El modelo de las Cruces de Mayo: de la limonada al botellón
Surgidas en los patios de las casas de vecinos, hoy se instalan en la vía pública
El primer concurso de Cruces de Mayo en Córdoba cumple 100 años, lo que no quiere decir que se venga desarrollando desde hace un siglo ni que esta fiesta popular naciera en ese momento concreto. Sus orígenes son anteriores y en esa gestación no había rastro alguno de lo que llegarían a ser con el paso del tiempo.
Si a un veinteañero actual se le explica cómo eran las Cruces de Mayo de hace tan sólo unas décadas no lo creería y su asombro crecería si se les describen las de hace un siglo. Porque esta celebración no nació como la conocemos en la actualidad, con espectaculares instalaciones florales, grandes equipos de megafonía y un refinado servicio de repostería; al contrario, las primeras Cruces de Mayo eran de tamaño mucho más reducido y se montaban en el interior de los patios de vecinos, donde cada uno colaboraba con lo que podía y arrimaba sus macetas mejores para realzar la decoración.
Eran celebraciones íntimas, familiares y si había música era porque alguien se arrancaba a cantar -siempre algún palo flamenco- o a tocar la guitarra. En la fiesta participaban los vecinos y algunos allegados a los que se les invitaba para compartir unas modestas viandas, que podían ir de unas limonadas a una olla de caracoles, y en los supuestos más solventes no faltaba el perol de arroz o la carne con tomate, entre otras preparaciones características de la época.
Estas Cruces de Mayo tenían un imprescindible aroma doméstico que iba desde su preparación hasta su disfrute. Aún no habían cruzado el umbral de la calle y se convirtieron en un atractivo que llamó la atención de las autoridades locales y por eso propiciaron el concurso del que ahora se cumple el siglo.
Nueva etapa
Esta etapa duraría hasta la década de los años 30 del pasado siglo, cuando languidecieron hasta desaparecer en los años de la Guerra Civil. El despertar de la fiesta fue lento y desde un primer momento ya llevaba implícito el rumbo que tomaría en el futuro.
De este modo, las Cruces de Mayo salen a la calle y para ello se aprovechan las que hay en la vía pública para decorarlas con flores y así ahorrar el montaje de una gran estructura. Esto es lo que hacen en 1940 los vecinos de la plaza del Moreno. Contribuyeron con lo que pudieron para un exorno que se convirtió en el centro de una verbena que alegró al vecindario durante unas cuantas noches.
En estos primeros años también se instalaron en otros puntos de la ciudad, como la Huerta de la Reina o San Basilio. El Ayuntamiento contribuía cediendo la presencia de la banda municipal, dirigida por Dámaso Torres, para la interpretación de pasodobles y otras piezas musicales que alegraran la velada.
Estos eran también los años de las pequeñas formaciones musicales, que lo mismo tocaban en fiestas que en celebraciones o en establecimientos, ante la falta de unos sistemas de reproducción musical de calidad. En esta época cobraron justa fama la Orquesta Orozco o la de los Hermanos Conde, así como la Orquesta Muñoz.
La fiesta popular se completaba con la celebración religiosa. En la iglesia de San José y Espíritu Santo se organizaban unos solemnes cultos a la Cruz Guiona, la misma que preside en la actualidad los pregones de la Semana Santa en el Gran Teatro, y cada 3 de mayo salía en procesión por el Campo de la Verdad.
En la calle cobraban especial protagonismo los pequeños, que improvisaban Cruces de Mayo con cajas de madera o de cartón, flores de cualquier maceta y la insustituible platilla, que daba el toque de calidad para ganarse algunas propinillas.
Llega el concurso
En la década de los 50 se relanzó considerablemente esta celebración popular. La llegada de Antonio Cruz Conde a la Alcaldía propició, entre otras muchas cuestiones, una potenciación de las celebraciones populares, como las Cruces de Mayo o los Patios, con la puesta en marcha de unos concursos que de forma ininterrumpida han llegado a la actualidad.
En 1953 se convoca el primer concurso de Cruces, con un primer premio de 5.000 pesetas. Las bases valoraban especialmente «la decoración natural del recinto donde la Cruz se instale y las fiestas que en su honor se organicen». Como curiosidad, a los ganadores de los dos primeros premios, además del galardón en metálico, el Ayuntamiento ponía a sus disposición «terrenos gratuitos en el Real de la Feria para que puedan montar casetas de recreo, auxiliándoles con la prestación de materiales a tal fin».
