. A este solar más amplio se trasladó entonces el convento, abandonando la casa de Santiago.
Con el paso de los años fue adquiriendo un gran auge y fama, e importantes personalidades de Córdoba, eclesiales o de la nobleza, pidieron ser enterrados allí. Una de ellas fue el obispo de Córdoba don Francisco Pacheco y Córdoba (1530-1590), personaje fundamental en lo que contaremos a continuación. Durante la guerra civil 1936-1939 sufrió grandes destrozos por los continuos bombardeos por lo que la comunidad se vio obligada a vender su amplia huerta para restaurar lo derribado por las bombas.
El juicio a don Luis de Góngora
Según la recopilación de don Manuel González Francés (1842-1901), el obispo don Francisco Pacheco y Córdoba, trinitario, fue hijo de Francisco Pacheco y María de Mendoza de Córdoba. Emparentado con el conde de Cabra, fue presentado por Felipe II en 1587 para el cargo de obispo de Córdoba.
Al poco de tomar posesión, aprovechando una Santa Visita hecha a la iglesia mayor y a su Cabildo en 1589, y haciendo uso de las potestades episcopales de que disponía según el Derecho Canónico, quiso someter a don Luis de Góngora y Argote (1561-1627) a un juicio de faltas, dadas las acusaciones y habladurías que propagaban algunos compañeros eclesiales, respecto a que el entonces joven racionero llevaba una vida «un tanto alegre», adornada con su poesía profana por la que ya era bien conocido (en 1585 había escrito su famoso soneto a Córdoba). En suma, que tenía una forma de comportarse «un tanto distinta a lo que marcaban los estatutos eclesiásticos».
El grueso de la investigación sobre este proceso lo realizó el gran erudito y magistral don Manuel González Francés. En el Archivo Episcopal, folios 235 y 236 de una carpeta nº 4 que está en la estantería nº 22, se encuentra todo este magnífico trabajo. Los documentos del auto contra Góngora están respaldados por el secretario Esteban de Arana, e incluyen la declaración original del prelado y la del propio Luis de Góngora y Argote en su defensa.
El clima, siempre el clima
Hay que decir que aquel año de 1589 fue inicialmente bastante seco, pero empezó a llover por el mes de septiembre y las lluvias continuaron durante bastante tiempo. Al final, se llegaron a producir auténticas tempestades de agua y viento, lo que provocó hundimientos y desbordes de los arroyos que pasaban por la ciudad. Para mayor calamidad, también tembló la tierra, y se derrumbaron partes sólidas de edificios y fachadas. Como ejemplo, se cayó la imagen del titular que corona la torre de la iglesia de San Lorenzo, que no sería repuesta hasta 1640. Todos estos episodios son relatados por el padre maestro Chirino, trinitario calzado, en su libro 'Sumario de las persecuciones que ha tenido la Iglesia desde su principio'. Por tanto, mal año era este de 1589 para afrontar un juicio tal como estaban los ánimos, porque además la Gran Armada acababa de ser derrotada.
Junto a los documentos originales del proceso, don Manuel González Francés apostilla su recopilación con las siguientes reflexiones personales:
“Se notaba en aquellos tiempos cierta frivolidad, relajación de las costumbres, vanidad no escasa y bastante holgazanería: síntomas de la decadencia por cuya pendiente se deslizaba nuestra nación después de haber llegado a su apogeo en ese mismo siglo XVI.
La Iglesia, entonces como ahora y siempre, reprendía y aún prohibía en un eclesiástico acciones toleradas o permitidas a un seglar.
El expediente de Santa Visita convencería a quien lo hojease con detenimiento de que aquel venerable obispo no consentía el más venial defecto en la conducta de los clérigos, y era aún menos indulgente con las altas dignidades y con los eclesiásticos distinguidos por su saber y letras.
Se deduce, por tanto, de las responsabilidades relativamente insignificantes exigidas a don Luis de Góngora, en su edad más difícil, pues solo contaba veintiocho años, que no estuvieron felices los inventores de ciertas especies con que se halló nuestro gran poeta injuriosamente notado”.
González Francés comenta cómo Góngora vindica su honra en la respuesta al interrogatorio «rebatiendo con sal y gracejo los agravios, usando un lenguaje natural, conciso, noble, no exento de cristiana y reverente energía en español correcto y puro; y esta majestuosa actitud, inspirada por la recta conciencia de tan singular ingenio, nos confirma en la idea de que los vicios mundanales y conducta laica, gratuitamente atribuidos a Góngora, no se compadecen con aquello que a favor de su cultura, hidalguía y religiosidad acusan las Actas Capitulares (copiadas unas y extractadas otras en el libro 'Góngora Racionero', impreso en 1896)”.
