El portalón de San Lorenzo
La Feria en los Llanos de Vista Alegre
Todo los platos giraban alrededor del huevo con tomate y el chorizo frito
Aquel lejano año de 1957 la peña Los 14 Pollitos montó una caseta en la Feria de Mayo que por primera vez se pondría, como experimento, en los Llanos de Vista Alegre. La caseta ocupaba el segundo lugar nada más acceder al nuevo recinto, detrás de la caseta de unos que se denominaban Los Habilidosos, gente tremendamente alta, simpática y agradable. Llovió bastante y sólo el domingo hizo un día bueno.
Incluso con la lluvia, tan necesaria hoy día, un eficaz toldo de protección permitió que la mayoría de la clientela de Los 14 Pollitos se agolpara en la barra, donde los huevos con tomate y el popular vino Moriles 47 de la Bodegas Aragón y Compañía de Lucena se consumían a espuertas.
La caseta no fue puesta por la totalidad de los peñistas, ya que sólo la mitad se embarcaron en esta aventura. Entre ellos podemos citar a Antonio 'El Figuras', su hermano Miguel 'El Fati', José Laguna, Francisco Martínez, Juan Cámara, un simpático El Francés, primo de los Cocos; Fernando, cuñado del anterior; Juan Cámara, Antonio Blanco, y Pepe Alcalá 'El Capi'. Tengo que decir que todos los peñistas iban equipados con sus camisas a rayas blancas y verdes, por votación popular en la peña (este tipo de camisa ya había sido utilizada con anterioridad por la peña El Relente formada alrededor del equipo de fútbol del San Lorenzo).
De la cocina se encargó la mujer de Zedor, empleado de la Electro Mecánicas, ayudada por la mujer de Martínez, de la Constructora, y una señora mayor que era vecina en las Costanillas. Todo los platos giraban alrededor del huevo con tomate y el chorizo frito, chorizo que proporcionó a buen precio Alfonso Urbano Laguna de su tienda de comestibles de la Reja de don Gome. El inmueble de esta tienda fue derribado y convertido en el actual Patio de las Columnas del Palacio de Viana.
Hemos dicho que llovió casi todos los días, y aunque la barra fue muy bien, como se ha comentado, el tema de los veladores y los camareros apenas funcionó, aunque por otro lado se ganó la ventaja de que los clientes consumieran y pagaran en la barra 'in situ', lo que permitía un mayor control de las cuentas.
Yo, que apenas sobresalía del mostrador, ayudé en esa caseta junto al «embudo y el garrafón». Desde allí, una veces porque lo oía y otras porque lo que veía, pude presenciar los numerosos grupos de personas que comían y bebían alegremente a todo plan. Por allí se pasó un día Joaquín Ruiz Baena, que acompañaba a Pablo García Baena, Rafael Medina, Fernando Naval y Ricardo Molina. Todos comían con apetito, acompañando los huevos con un buen vino. Otros, como Manuel Polonio Carrasco (fundador de la peña) y su cuñado Ángel Román, en compañía de Alfonso López Laguna y un par de señores más, echaban el resto: no comían nada más que platos de jamón y bebían botellas de Fino Garvey, que costaba a 35 pesetas la botella, un precio muy alto para la época.
Tenía entre mis encargos que recoger los huevos todos los días, a razón de tres cajas con noventa docena, de una casa que había en la calle Reyes Católicos, junto a las bodegas de Toledo Moraleda. Solía facilitármelos Alejandro Rodríguez, gran jugador de dominó en la peña El Príncipe de San Lorenzo. Fueron muchos los viajes que llegué a dar con el triciclo que alquilaba unas veces en la parada situada delante del Colegio Grupo Colón, en el Campo de la Merced y otras en San Cayetano, junto al Colodro.
Un día a media mañana se presentó por la caseta un tal Francisco Muñoz Martín, que fuera jugador del Córdoba y del Real Madrid, con dos señores más. Fueron saludados por algunos que llevaban ya rato en la barra, entre ellos el grupo de Manolo Polonio y su cuñado Ángel Román, por lo que los recién llegados se acoplaron con ellos a consumir el selecto Fino Garvey. Francisco Muñoz se dio a conocer como el jefe de barra del hotel Córdoba Palace, y quedó encantado con ese vino, por lo que llegó a un acuerdo con la peña para que les facilitara una caja, pues tenían hospedados en su hotel a Pinito del Oro, la famosa trapecista canaria, y su equipo, que gustaban de tomar buenos vinos antes de las comidas.
Por lo demás, desde mi atalaya pude presenciar escenas muy simpáticas en la caseta, sobre todo cuando el presidente Joaquín Ruiz Baena cogía el micro para animar el ambiente. Una tarde que estaba muy concurrida le dio por anunciar a grandes voces la llegada de todos los que entraban, y al entrar un conocido, acompañado al brazo de una mujer, le dio por decir: «En estos momentos entra el amigo fulano de tal, acompañado de su exquisita esposa». Al poco, el conocido y su anónima acompañante salieron como «escopetados» y se perdieron entre el fragor de la calle del Infierno. Luego pude oír que no era su esposa, sino una 'amiga'.
