El portalón de San Lorenzo
De feria en feria
Se dan casos de que a lo mejor pides un medio de vino o un 'valgas' y el camarero te mira un tanto extrañado
Por la festividad de San Lorenzo, en el tórrido mes de agosto, se organizaba una feria en su barrio dentro de las celebraciones en honor del titular de la parroquia. Estas fiestas populares eran una costumbre antigua arraigada en los barrios más clásicos de Córdoba. El alcalde José Cruz Conde, al que le debemos tantas cosas, quiso darles mayor realce, al igual que con la Feria de la Salud y otras fiestas hoy tradicionales en nuestra ciudad. Dio la casualidad que esos años veinte del siglo XX la organización y mantenimiento de la fiesta de San Lorenzo estaba al cuidado de la Hermandad del Calvario, cuyo hermano mayor era entonces don Juan de Austria y Carrión, uno los más importantes y fecundos de su larga historia, además de un gran organizador.
Tras la guerra, en la actual calle Jesús del Calvario (entonces Ruano Girón, y desde siempre calle de la Banda) recuerdo cómo se solían montar unos caballitos en la puerta de La Hermosa (edificio que se ve en el frontal de la foto), unas barquillas en la puerta de Cantillos (donde actualmente hay una guardería infantil), y unas norias en paralelo con el acerado que se ve detrás de la mujer de la foto. Todo ello en lo que fue el cementerio de San Lorenzo, al costado izquierdo de la fachada de la iglesia de San Lorenzo.
Algunos años, incluso, se montó otra atracción en medio de la plaza de San Lorenzo, una especie de pequeña vagoneta con un puntero que se deslizaba por un plano inclinado y terminaba chocando con un muñeco de madera con un agujero a la altura del vientre. Si no lograbas introducir esa especie de puntero en el agujero el muñeco se volteaba y te echaba toda el agua que contenía su sombrero, que en realidad era una cubeta llena de agua del cercano pilón de la fuente.
Aquella fue una atracción muy simpática para los chavales que eran ya un poco mayores que el resto. Uno al que vimos disfrutarla fue El Queco, hijo de Angustias, personaje irrepetible de la calle Escañuela. Después de haberse puesto chorreando varias veces, por fin se llevó el premio que consistía en un paquete de palomitas de maíz y una pasta de pan de higo con su almendra y todo. Se puede decir que a esa vagoneta acudían los chavales más traviesos de San Lorenzo y alrededores, mientras los espectadores disfrutábamos con los golpes y las mojadas.
Eran los tiempos de otro conocido nuestro, José Moyano 'El Pollo', que vivía en la misma calle de Tránsito, la popular matrona del barrio, y vecino, asimismo, de Miguel Serrano 'El Artillero'. El Pollo era uno de los monaguillos de la parroquia, y más de una vez lo pudimos ver vestido como tal montado en las barquillas, dando peligrosas vueltas completas ante el grito de la gente que las contaba: "Una… dos… tres...”. Así hasta que llegaba un poco agobiado el sacristán Pepe Bojollo y pedía que le dieran la «tableta» necesaria a la barquilla para que se parase, pues El Pollo tenía que subir a la torre a repicar.
El palo de cucaña
A finales de los años cincuenta también colaboró en la organización de la feria de San Lorenzo la peña Los Minguitos, que añadió nuevas atracciones como carreras de sacos, de camareros, pruebas ciclistas, concursos de 'feos'… Y, sobre todo, montó un palo de cucaña en Ruano Girón a la derecha de la calle, pegando con la puerta lateral de la iglesia.
El palo de cucaña consistía en un poste de madera redondo de unos cuatro metros de altura fijado de forma vertical en el suelo, al que se le untaba bastante cantidad de sebo. Arriba se colocaba, por lo general, un pollo como premio. Los chavales intentaban gatear por el poste, y casi siempre todo quedaba en baldío intento, pues el sebo los deslizaba para el suelo ante las risas de todos los allí congregados.