Aún quedaban inercias históricas y el primer premio se lo llevó la instalada por la peña Los 14 pollitos en el número 30 de la calle Montero. El segundo premio también recayó en otro patio, el histórico de Badanas, 15, en vías de recuperación por Bodegas Campos.
En esta década se combinaban las Cruces de Mayo de las casas de vecinos con las instaladas en la vía pública. Entre las primeras estaban las de Isabel II, 15; Candelaria, 10; Pedro Jiménez, 8; Céspedes, 8; Ceballos, 2, Enmedio, 9 o Almanzor 17, entre otras. Las que salían a espacios públicos lo hicieron en la plaza de la Fuenseca, plaza de Tafures, plaza del Moreno, plaza de las Beatillas o plaza del Corazón de María.
La música era en directo y en algunas de ellas se solía instalar un tablado a modo de escenario en el que se bailaban sevillanas y El Vito. Las peñas cordobesas iniciaban su periodo de apogeo y ellas comenzaron a encargarse del montaje y de organizar concursos y otras actividades destinadas tanto a sus peñistas como a los vecinos de la zona.
El concurso se consolidó con el paso de los años y en la década de los 60 se convirtieron las Cruces de Mayo en un atractivo que traspasaba las fronteras locales. De esta década y de la siguiente queda una colección de postales, que ilustran este artículo, en las que se puede ver la estética tan característica de aquel momento así como unas ubicaciones hoy día impensables.
El desembarco de las cofradías
En los años 70 cambia radicalmente el modelo de Cruces de Mayo. Si hasta entonces eran los vecinos y luego las peñas quienes se encargaban de su montaje en 1974 irrumpe la hermandad de Jesús Nazareno en el concurso lo que marcaría una tendencia en los años sucesivos.
En aquel momento, esta hermandad estaba recién reorganizaba y necesitaba hacerse del patrimonio imprescindible para salir en procesión. La Cruz de Mayo con una barra anexa atendida por los miembros de la cofradía era la fórmula perfecta para reducir gastos e incrementar ingresos, algo que no tardó en ser imitado.
Así, poco a poco se perdió el modelo espontáneo en el que prácticamente ni se comía ni se bebía. La incorporación de las hermandades se produjo de forma pareja al boom que vivió el movimiento cofrade en Córdoba a finales de los 70 y durante la década de los 80. Tras las Cruces de Mayo llegó la incorporación de estas corporaciones religiosas a la Feria de Nuestra Señora de la Salud como otra vía más de ingresos, pero el traslado del recinto a El Arenal ha hecho que esta alternativa entrara en regresión hasta prácticamente desaparecer en la actualidad.
Este año, de las 46 Cruces de Mayo que participan en el concurso municipal más de la mitad corresponden a hermandades. El resto se reparte entre asociaciones de vecinos, peñas y otros colectivos.
El botellón en las Cruces
Una vez consolidado este nuevo modelo se originó otro nuevo fenómeno como fue el de la masificación. En la década de los 90 saltaron las primeras señales y ya en el nuevo siglo se hablaba abiertamente de botellón en las Cruces. Estas concentraciones juveniles nocturnas, por contra, tenían lugar durante todo el año, en cualquier lugar de la ciudad, por más que el Ayuntamiento buscara la dispersión gracias a la Policía Local o a la creación de botellódromos, donde sí estaba permitido beber y armar jaleo.
El fenómeno del botellón pasó de largo pero quedó vinculado estrechamente a la Cruces de Mayo, concretamente en aquellos lugares en donde hay varias cruces muy próximas entre sí. Ahí, el Ayuntamiento actúa con la colocación de vallas para evitar concentraciones, como se hace en la Cuesta del Bailío, o con una mayor presencia de agentes policiales. Pero el resultado es bastante desigual, ya que cada año se repiten las quejas de los vecinos, tanto por las molestias hasta bien entrada la madrugada o por las huellas de suciedad y orines que quedan en la puertas de muchas viviendas particulares, algo que no ocurría cuando se invitaba a limonada a los visitantes a una Cruz de Mayo.