Aquella fiesta taurina y el pan con Mina
La peña Los 14 Pollitos sabía estar en todas partes. Manolo Polonio, como socio y fundador, quiso dar una fiesta taurina como colofón de la caseta de feria participando en las celebradas fiestas de María Auxiliadora. El lugar escogido para dicha celebración fue el patio central del Colegio Salesiano, al que todo el mundo conocía como el patio «de los bachilleres» o «de los bellotos». No tuvo Manolo Polonio ningún problema para conseguir esta autorización, pues desde siempre mantuvo una buena relación con los antiguos alumnos del colegio, ya que él mismo perteneció a la simpática «clase del Pozanco», y la mayoría de los peñistas también eran antiguos alumnos salesianos. Hablaron con don Manuel Notario Vicente, salesiano que había sido el director de la citada «clase del Pozanco», y les dieron todas las facilidades.
El evento fue el sábado día 1 de junio, terminada ya la Feria y las fiestas de María Auxiliadora. Ángel Román, el cuñado de Manolo Polonio, facilitó una becerra para el festejo. José Laguna, el intendente de la peña, pidió al presidente de la misma, Joaquín Ruiz Baena, que a su vez obtuviese de Alfonso Urbano, dueño de la citada tienda de comestibles de Reja de Don Gome, algún tipo de embutido con el que elaborar unos bocadillos para la gente del barrio que fuese a la becerrada.
Alfonso Urbano les proporcionó algunas latas de a kilo de foie gras y Mina de la marca «Lunch», que los navarros, inventores de tantas cosas, nos hacían comer como si fuese embutido. El pan para los bocadillos lo consiguió Rafael Yuste 'El Teleras', del horno de Los Remedios, con la promesa de José Laguna de pagarlo.
Empezó el festejo taurino y todo estaba, en principio, perfectamente organizado. El personal del ruedo lo formaban Juan Cámara y su compadre Manolo Polonio, que hacía las labores de picador montado en un borrico que le había prestado el singular Pechete de la calle Antón de Montoro, y llevaba un traje facilitado por las hijas del picador profesional Bernabé Álvarez Jiménez 'Catalino'. Para el «trasteo» de aquella vaquilla se eligió a Paco Aguayo, gran aficionado a los toros y destacado cliente de la Beatilla, y como torero de a pie en serio a Rafael Saco Bejarano, el hijo más pequeño del banderillero Niño Dios, pariente de Manolete y vecino de la calle Roelas.
Presidieron en el palco de honor Ángel Román, Diego Camino y el Marqués del Cucharón, los tres tocados con un elegante sombrero cordobés. En la parte reservada a los periodistas estaban Joaquín Ruiz Baena, que hablaba por la megafonía, y el amigo Juan Montiel Salinas, como enviado de la tristemente desaparecida revista Córdoba en Mayo. Como fotógrafo estuvo Alfredo Ruiz de Dios, el hijo del Titi, que tenía su estudio de fotógrafo frente al Palacio del Cine, junto a la zapatería del «Gordo Más» y por debajo del popular barbero Chumilla, aquel singular cliente de la cercana taberna El 6, del que se comentaba jocosamente que para beber de noche, si le entraba sed, se ponía un vaso de vino en la mesilla.
(Grandes recuerdos de esta desaparecida taberna de El 6, en la que se juntaban los amigos que circulaban por el centro, fundamentalmente los sábados, y donde había clientes que tenían derecho a vaso propio de culo gordo, porque, al decir de los clásicos, así el vino se "palpaba» mejor. Por eso hubo algunos osados que quisieron renombrar el medio como cubeta, pero aquello no gustó, con razón, a los sabios de la «academia» de la taberna y se rechazó de forma tajante).
El caso es que la vaquilla fue toreada y corrida de forma caótica por multitud de aficionados ante el jolgorio de los abundantes espectadores que se reían y disfrutaban, máxime cuando además se estaban comiendo un bocadillo de Mina. Se pudo decir que, incluso, fue el salesiano don Manuel Notario, con su sotana hasta los tobillos, quien más veces se correteo la plaza delante de aquella endemoniada fiera. Solamente se paró aquello en plan serio cuando el hijo de Niño Dios consiguió dar unos formidables pases con sabor a torería de clase.
Se pusieron como buenamente se pudo las banderillas, pero al final nadie se atrevió a matar a la vaquilla, y solamente se pudo amarrar con mucho trabajo para llevarla al matadero. En esta labor intervino Francisco Sánchez Aguilera, que era matarife, que se apañó para cargarla en un motocarro que le prestó un tal Salva, el de los plátanos. Una vez sacrificada, la carne fue entregada al popular Hermano Bonifacio 'Fray Garbanzo', del Hogar y Clínica de San Rafael de los Hermanos de San Juan de Dios, el cual, a su pesar, no pudo asistir al festejo porque, según un parte facultativo, «tenía un cólico por haber comido muchos caracoles».