Un día, estando a cargo del palo de cucaña José Posadas 'Posaítas', ya habían probado suerte muchos chavales, fracasando todos ellos en su intento. Lo habían intentado sin éxito un vecino del Jardín del Alpargate al que se conocía como El Tormenta, uno de los mellizos de la calle Custodio, y uno de los hermanos Cagueta de la calle Escañuela. Todos ellos chavales muy hábiles. Pero allí nadie coronaba el dichoso palo.
Entonces apareció un chaval de nombre Paco Dorado, electricista de Talleres Mármol. Llevaba un calzado con garras, propio de esa profesión, y entre eso y su destreza coronó aquel palo con toda la facilidad del mundo, cogiendo el pollo. Aquello fue un visto y no visto. La gente empezó a hacer palmas, pero algunos protestaron porque había utilizado unas botas con 'trampas', quejándose sobre todo los que lo habían intentado antes sin éxito. Se planteó una acalorada discusión, pero al final el agradable Posaítas dejó que el tal Paco Dorado se llevase el pollo por la ocurrencia tan original que había tenido. Este Paco, como empleado de Talleres Mármol, fue quien instaló el primer semáforo que se puso en Córdoba, en el cruce de la calle Cruz Conde con Morería (1956).
Los cardos de Hispania
Era también tradición que en esa feria del barrio los hortelanos de las cercanas huertas, entonces circundantes a la ciudad, montasen un pequeño mercado en la plaza de la iglesia con sus productos. Higochumbos, melones y otras frutas y hortalizas de temporada, además de chucherías para los chavales, se vendían para regocijo de los asistentes, porque entonces el poder comprar uno de estos productos era suficiente motivo de alegría.
Una mercancía peculiar de ese improvisado mercado eran los cardos. Aquí en San Lorenzo siempre se recordará a un tal Eulalio, hortelano de la precisamente llamada Huerta Cardosa, en la actual Ciudad Jardín. Su relación con San Lorenzo era debido a que era el novio de una sobrina de Socorro, La Alfarera del Pozanco. Destacaba porque vendía sus cardos perfectamente limpios y recortados.
Y es que la afición de la gente por los cardos era antiquísima, pues Manuel González Cerezo (1936-2006), vecino de Jesús Nazareno y amante de las tradiciones e historia de nuestra ciudad, citaba al historiador romano Cayo Plinio Segundo, que en su obra 'Historia Natural' contaba que a los romanos les encantaban los cardos que se producían en Hispania, y que en su golosa gastronomía era un producto muy solicitado. Tras los romanos, su auge siguió en nuestra ciudad con los visigodos, la dominación musulmana y tras la Reconquista, siendo un producto insustituible en nuestras ferias, tanto en estas populares de los barrios como en las grandes de la Salud y de la Fuensanta o de otoño. Por desgracia, todo esto se ha perdido, y a los cardos ya nadie le echa cuentas.
La gran Feria de Nuestra Señora de la Salud
Al margen de la celebración de estas ferias de barrio, es indudable que cuando nombramos la palabra feria en Córdoba nos referimos a la de mayo de Nuestra Señora de la Salud, la que conocimos en los Jardines de la Victoria, un lugar mágico y de categoría, con casetas atendidas por los propios peñistas o cofrades, o por miembros de las empresas importantes de Córdoba que montaban allí su caseta.
En esa feria, por razones de simpatía y proximidad, cada uno solía acudir a la de alguna caseta de su barrio: peña, cofradía, asociación o algo similar. Por eso, yo me dejaba caer por la de Los del Calvario, con el incansable hermano mayor El Guti dando el callo en la barra y un montón de colaboradores más. Por encima de aquellas casetas había otras más grandes, que acogían a gente de toda procedencia. Entre éstas quiero destacar a la de las Hermandades de Trabajo, donde se daba un trato exquisito a todo el mundo y tenía fama por su cocina y precios.
Hace unos treinta años esta Feria de Córdoba se trasladó al Arenal, sitio apartado de todo a donde iban los camiones, carros y borricos para arrojar los escombros que generaban las obras de una ciudad como Córdoba en continuo crecimiento desde mediados del siglo XX. Quizás por ello, aunque los políticos de toda clase sigan sin enterarse, los agrónomos nos advierten que con este suelo de acarreo tan deficiente es muy difícil que agarren árboles de crecimiento rápido, que se desarrollen y garanticen con su sombra la protección del sol en esta Córdoba de tanto calor.
