Plaza de Santa Teresa

El portalón de San Lorenzo

Siempre el Campo de la Verdad

Se hizo hasta un embarcadero en la zona de la Ribera, acortando bastante el camino para ir y venir a Córdoba

La iglesia del Campo de la Verdad, actualmente bajo la advocación de San José y Espíritu Santo, fue en la Edad Media una ermita dedicada a la Visitación de Nuestra Señora y Espíritu Santo, era el centro religioso de aquel antiguo y sencillo barrio del Campo de la Verdad, cuyos vecinos vivían fundamentalmente de la pesca en el Guadalquivir y del campo.

El Puente Romano o Mayor, tan antiguo y callado, era el único medio terrestre que los unía con la ciudad de Córdoba. Hasta el punto era asumida esta separación que muchos de ellos, cuando se desplazaban para realizar cualquier gestión a la ciudad, solían decir algo como: «Voy a Córdoba, ¿necesitáis algo?»

Hay que tener en cuenta que prácticamente hasta el siglo XIX nuestro puente (junto al intermitente de Alcolea) era el único de fábrica que existía a lo largo de todo el Guadalquivir, siendo citado durante la conquista de Córdoba por Julio César contra los hijos de Pompeyo, y donde el gran general, al estar ocupado éste por sus enemigos, construyó otro alternativo de madera aguas abajo, se dice que a la altura de la Torrecilla, para poder acceder a la ciudad (45 a C.), en el sitio donde se ubicaría el puerto fluvial.

Otro medio de transporte para cruzar el Guadalquivir eran las barcas o pequeñas embarcaciones. Durante toda la Edad Media y Moderna los documentos reflejan que el gran río tuvo un importante trasiego comercial, fundamental para el abastecimiento a Córdoba. Igual había ocurrido durante las épocas romana o musulmana, aunque por desgracia las fuentes documentales son escasas. Por el río, hoy oculto por la vegetación y abandonado, nos llegaban mercancías como el hierro (cuyo comercio era controlado por una colonia de vizcaínos afincada en la ciudad), la madera (que venía aguas arriba desde la provincia de Jaén), el mármol, o toda clase de alimentos y comestibles.

Como era natural en esos tiempos, el gremio de barqueros estaba muy regulado por Órdenes Reales, aunque no por ello dejaron de tener su conflictividad. En Córdoba se puede decir que había gente acaudalada que movía el negocio de las barcas a todo lo largo del río, desde Cazorla a Sanlúcar. Paradójicamente, se concentraban como vecinos en una de las partes más altas de la ciudad, en el barrio de San Miguel, en torno a la llamada calle Barqueros.

Aparte de este movimiento de mercancías, el Cabildo Municipal implantó en el siglo XVIII una barca exclusivamente para el transporte de los vecinos del Campo de la Verdad, a la que se le hizo hasta un embarcadero en la zona de la Ribera, acortando bastante el camino para ir y venir a Córdoba. Se pueden citar barqueros que realizaron esta tarea como Pascual Martín, Juan Martínez, Juan Sánchez, Alfonso López, Rodrigo Altamira o José Leoncio, y así hasta llegar hasta los años 60 del siglo XX en los que esta travesía se suprimió.

Pepe Martínez, el encargado del célebre Quiosco de la Ribera, junto a las escalerillas de la barca, llegó a conocer hasta cuatro o cinco barqueros que trabajaban a turnos, uno por la mañana y otro por la tarde. En sus últimos tiempos, la barca estuvo relacionada de alguna forma en su propiedad con la saga de los Caballero, que vivían en el Molino de Martos. También en la calle Nacimiento vivía un célebre barquero, de nombre González Angulo.