Y termina diciendo: «Con el solo propósito de rectificar errores introducidos por sus mismos coetáneos en la biografía de este insigne sacerdote, y volver por su honra no siempre ni por todos bien traída, salió a la luz pública aquel trabajo modestísimo y dáse ahora a la prensa este corto, pero cabal y completo proceso canónico».
Y es que la historia debe buscar los hechos en sus propias fuentes.
Los cargos contra Góngora
En forma de acusación-defensa, estos son los cargos, algunos de ellos bastante curiosos, que se le hicieron a don Luis de Góngora por parte del reverendísimo señor obispo de la diócesis:
Primera acusación del obispo.
El racionero Sr. Góngora asiste rara vez al Coro, y cuando acude a rezar las Horas Canónicas anda de acá para allá, saliendo con frecuencia de su silla.
Contestación y defensa de Góngora.
Al primero, que aunque es verdad que no puedo alegar en mi favor tanta asistencia al Coro como algunos a quien se le ha hecho este mismo cargo, no he sido de los que menos residieron, ni en mis salidas fuera de él ha habido menos que causa forzosa y justa, ya por necesidades mías, ya por negocios a que he sido llamado.
Segunda acusación del obispo.
Habla mucho durante el Oficio Divino.
Contestación y defensa de Góngora.
Que he estado siempre en la Horas con tanto silencio como el que más; porque, aun cuando quiera no estar con el que se me manda, tengo a mis lados un sordo y uno que jamás cesa de cantar; y así callo, por no tener quien me responda.
Tercera acusación del obispo.
Forma en los corrillos del Arco de Bendiciones, donde se trata de vidas ajenas.
Contestación y defensa de Góngora.
Que a las conversaciones y juntas del Arco de Bendiciones, donde yo me he hallado, asisten tantas personas graves y virtuosas, y se tratan negocios tan otros de lo que se hace cargo, que no respondo por ellos para no agraviarlos.
Cuarta acusación del obispo.
Ha concurrido a fiestas de toros en la Plaza de la Corredera, contra lo terminantemente ordenado a los clérigos motu proprio de Su Santidad.
Contestación y defensa de Góngora.
Que si vi los toros, que hubo en la Corredera las fiestas del año pasado, fue por saber iban a ellas personas de más años y más órdenes que yo, que estaba ordenado in sacris.
Y no era aún presbítero. E iba para ver a los que tenían más obligación de temer y de entender mejor los motus propios de Su Santidad.
Quinta acusación del obispo.
Vive ___en fin___como un mozo, y anda de día y de noche con cosas ligeras; trata con representantes de comedias, y escribe coplas profanas.
Contestación y defensa de Góngora.
Que ni mi vida es tan escandalosa, ni yo tan viejo, que se me pueda acusar de vivir como mozo. Que mi conversación con representantes y con los demás de este oficio es dentro de mi casa, donde vienen como a la de cuantos hombres honrados y caballeros suelen, y más a la mía por ser tan aficionado a la música.
Que aunque es verdad que en el hacer coplas he tenido alguna libertad, no ha sido tanta como la que se me carga; porque las más Letrillas, que me achacan, no son mía, como podría V.S. saber si mandase informar dello; y que si mi poesía no ha sido tan espiritual como debiera, que mi poca Theología me desculpa: que he tenido por mejor ser condenado por liviano que por hereje.
A todos los cuales cargos respondo lo dicho, y concluyo besando las manos de V.S. cien mil veces.- Don Luis de Góngora.
Acto defnitivo de sentencia
Como conclusión de todo el proceso se dictó la siguiente sentencia, que acabó sólo en sanción económica para Góngora. Lo de que no fuese más a los toros desconocemos si lo cumplió o no:
«En 29 de agosto de 1589 notificóse al racionero Góngora el fallo del Obispo amonestándole que en todo guarde la forma de Estatutos, y se abstenga en lo sucesivo de ir a los toros, o se procederá con rigor; y por lo pasado le condena en cuatro ducados para las Obras Pías».
Don Luis de Góngora y Argote firmó con la misma fecha la notificación y aceptación del fallo.