Porque sin estas sombras en el recinto ferial, ni en el camino de ida, llegar ahora a la feria al mediodía es como llegar a un desierto, donde el agua en botellitas pequeñas es un lujo y te cuesta lo que ganaba un peón de albañil a la semana en los años cincuenta. Si tienes la suerte de ir con niños para que se monten en las atracciones tienes que soportar el sol estoicamente en un erial donde no hay ninguna sombra donde refugiarse. Vamos resulta lamentable, sobre todo ahora que tanto se cuida incluso a los animales.
Pero no hay que ser pesimista, quizás los políticos y sus bien pagados asesores, siempre atentos a nuestras necesidades, en breve nos aconsejarán que la solución estará que todos llevemos a la Feria una mochila con agua para hidratarnos. Por lo pronto ya han dicho que la Feria ha sido un éxito a tenor de la cantidad de basura que ha retirado Sadeco.
El personal y las casetas
Pero al margen del inhóspito sitio de ubicación actual de la feria, las propias casetas ya no son lo que eran. Si bien suelen mantener algunos nombres de antiguo, los que la regentan de tapadillo son otros, que en muchos casos son hasta de otras ciudades y no saben nada de nuestras costumbres o forma de ser. Se dan casos de que a lo mejor pides un medio de vino o un 'valgas' y el camarero te mira un tanto extrañado. Y no digamos si te da por pedir media botella de vino, que te contestan que tiene que ser una entera. O te dicen que no hay vino de Montilla, que tienen que ser de otro sitio. Todo esto nos pasó el año pasado en la supuesta caseta de una Hermandad.
En muchas de las casetas ya no está el simpático tablao donde bailaban mujeres ataviadas de gitanas y tocaban sus castañuelas. A veces acompañadas con su pareja tocado con el sombrero cordobés, e incluso gente con vestimenta habitual bailando al son de las castañuelas. Abunda ahora en su lugar el «chimpún, chimpún…» sonando de forma atronadora, tremendamente molesto para los oídos de las personas normales que van a pasar un rato agradable con la familia y amigos. Se han importado costumbres extrañas como ha pasado con la Semana Santa, y así nos va.
El cambiaron el nombre a La Talegona
Menos mal que aún quedan casetas, muy pocas, como las de toda la vida. Este año lo he comprobado en la del Esparraguero, atendida por hermanos y voluntarios de la Hermandad del Cristo de Gracia, donde no te sientes en tierra extraña. Porque la feria debe ser familiaridad, convivencia, y si eres atendido por gente conocida la confianza y la amistad se dan la mano.
Me llamó la atención que al quedarse pequeña la caseta por la gran cantidad de personas que la visitaban habían habilitado un simpático anexo llamado, según rezaba un cartel, Patio El Alpargate. Muchos quizás no entiendan lo que significa ese nombre, pero para los que somos del barrio era todo un guiño.
En la caseta y con una copa de Fino Manolo en la mano, no pude evitar acordarme de Rafael Espejo Jiménez y Rafael Alcántara Cervantes, mis amigos y maestros en tantas cosas, cuando hace años comentaban el error de los asesores culturales de los políticos al confeccionar el cartel de la Exaltación de la Saeta del 2009: que habían rebautizado a la Talegona con el nombre de María Zambrano, la filosofa malagueña.
El siempre bromista y agradable Rafael Espejo comentó: «Menos mal que no han mencionado al jardín como Jardín del Zapato», a lo que Rafael Alcántara contestó: «Hombre, eso no, ya que sería como tirar por tierra todas aquellas experiencias vividas por nuestros antepasados que lo bautizaron como el Jardín del Alpargate en 1917, con motivo de que un industrial de Lucena que había instalado una fábrica de alpargatas en la Casa Colorada de la calle María Auxiliadora, para su propaganda, colocó en medio del jardín el anuncio de una enorme alpargate.