La iglesia y Santa Teresa

Históricamente, los parroquianos de este barrio dependieron oficialmente para los asuntos de bautizos, bodas o entierros de la parroquia del Sagrario, en la Catedral. Ya en 1570 se nombra a un sacerdote, de nombre Francisco Ruiz Almoguera, asignado a esta parroquia, que administraba los sacramentos en la pequeña iglesia o ermita de la Visitación y Espíritu Santo. Nos podemos imaginar a este sencillo hombre cruzando todos los días el largo puente para atender espiritualmente a los vecinos, quizás en horas intempestivas para consolar a un enfermo grave, en un camino muchas veces ocupado por ganados o caballerías, a la intemperie con lluvia o pleno sol, y teniendo que contar con que la Puerta del Puente se le cerraba al anochecer.

La ermita sufrió una ampliación en 1564, y posteriormente en 1570, aprovechando columnas de acarreo de la antigua Mezquita que sobraron al desmontarse para realizar el Crucero de la Catedral. Con ellas se ampliaron varias arcadas de este singular templo. Es un dato interesante que la mayoría de los cordobeses desconocen.

En el año de 1575, de camino a Sevilla para fundar un convento de monjas carmelitas, Teresa Sánchez de Ahumada, Santa Teresa de Jesús (1515-1582), visitó esta ermita, quedando su presencia reflejada en el archivo de la parroquia y dando nombre para la posteridad a la plaza principal del barrio con su fuente, en la parte que constituye el llamado Barrio Viejo del Campo de la Verdad. Se cuenta que la santa sufrió un «sofoco» por el calor que se encontró en Córdoba. Y es que la paisana de la fría Ávila no estaba acostumbrada a nuestras temperaturas.

En el siglo XVIII, tan pródigo en reformas de templos en nuestra ciudad, se llevarían a cabo de nuevo obras en la pequeña iglesia del Campo de la Verdad. Finalmente, ya a mediados del XX, en época del obispo Fray Albino, se llevó a cabo una gran reestructuración, donde se cambió incluso la orientación original de la iglesia, hacia la plaza de Santa Teresa, con un nuevo frontal que mira hacia el Puente Romano y Casa Miguelito, y se desmochó el vetusto campanario espadaña (que se aprecia en fotografías antiguas), sustituyéndose por el actual.

La gente del barrio

Mi hermano mayor Gabriel vivió en el Campo de la Verdad, y siempre consideró a este barrio como algo íntimo suyo. En su iglesia se casó, y fueron bautizados e hicieron la Comunión la mayoría de sus hijos.

Perteneció a la peña Los Bordones, y se le llenaba la boca con los nombres de los Cabezuelo, los Mesa, los De la Haba, y los Hernández, cuando se trataba de fútbol, y no menos se ponía orgulloso cuando se hablaba del cante jondo de José y Antonio de Patrocinio, del Morenito, de los Villaverde, del Chaparro, de los Alba Cabello, del hijo del Peñasco, del Niño del Puente, de Antonio Muñoz 'El Toto', de Rafael Moya, de Antonio Prieto, de Juan Serrano, el hijo de El Ronco, o del mismo Juan Navarro Cobos 'Pincha Peo.

Todos ellos eran vecinos o asiduos del barrio, grandes aficionados al flamenco, donde el Campo de la Verdad tenía voz y voto de calidad en la ciudad, como ya el gran Ramón Medina había dejado establecido. El Barrio Viejo, también nombrado Villa Cachonda, era un vendaval de gente clásica que amaba el cante y las esencias de la mejor Córdoba.

Perfecto Sillero

En 1948 llegó a Córdoba capital el matrimonio de Perfecto Sillero López y Alfonsa Márquez Sillero, procedentes de Montalbán. Tuvieron veintiún hijos, de los que trece llegarían a la edad adulta. Con la mentalidad emprendedora propia de este pueblo de la Campiña, montaron un taller de cerrajería a la antigua alrededor de un martillo pilón y dos boca-fraguas. Con estos humildes comienzos se dedicaron a fabricar (posiblemente los primeros en Córdoba) la carpintería metálica en perfil-34 que venía desde Mondragón, en Guipúzcoa.

La ubicación del taller era a espaldas de Casa Miguelito, en la calle Altillo, números 3 y 5, muy cerca por tanto de la torre de la Calahorra. Aunque los cinco hijos varones de los trece que sobrevivieron eran, en teoría, sus principales colaboradores, allí echaba una mano toda la familia, con las mujeres a la cabeza, y en apenas unos años la plantilla llegó a ser de algo más de cien trabajadores, más de la mitad de ellos del propio barrio del Campo de la Verdad, lo que significó un alivio económico y, en cierto modo, un cambio de profesión en lo que hasta entonces era habitual para los jóvenes del barrio.

Nadie como la propia Calahorra supo apreciar la ingente cantidad de destellos de soldaduras eléctricas diarias, los miles y miles de corte de perfiles con aquellos discos abrasivos, o los repasados y esmerilados con aquellas manejables radiales. La actividad de aquel taller de Perfecto Sillero lo llenaba todo, incluso los aledaños de aquella amplia calle a orillas del Guadalquivir. Daba alegría y orgullo contemplar aquella sensación de actividad laboral, con un rendimiento altísimo, que se podía comparar de tú a tú con empresas de más envergadura, incluso de otras provincias del norte más industrializadas.

Porque, en lo que respecta a la carpintería metálica y cerrajería, Perfecto Sillero López significó un antes y un después en Córdoba, abriendo un camino que luego fue seguido por otros empresarios que se atrevieron a encauzar su propio taller por estos derroteros. Derroteros muy duros, porque en este sector, como en los de electricidad, fontanería o carpintería en madera, por citar algunos pocos, se dependía de las empresas constructoras, donde las grandes apretaban lo suyo, y por encima de todos los bancos.

En esa duro entorno competitivo, agudizado a partir de los años 60 con el boom inmobiliario, era habitual que les dijeran: «Me interesa que el trabajo lo hagan ustedes, pero tenéis que llegar a este precio», y ese precio se mostraba en un «cuadrante comparativo» en donde se incluían las ofertas de todas las empresas que optaban al trabajo. El problema es que muchas veces el precio límite lo marcaban empresas que ni siquiera tenían a todos sus trabajadores dados de alta o no estaban al corriente de la legalidad, por lo que se podían permitir pujar a la baja. Y entonces era más difícil controlar esto.

Además, las constructoras, aunque empezaban pagando las facturas a 90 días, en la práctica muchas veces terminaban pagando a 120, con el consiguiente gasto que cargaba el banco por adelantar el dinero necesario, al menos para pagar las nóminas a los trabajadores. De mi experiencia laboral en este sector, puedo confirmar que te veías negro para que el encargado, o el que fuese con poder en la empresa, te certificara la factura, donde rara vez no le encontraban «errores numéricos», como ellos decían, por lo que tenías que retirar la factura y volvérsela a rehacer. Y cuanto más grandes, más difícil era todo.

De todo lo anterior, se explica que la mayoría de estos pequeños talleres fueran poco a poco desapareciendo.

Por eso tiene mérito lo que pudo hacer Perfecto Sillero, sobre todo desde mediados de los años 40 hasta los 60, cuando no había tanta tensión y competencia. Su centro de trabajo fue una auténtica escuela profesional para centenares de trabajadores, que luego migrarían a otros talleres en aquellos años 70, 80, ó 90. Raro era el profesional que no había empezado en Perfecto Sillero, líder indiscutible en Córdoba, y posiblemente en Andalucía, en el sector de la carpintería metálica. Llenó barrios enteros de nuestra ciudad, y también de las costas de Andalucía y del Levante español con sus carpinterías y cerrajerías.

Pero lo que sí sigue igual, y nos llama la atención, es que nuestras corporaciones municipales dediquen nombres de calles a personajes que no han pegado un palo al agua en su vida, o que no tienen nada que ver con la ciudad, salvo afinidades políticas, y olviden a trabajadores como Perfecto Sillero, este hombre que desde una humilde posición creó cientos de puestos de trabajo y toda una escuela de vida laboral en el sencillo barrio del Campo de la Verdad, y que, por desgracia, parece que ha quedado para el olvido.